LA FRASE

"OFRECIMOS UN AUMENTO DE 4000 DEL SALARIO MÍNIMO PARA NO GENERAR UNA MASA DE RECURSOS EXCEDENTES QUE PUDIERAN VOLCARSE AL DÓLAR Y COMPROMETER ASÍ LA BAJA DE LA INFLACIÓN." (DANIEL FUNES DE RIOJA)

lunes, 1 de diciembre de 2025

"ESTA VEZ ES DISTINTO"

 

En 2026 se cumplirán 50 años del último golpe de estado en la Argentina. La mayor parte de ese medio siglo transcurrió bajo la aplicación de las recetas económicas del neoliberalismo que en el país inauguró la dictadura de Videla y Martínez de Hoz. Con la excepción de los primeros tiempos del alfonsinismo y los gobiernos del kirchnerismo, en dictadura y en democracia, con peronismos "aggiornados", variantes prolijas del menemato como la Alianza, "nuevas derechas modernas y democráticas" o libertarios anarcocapitalistas fruto del desencanto democrático.

Y el neoliberalismo (en cualquiera de sus encarnaciones circunstanciales) siempre plantea y hace (o intenta hacer) lo mismo: hay que abrir la economía a la competencia, desregular, desmontar o dejar de proteger industriales "artificiales y no competitivas", liberar por completo los movimientos y flujos de capitales, ir al FMI y coordinar con ellos las reformas estructurales necesarias, que son siempre las mismas: reducir el gasto público para evitar la monetización del déficit fiscal y bajar la inflación, achicar el Estado, vender sus empresas, reducir su peso en la economía y su poder de regulación.

Pero además de todo eso, nos dicen que hay que reducir los costos laborales, "modernizar" la legislación del trabajo, recortar derechos porque la población tiene demasiados y son costosos, "hacer sustentable" el sistema previsional, enviar señales de precios al mercado eliminando los "precios políticos" de las tarifas, los combustibles o los alimentos, abrirse a la inversión extranjera otorgándole todo tipo de garantías y beneficios, aprovechar nuestros cuantiosos recursos naturales y nuestras ventajas comparativas porque "tenemos lo que el mundo demanda".

El combo siempre viene con costos añadidos que se nos presentan como necesarios: alineamiento incondicional con la potencia hemisférica dominante como toda política exterior, represión de todas las formas de la protesta social (desde la huelga al piquete), manodurismo punitivista con discurso anti-garantista, suba de las penas (a ciertos delitos, ignorando olímpicamente otros, como los vinculados al tráfico económico), baja de la imputabilidad penal a los menores, restringir el flujo migratorio de países vecinos. 

Y siempre dicen que esta vez es distinto, que ahora si va a resultar, porque hay circunstancias distintas de las que hubo antes (cuando ese mismo set de políticas fracasó estrepitosamente), o porque ahora se aplicaron las ideas del neoliberalismo en serio, sin concesiones ni tergiversaciones. La promesa es -también- siempre la misma: es necesario sufrir hoy (nosotros, no ellos) para que podamos estar mejor mañana. Un mañana que puede ser el segundo semestre, el año que viene o dentro de 35 años: lo importante es que les creamos que hay mañana, y al creerles, no les pidamos nada hoy.

Sin embargo y sin pretender que en este medio  siglo todo haya sido igual cada vez que se implementaron en el país políticas neoliberales, hay consecuencias que se repiten, una y otra vez, como un mantra: la destrucción del tejido industrial y productivo, la pérdida de puestos de trabajo, la erosión del salario, el retiro del Estado de sus funciones y regulaciones, el aumento de la pobreza y la desigualdad, el endeudamiento y la profundización de la situación de dependencia neocolonial del país.

Y en cada uno de esos ciclos, los defensores del corpus de ideas de la ortodoxia económica (que no es más que la coartada ideológica de la defensa de los intereses más concentrados) no son los únicos que proclaman la novedad  de sus ideas de museo, y en nombre de eso prometen que esta vez funcionarán: hay toda una intelectualidad pseudo "progre" que nos llama a aceptar la derrota, aunque parezca que nos está invitando a reflexionar sobre sus causas, para no volver a repetirla.

El llamado viene bajo las seductoras formas de "tratar de entender porque esta vez no es igual, es un fenómeno más complejo", y nos piden reinventarnos, o conectar con el clima de época y cosas así: ya lo estamos viendo en estos días con la discusión de la reforma laboral, o los llamados a "tener un discurso para el mundo de las finanzas", o a aceptar la "invitación al desarrollo" que nos propone Trump. 

Y si bien la sociedad en general -preocupada como está en urgencias más cotidianas y apremiantes- no presta atención a esos divagues, es un discurso que a la larga termina permeando en el sistema político, y que lo único que hace (como ya lo ha hecho) es conducir a nuevas frustraciones, que solo conducen a su vez a reiniciar el ciclo; hasta la próxima vez que nos vuelvan a desplumar, someter y hundir en el fracaso, mientras nos juran que es distinto a otras veces en que hicieron lo mismo. 

Nunca hay que perder de vista -para no ir tras los cantos de sirena- que el peso de los considerables intereses (nacionales y extranjeros) que están detrás del modelo de valorización financiera y fuga de capitales también incide en el campo de la intelectualidad, desde las posibilidades de visibilidad mediática a la industria editorial, pasando por el sistema de reconocimientos y logros académicos.