Se cumplen hoy diez años del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York; "el día que cambió el mundo", según lo propagandiza la comunicación del imperio.
Barack Obama y otros personajes menores del entramado imperialista (como el comisionado europeo Javier Solana) dicen que el mundo es, desde entonces, un lugar más seguro: un insulto a la inteligencia.
Diez años después, queda perfectamente claro que el atentado proporcionó la excusa perfecta para una escalada indetenible de conflictos motorizados por los EEUU, o que a partir de su intervención escalaron hasta hacerse interminables; comenzando por las invasiones de Afganistán e Irak, para seguir hastas nuestros días con el derrocamiento de Kaddaffi en Libia.
En el medio, una increíble red de mentiras, versiones inverosímiles, supresión de los derechos civiles de los propios norteamericanos a través de la tristemente célebre Patriot Act, prisiones clandestinas esparcidas por la CIA por el mundo para que los esbirros del faro de la civilización occidental ("la tierra de la libertad") torturaran prisioneros como los peores regímenes dictatoriales del tercer mundo, esos que durante tantos años prohijó.
Como la dictadura de Pinochet, que comenzó justamente un 11 de septiembre cuando asaltaban la Moneda y Salvador Allende ofrendaba su vida; dando inicio a una de las más tétricas dictaduras de América Latina, gestada y protegida por los EEUU de Nixon y Kissinger.
El atentado del 11 S resultó tan conveniente a los propósitos políticos de George W. Bush, como lo es hoy para el intento reeleccionista de Barack Obama: tan conveniente que son cada vez más verosímiles las teorías que le adjudican al propio gobierno yanqui su anuencia en la gestación, si no su lisa y llana organización.
Los recientes acontecimientos de Libia han demostrado con claridad los fluidos vínculos que existen entre el complejo militar-tecnológico yanqui (el verdadero gobierno en las sombras de la primera potencia mundial) y Al Qaeda, la red de terrorismo internacional presuntamente organizada y dirigida por Osama Bin Laden, otro viejo aliado de los EEUU.
El mundo posterior al 11 de septiembre del 2001 es tan injusto, complejo y violento como lo era entonces, y los EEUU se atribuyen el rol de gendarmes de la seguridad de ese mundo, eufemismo que se utiliza para no hablar -lisa y llanamente- de imperialismo desbocado.
La guerra contra el terrorismo fue entonces un placebo para distraer a los norteamericanos de su propia crisis interna (con su economía en recesión, y el fantasma del default a la vista), y es también una de las causas fundamentales del enorme déficit público que carcome las bases de sustentación de su economía, y amaga con sumir al mundo en una profunda recesión.
Sin embargo, la fortaleza del entramado de intereses que se mueven en torno al desarrollo del complejo tecnológico-militar impide que la solución a la crisis financiera se enfoque allí; optando por ajuste tras ajuste que han demostrado su inutilidad para resolver el problema.
Tras la euforia por la muerte de Osama Bin Laden (cuya ejecución se jactó de ordenar Obama, al mejor estilo de la ley de Lynch o un sheriff del lejano oeste), el gobierno estadounidense pretender hacer creer a los norteamericanos y a la opinión pública mundial que su objetivo es la guerra contra el terrorismo: si fuera cierto, deberáin declararse la guerra a sí mismos.
No hay un país en el mundo con tan rotundo desprecio por los derechos humanos de los habitantes de los demás: desde su rotunda negativa a ratificar la mayoría de los convenios internacionales de protección de esos mismos derechos, hasta los métodos criminales que emplea para lograr sus objetivos (como el bombardeo de poblaciones civiles indefensas); el humo de las guerras promovidas o aprovechadas por los EEUU impide en forma creciente distinguirlos de Al Qaeda, y otras organizaciones por el estilo; en sus métodos de acción política.
El mundo después del atentado a las Torres no cambió (al menos en lo que duele), ni es más seguro, sino en todo caso más cínico: Barack Obama recibió el premio Nobel de la Paz.
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