Tampoco estaba acá, en la enésima columna de Lulú dedicada a zamarrear a los opositores por inútiles.
Mucho menos en este relato de obviedades del hombre rata, disfrazado de análisis de las elecciones.
Nos fuimos al diario de Fontevecchia, y esta columna del sargento Lanata -replicada en La Nación- tampoco da pistas sobre el paradero.
En Clorín la cosa no mejora: ni en esta columna rapidita al pasar de Kirschbaum, ni siquiera aquí donde el holandés repasa todas las operetas que ensayaron estos últimos meses infructuosamente para limar a Cristina.
Siete columnas, todas sobre el mismo tema, todas orillando o centrando el análisis en la crítica a la inutilidad opositora, todas con algún tímido reconocimiento de que el gobierno algo debe haber hecho bien para ganar, todas describiendo lo que cualquiera puede ver: los resultados.
Todas con el asco por el voto popular que le criticaron a Fito Paéz a flor de labios, algo particularmente visible en la columna de Lanata; asco apenas disfrazado de la hipócrita corrección política de circunstancias.
Pero no hubo caso: por más que buscamos y buscamos, por ningún lado aparece el menor atisbo de autocrítica o mea culpa del periodismo hegemónico por el vergonzoso papel político que cumplieron en la campaña, por su alineamiento sin fisuras con un relato apocalíptico de una Argentina en llamas y un gobierno al borde de la caída, por la sucesión ininterrumpida de operaciones berretas, de venta a diario de pescado podrido para sus lectores, oyentes o televidentes en los que se cagan.
No existe el más mínimo acto de contricción por haber batido el parche durante meses con una realidad paralela y alternativa a la Argentina visible que se manifestó el domingo en las urnas; realidad que si la desconocen son ignorantes, y si la ocultan deliberadamente, unos simples y vulgares canallas.
Quizás la búsqueda sea vana, pero perseveremos, por algún lado debe haber quedado.
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