Que uno de los dueños de "El Litoral" (el socio santafesino de Clarín en AGL) haya decidido quitarse los guantes y ponerle la firma con su pluma a la columna de opinión que ven arriba (algo a lo que no suele ser afecto, a diferencia de Gustavo, el varias veces presidente de ADEPA) es indicativo del clima que se vive en el país, y al que pretenden contribuir los medios hegemónicos (y vaya si El Litoral lo es, al menos en Santa Fe).
También revela hasta que punto circulan ciertas corrientes subterráneas de opinión que pugnan por aflorar, desde las redes sociales al espacio público y los medios tradicionales, para alimentar la espiral de un discurso fronterizo con los límites del disenso democrático, para dejar paso a las pulsiones autoritarias; con cada vez menor disimulo.
La columna no empieza floja, como pueden ver: se remonta a 1976 (¿será casual o hay algo de nostalgia de época?) y al régimen comunista chino, para trazar un paralelismo de éste con el kirchnerismo, en el cual por supuesto al proceso abierto en la Argentina el 25 de mayo del 2003 le toca la peor parte: sería más rígidamente dogmático y cerrado que el propio sistema maoísta, que fue capaz de arbitrar un cambio desde adentro.
Es muy interesante el desdoblamiento que traza Víttori entre las dos caras del sistema imperante en China (la política por un lado, la económica y social por el otro), para leerlas en la clave en que esos mismos medios atacan al kirchrnerismo: el autoritarismo político.
Si nos atenemos a lo que dice uno de los dueños de El Litoral, el autoritarismo político (aun el que, como en China, se sustenta en un régimen de partido único y sin posibilidad de participación plural o alternancia, por restricción legal) es aceptable y puesto como ejemplo a seguir, siempre que garantice un determinado rumbo de desarrollo económico y social.
Lo que podría traducirse como "es cierto, los chinos son una autocracia inaceptable para nuestros estándares de democracia, pero no cualquier autocracia, sino una que compra millones de toneladas de soja para sus chanchos y sus millones de habitantes, y nosotros producimos soja, y nos forramos de plata vendiéndosela".
Lo que podría traducirse como "es cierto, los chinos son una autocracia inaceptable para nuestros estándares de democracia, pero no cualquier autocracia, sino una que compra millones de toneladas de soja para sus chanchos y sus millones de habitantes, y nosotros producimos soja, y nos forramos de plata vendiéndosela".
Cualquier similitud con el discurso de la oligarquía argentina (de la que Víttori es un conspicuo representante) que saludó alborozada el golpe del 76' (y lo alentó preparando el camino desde APEGE y otras entidades empresariales, con lock outs patronales devastadores en el final del gobierno de Isabel), porque nos rescataba de las garras del comunismo, pero al mismo tiempo desafiaba el boicot de los EEUU para venderle cereales a la URSS y hacer pingües negocios supliendo a los países que acataron el embargo, no es pura casualidad: hay una afinidad histórica entre una y otra época, y un vínculo indisoluble entre la cabeza, el corazón y el propio bolsillo.
Los fantasmas del paralelismo entre una y otra época acechan en toda la nota: una presidenta viuda, sola, aislada de la realidad por un entorno de adulones, sin capacidad de conocer y comprender por sí misma las cosas y viviendo en un mundo de engaños cortesanos; la demonización de la juventud en tanto decide inclinarse a la participación política, y -para mayor horror- hacerlo desde una determinada visión ideológica de la sociedad, el Estado y la política.
Y la cómplice omisión de los conflictos reales que hubo y hay en la argentina kirchnerista, en la nube gaseosa de la imaginación presidencial con rasgos paranoides: no hay (según nos dice Víttori) fuerzas de seguridad en conflicto que -bajo el pretexto de reclamos salariales- desoyen el acatamiento a sus mandos naturales, no hay un grupo empresario alzado contra las leyes y los poderes de la democracia, eligiendo jueces a dedo y moviendo todos los resortes de que dispone (aun dentro de las propias instituciones del Estado) para defender sus privilegios y negocios.
No hubo -al parecer- por meses un alzamiento político disfrazado de lock out patronal o rebelión fiscal, que trató de debilitar políticamente al gobierno, y coqueteó con la idea de un golpe institucional reemplazando a Cristina por Cobos; ni tampoco existieron dos años de un absurdo intento de gobernar desde el Congreso, como si tuviéramos un gobierno parlamentario.
No hubo una aceleración de la fuga de capitales luego del triunfo de Cristina en las elecciones, y una solapada (y no tanto) operación de los principales grupos económicos del país (entre ellos, los del sector agropecuario al que pertenece el propio Víttori) para forzar una devaluación que retornara al país al 2002, y les transfiriera enormes ganancias a costa de los salarios y los empleos de la mayoría de los argentinos.
Y tampoco hubo finalmente incitaciones públicas y notorias al magnicidio o a la interrupción del orden constitucional en los cacerolazos (rotulados por el escriba a sueldo de El Litoral como "el pueblo en la calle"), todo fue (según Víttori) puro arbitrio de la imaginación presidencial, que ve conflictos donde no hay, y enemigos que no existen.
El intento de "isabelizar" a Cristina (desconociendo burdamente la diferencia de talla política de ambas, y nada menos que dos rotundas victorias electorales) es una forma larvada (y cada vez menos, porque los está ganando la impaciencia) de "videlizar" la salida política que buscan, para imponerle al país un rumbo que no es el que votó una inmensa mayoría el año pasado.
Si el peor enemigo de Cristina es Cristina, el razonamiento de Víttori es muy sencillo: o Cristina cambia (contrariando en consecuencia el sentido del pronunciamiento popular del pasado 23 de octubre, decimos nosotros por nuestra cuenta), o hay que cambiar a Cristina.
No hacen falta demasiados esfuerzos para encontrarle a la columna una notoria similitud -si no en la letra, claramente en el espíritu- con la carta de Carlos Belgrano convocando a las FFAA a sumarse a los cacerolazos para promover su destitución por el juicio político, replicada en las redes sociales por personajes de la talla (y los antecedentes) de Cosme Béccar Varela.
Lo que demuestra que a veces el peor enemigo es el que parece (como Víttori) que te está queriendo ayudar, dándote consejos.
1 comentario:
No es la primera vez que esta rata cloaquera, sale a expresar su pensamiento, porque durante el conflicto generado por los agrogarcas -a los que él también pertenece- en un programa televisivo local en el que se come a la carta, propuso sin ningún prurito la destitución de la señora Presidenta de la Nación, ya que la gobernabilidad la garantizaba la rata pusilánime de Cobos.
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