Un día como hoy, hace 62 años, se apagaba la existencia de Enrique Santos Discépolo, Discepolín como se lo conoció; uno de los más grandes creadores de la cultura popular y -por que no- uno de los más finos intérpretes de la realidad que le tocó vivir.
Un hombre apasionado que supo transmitir su pasión existencial a todo lo que hacía, desde sus geniales creaciones en la música, el cine o el teatro (que forman parte ya del acervo cultural de nuestro pueblo), hasta su compromiso político con el peronismo, en aquellos tiempos en que la movilización popular del 17 de octubre abría paso a un país que ya ni sería el mismo; aunque algunos quisieran retroceder el reloj de la historia.
Discépolo fue un vate popular, y también un artista consagrado, que supo de as mieles del éxito, pero que nunca -como decía Evita- se dejó robar el alma que traía de la calle.
Que sufrió en carne propia por su compromiso político,en los meses finales de su vida y con su salud ya minada, el odio y el desprecio de sus colegas, que hasta ayer lo adulaban.
El destierro en vida en su propio círculo social, como luego les tocaría padecerlo tras la caída de Perón a otras figuras de la época (hace poco nos dejó una, la inolvidable Nelly Omar); por el simple (y tremendo) pecado de haber adherido al peronismo.
El odio gorila (ése mismo que hoy reclama diálogos y consensos) les negaba el reconocimiento que largamente se merecían quiénes -como Discepolín- habían hecho extraordinarias contribuciones en lo suyo, simplemente por haber expresado una posición política.
Algo para recordar hoy, cuando muchos impostan sufrimientos y persecuciones inexistentes, jugándolas de víctimas para vender un libro más, o tener otro punto de ráting.
A propósito de eso, el audio de apertura (una de las charlas radiales de "Pienso y digo lo que pienso") fue grabado en 9 de noviembre de 1951, sobre el filo de la veda electoral de los comicios del domingo 11; en los que por primera vez votarían las mujeres, y Perón sería reelecto con casi el 63 % de los votos.
Según nos cuenta Norberto Galasso en su biografía del poeta, la noche anterior cerró su campaña la fórmula de la UCR con un acto en plaza Constitución y Balbín (el candidato presidencial) criticó a Discépolo; al que acusó de "haberse vendido a la dictadura peronista para convertirse en su vocero".
En respuesta, Discepolín decía: "Reuniste a un pueblo para hablarle de mí, no tenías otra cosa que decir. ¿Vendido yo? ¡Inocente!. Si sabés que comprarme a mí es un mal negocio. Desde que nací hasta ahora vivo de mí y de mis obras. Por fortuna -o por desgracia- no hay nadie que pueda ayudarme. Sólo mis obras y el pueblo...no hay gobierno que pueda darle más éxito o menos éxito a una canción mía, a una obra mía, a una película mía.
Tengo el orgullo de mi independencia. Lo que yo le debo a esto gobierno es mucho más de lo que vos te creés. Le debo, desde mi soledad, la enorme dicha que goza el pueblo, el rumbo firme que lleva y el porvenir que vislumbro."
Discépolo no fue sólo un hombre comprometido políticamente, sino sobre todo un poeta y creador excepcional; pero su genio aplicado en función de lo que entendió como un deber de la hora (la defensa del proyecto político al cual adhería, y que estaba transformando el país) dejó también su rastro, en aquellas charlas radiales tituladas "Pienso y digo lo que pienso".
Y a Mordisquito, aquél contendor imaginario del poeta, nos lo podemos cruzar a diario en el trabajo, el barrio o las reuniones sociales; y lo escuchamos replicado hasta el infinito en radio, televisión y diarios.
La tremenda actualidad de la pintura de época de Discepolín es una prueba más de su genio; el que le hizo ganar un lugar permanente en el panteón de los destacados de la cultura popular; más importante aun que el lugar que se había ganado -y que muchos pretendieron negarle- en el Olimpo de los consagrados.
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