Años enteros estuvimos escuchando que la Argentina estaba aislada del mundo, que en el resto del planeta a nadie le interesamos, que no existimos ni nos toman en cuenta.
Por esos mismos años -y aún hoy- cuestionaron los pilares fundamentales de las políticas macroeconómicas del kirchnerismo: la apuesta a fortalecer la demanda agregada y el mercado interno, el desendeudamiento y la desconexión de los movimientos del capital financiero internacional, el impulso del gasto público y de la inversión, las políticas contracíclicas para sostener el nivel de actividad cuando golpeó la crisis, el sostenimiento de un tipo de cambio competitivo y la acumulación de reservas, los controles al ingreso de capitales especulativos.
Todas y cada uno de esos pilares se tradujeron en medidas concretas que fueron tomando los gobiernos de Néstor y Cristina, dentro de una visión global y un modelo de desarrollo económico del país que produjo resultados concretos, que ya nadie puede discutir; no al menos seriamente.
Pero cada una de las medidas que fueron jalonando el proceso tuvieron que vencer resistencias e incomprensiones, desde el distanciamiento con el FMI y la reestructuración de la deuda con quita de parte importante del capital, hasta la cancelación de la deuda con el organismo internacional o el uso de las reservas del Banco Central para cancelar vencimientos y evitar tomar nueva deuda; pasando por el encaje bancario a los capitales que ingresan al país, las retenciones a los commodities que el país exporta (desde la soja al petróleo) o la estatización de los fondos de las ex AFJP.
Hacer memoria para historiar las cosas que se dijeron ante todas y cada una de esas medidas sirve hoy -de cara a las elecciones del domingo- para calibrar la seriedad y consistencia de muchos que creen que están en condiciones de gobernar la Argentina; pero también para hacer un ejercicio contrafáctico e imaginarnos, si esas medidas no se hubieran tomado -camino que hubiera sido muy posible seguir, dadas las resistencias que generó cada una de ellas-, donde y como encontraría hoy a nuestro país la tremenda crisis que sacude a las economías centrales del planeta.
Crisis ante la cual no estamos inmunes ni mucho menos; pero que en otros tiempos y por muchos menos, se hubiese llevado puesto no ya a un gobierno, sino a la misma democracia argentina.
Crisis que cada vez está más claro tiene su origen en la persistencia obsesiva en aplicar recetas, esquemas y programas que no son la solución, porque originaron el problema; como los argentinos lo pudimos comprobar dolorosamente en carne propia.
El contraste que ofrecen las noticias de estos días es tan grande, que mientras en el mundo "civilizado" ya nadie puede aseverar a ciencia cierta hasta donde seguirá el desplome, o estallan revueltas sociales que se creían exclusivas de los países del Tercer Mundo, en Argentina Cristina pudo anunciar una nueva baja del desempleo, en un país que crecerá otro año más a tasas chinas; pero a algunos les preocupa la violación de la veda electoral.
Y a los mismos que nos pidieron durante ocho años "volver al mundo" de repente les entra un provincianismo parroquial, fragmentan la realidad para desvincular una cosa de la otra y nos hablan de cordobecismos y autonomías porteñas; para tapar el cielo con las manos: se les quemaron los papeles, y no quieren que nadie se de cuenta.
Por una vez hagámosle caso a sus consejos, no de ahora, sino de antes: asomémonos por la ventana un ratito a ver como está la cosa en los "países serios", los modelos que siempre nos propusieron imitar, más aun: invitemos a asomarse a la ventana a los amigos, conocidos, compañeros de trabajo, parientes, que nos abollaron todos estos años repitiendo como loritos el verso dominante.
Y después que lo hagan que miren para acá, y recordémosles que el domingo hay elecciones.
No hará falta agregar mucho más.
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