La derrota de Scioli a manos de Macri en el balotaje del 2015 disparó todo tipo de debates y cuestionamientos al interior del peronismo, que en definitivas parecieron reducirse a una cuestión: el kirchnerismo en general y Cristina en particular eran los únicos culpables, su ciclo estaba concluido y debían correrse de la escena, no sin antes flagelarse y pedir perdón en una autocrítica pública en la que admitiesen los errores cometidos.
Esa conclusión parecía saldada, y la llegada de Macri al poder daba pasa al "post kirchnerismo", el "peronismo realmente existente", construido en torno a las estructuras con poder y representación institucional (la CGT, los gobernadores, el Senado), desde las cuáles había que ejercer "oposición responsable" contra el nuevo gobierno, y constituirse en "dadores voluntarios de gobernabilidad". No pocos de ellos pronosticaron que había que prepararse para una larga hegemonía macrista, y pensar no ya en el 2019, sino en el 2023.
Se decía por entonces (y bastante tiempo después) que era un suicidio político oponérsele de plano, y que siendo opositores "sensatos" se podían negociar con el régimen macrista ciertas cuestiones, para preservar a la base social de representación. Se decía más: que Cristina debía jubilarse de la política porque no sabía "armar" ni construir, no tenía diálogo con los gobernadores, era sectaria, soberbia y cerrada, y electoralmente tenía un "techo" imposible de romper.
Y los kirchneristas de a pie éramos una "minoría intensa" de "termos emocionales" que hablábamos de "resistir con aguante", y nos juntábamos al pedo en las plazas a tomar mate y hacer catarsis, añorando un pasado irremediablemente ido. Si el diagnóstico les suena parecido al del macrismo, es porque era igual: los dos creyeron a pie juntillas en aquello de que no volvíamos más.
Sin embargo, Cristina y los kirchneristas no estábamos completamente al pedo, porque al parecer teníamos un rol que cumplir: votar por orden de Cristina, al candidato invisible del piso bajo y el techo infinito, portador de los genes del "peronismo puro de Perón sin mezcla" que nos conduciría de vuelta a la victoria. A Cristina le pedían que se quedara quieta y callada, en un rincón, pero que antes de irse les dejara los votos.
El asunto es que los meses pasaban, y candidato en cuestión nunca terminaba de alumbrar, e iba cambiando permanentemente, conforme iban cayendo uno tras otro prospecto; guillotinados por el filo impiadoso de las encuestas, en las que ninguno movía el amperímetro: se enamoraron (y quisieron enamorarnos) con Randazzo, Felipe Solá, Lavagna, Schiaretti, Uñac, y es posible que se nos escape algún otro, más efímero que el promedio.
Daban por descontado el balotaje, y la conclusión unívoca a la que llegaban era que Cristina no podía ser candidata porque era la única que lo perdía; todos los demás (sin importar que no tuvieran un puto voto, ni garantizaran pasar la primera vuelta) estaban en mejores condiciones de ganarle a un Macri que se les antojaba imbatible, como Vidal.
Lo concreto es que después de meses y años de este mismo panorama cuando llegó la hora de los bifes (es decir, las elecciones) lo único más o menos organizado y disponible que quedaba a mano, la única piedra angular sobre la que construir la arquitectura de una alternativa opositora competitiva, eran Cristina y el kirchnerismo.
De golpe descubrieron que la que "no hablaba con nadie, sino solo con la Cámpora y el séquito del Patria", hacía tiempo que hablaba con muchos, o con (casi) todos, en público o no: Alberto Rodríguez Saá, "Pino" Solanas, Moyano, Felipe Solá, el Movimiento Evita, Alberto Fernández, Grabois, la Corriente Federal de la CGT y (horror) con los gobernadores.
Comprensión clara y mutua del momento histórico y de las actitudes que la hora demandaba, de esas conversaciones nació el "Frente de Todos"; que como hemos dicho otras veces, para nosotros terminó coronando en el plano dirigencial una confluencia social que se venía dando por abajo, pero que seguía siendo insuficiente para algunos "paladares negros" de la política; claramente disgustados porque era ella el centro de convergencia del armado.
Y cuando Cristina sacudió el tablero corriéndose del primer lugar de la fórmula que nadie sensato podía discutirle (ni le discutía de entre quienes confluyeron en lo que sería el FDT) para nominar a Alberto Fernández, en un primer momento la cosa siguió igual: los que hasta el día antes le pedían que se retire y señale al candidato que querían ellos dudaban de que pudiera transferirle sus votos, y no fueron pocos los que seguían entusiasmados con otros experimentos, como Lavagna. Ahí están los testimonios en las redes sociales, los artículos de ciertas plumas en las revistas digitales, para confirmar lo que decimos.
Cuando terminaron de digerir la realidad de que no quedaba más tiempo para globos de ensayo, se convirtieron en "albertistas" de la primera hora, pero eso sí, con su estilo: cuestionando la campaña, los spots, el armado, el discurso y por supuesto, a Cristina.
Que para qué sacaba un libro justo ahora, que por qué insiste con Kicillof como candidato en lugar de elegir a un intendente del conurbano con experiencia de gestión, que Axel perdía el tiempo tomando mate en las plazas de los pueblos para hablar con la gente, que la cosa pasaba por los acuerdos con los gobernadores y la "big data" y coso (hubo mucho coso durante estos años insufribles), que CFK no hable, que se esconda hasta el final de la campaña porque si no la cagaba, que por qué no los controla a Dady Brieva, Zaffaroni y Mempo Giardinelli porque restan, y así hasta el infinito.
Esa "cátedra" de monos sabios, con escasos votos propios y siempre colgados de los de otros si son dirigentes, o con el mismo palmarés del "Turco" Así (es decir, no pegaron una, nunca) si la van de analistas, también perdió el domingo 11, aunque celebren el triunfo y peor aun, se lo adjudiquen. Y por estas horas están haciendo mil y una piruetas dialécticas para encontrar las razones del triunfo, sin mencionar a Cristina, ni atribuirle ningún mérito en la victoria; así como en el 2015 le cargaron todas las tintas en la derrota.
Este recordatorio hoy, en plena euforia por los resultados de las PASO y cuando la perspectiva cierta de volver al gobierno terminando con el oprobioso régimen macrista los encuentra otra vez con el dedito para arriba indicando "por donde es" la cosa, como si nada hubiera pasado, tiene por único objeto pedirles un favor: que se bajen del pony, y se den un baño de humildad.
5 comentarios:
Totalmente fuera de lugar y tiempo publicar este texto
Lo siento pero manolo barge no se baña
Anónimo de las 15.02: ¿Te sentiste aludido?
dedicado a touzon, seman, ana castellani y todos los mariscales de la derrota; los teoricos que desde el sillon se cansaron de apuntar con el dedito y decir "asi no, muchachos, haganme caso", los que militaron a lavagna hasta 15 dias antes de las PASO y hoy se suben al carro de la victoria diciendo "ven? me hicieron caso y ganaron"
que es de la vida de Abelito Fernandez, ese si que se hacia el boludo pero flor de tiraposta
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