Este domingo los argentinos
tendríamos que haber ido de nuevo a las urnas, a definir en el balotaje quien
nos gobernará los próximos cuatro años, y sin embargo podemos disfrutar del día
para pasear, comer un asado, ir a la cancha o simplemente hacer huevo.
Hoy es, entonces, el día del
balotaje que no fue, ese que nos estuvieron diciendo por más de tres años del
gobierno de Macri que era inevitable; salvo que pronosticara (como pasó) que no
iba a suceder, pero porque era reelegido en primera vuelta, y había que pensar
directamente en el 2023, en términos electorales.
No solo nos decían que el
balotaje que debió haber sucedido hoy era inevitable, sino que también era
inevitable que lo perdiéramos, a menos que Cristina desistiera de ser
candidata, porque tenía el techo bajo y ese condicionante era imposible de
superar. Para ella, claro, porque para cualquier otro no existía el
impedimento, y cualquiera era cualquiera: Massa, Urtubey, Lavagna, el que
apareciera esa semana.
Y sin embargo el balotaje no fue,
y Macri perdió en primera vuelta, y se va. Por amplkios ocho puntos y más de
dos millones de votos de diferencia, que ahora le parecen pocos comparados con
los números de las PASO a muchos de los que estuvieron años hablando de techos
bajos, balotajes inevitables y hegemonías macristas. Y el balotaje no fue por
responsabilidad de la madurez de la dirigencia opositora, y por la movida de
Cristina nominando como candidato a Alberto, que nadie vio venir, nosotros
incluidos.
Ese conjunto de factores hizo
posible este final de un proceso que había arrancado en diciembre de 2017, en
plena hegemonía del macrismo triunfante en las elecciones de medio término, en
la resistencia en las calles y en el Congreso a la reforma previsional; que
Macri logró imponer al costo de empezar a dinamitar su propio proyecto de
reelección. Hoy todo lo que vino después es historia conocida, pero entonces y
bastante tiempo después, los tirapostas de siempre seguían con sus monsergas:
la larga hegemonía macrista era inevitable, a menos que Cristina desapareciera
del mapa.
Que el macrismo haya sido
derrotado ampliamente en primera vuelta en lugar de afrontar un azaroso
balotaje en tiempos de polarización peronismo-antiperonismo es un logro
político inmenso, más si se lo pondera en un contexto regional cada día más
crítico: para empezar, la unidad opositora se construyó después de que en
Brasil el “lawfare” en forma de “lava jato” se llevara puesta la candidatura de
Lula, y el PT no lograra articular una estrategia alternativa eficaz para frenar
la salida por ultraderecha de la crisis, con Bolsonaro.
“Law fare” y “lava jato”,
dijimos: como habrán cambiado los tiempos y como será de importante el triunfo,
que esta misma semana el macrismo en salida fracasó en su intento de imponer en
el Congreso la ley de “ficha limpia”, que habilitó en Brasil el puente de plata
para la llegada del fascista trogolodita al poder. Ojo: no lo decimos nosotros,
lo acaba de decir el propio Papa Francisco. Y fracasó porque no se sumaron al
intento muchos que en otros tiempos estaban seducidos por esas ideas pensadas
para acorralar a la política y a los políticos y fuerzas populares, y luego
comprendieron que estaban en juego otras cosas.
En estos mismos momentos, en los
que nosotros tendríamos que estar votando en el balotaje que no fue, Chile está
sacudido por las protestas sociales que no terminan de encontrar cauce
político, porque las fuerzas democráticas progresistas son también parte del
problema, porque el pacto de élites (la “Moncloa” chilena) estalló en mil pedazos,
y nadie tiene muy bien en claro que hacer con los pedazos, y con las protestas.
Y se acaba de sumar Colombia, exactamente en las mismas condiciones.
Acá, en Argentina, por el
contrario, al neoliberalismo se lo detuvo en las urnas, orquestando una
alternativa política a su programa, claro que fogoneada por las resistencias
sociales que iban generando. Mientras tanto, hoy Uruguay va a las urnas en un
balotaje de suerte dudosa (eso que conseguimos evitar acá), con las encuestas
coincidiendo en un posible triunfo de la derecha, y la salida del poder del
Frente Amplio tras 15 años en el gobierno.
Sin embargo, Ecuador y Bolivia
marcan que aun así no desaparecen las amenazas del horizonte: el panquecazo
traicionando el mandato electoral en un caso, y el liso y llano golpismo (que
algunos cómplices intelectuales persisten en no llamar por su nombre) en el
otro, son las formas que los sectores dominantes encontraron para seguir
gestionando sus intereses, por fuera de los bordes democráticos bajo los cuales
los pueblos defienden los suyos.
De hecho, la trágica experiencia
boliviana ya está alentando a muchos sectores a pensar acá en una “oposición a la
venezolana” sin medias tintas, ni compromisos democráticos, ni aceptación de la
voluntad popular: la amenaza gauchócrata de nuestros Camachos de volver a las
rutas para impedir todo posible cambio en el esquema de retenciones es apenas
un ejemplo, y no el único.
De modo que festejemos no haber
tenido que ir a votar éste domingo, y preparémonos para lo que viene, que no
será fácil, en ningún sentido. Lo único fácil (en nuestra opinión) es saber
cuales son los caminos que no tenemos que tomar, nunca más: como dijo Cristina
al cerrar la campaña: neoliberalismo, nunca más. Porque fuimos capaces de
construir la unidad para ganar, pero como decía Néstor: la unidad no es para
cualquier cosa, ni para bajar banderas.
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