Por Raúl Degrossi
El resultado electoral del 14 fue tan contundente que generó una onda expansiva que crece con los días, y amenaza con llevarse puestos a muchos; aun antes de las elecciones del 23 de octubre: más que adelantar el resultado electoral de octubre, las PASO empezaron a configurar el escenario político y social de la Argentina en los cuatro años que se vienen del segundo mandato de Cristina.
La semana estuvo marcada por fuertes contrastes: comenzó con la finalización del escrutinio definitivo en la justicia electoral, y la conferencia de prensa de Randazzo, con una puesta escénica que me hizo acordar al atril de Néstor Kirchner; y terminó con la cena del Día de la Industria en Tecnópolis.
Valga el recuerdo para Néstor: en tiempos de cristinismo furioso, un merecido homenaje al tipo que sentó las vigas maestras del modelo que el 50,24 % de los argentinos acaban de plebiscitar en las urnas; y que inauguró con ese atril una nueva forma de comunicación política, que perforó la cáscara hueca que recubría a las principales plumas de los diarios hegemónicos, empezando a exponer en público toda su mediocridad.
La reacción destemplada de Clarín y La Nación, con sus entidades cooptadas como ADEPA, y sus periodistas satélites como Majul y Lanata, atrasa como mínimo una década: es como si ahora la gente saliera a las calles a cacerolear, y pedir que se vayan todos.
El parecido no es casual: ese era el escenario donde algunos comunicadores (como Lanata) se movían más cómodos, ni hablar en el menemismo; cuando la sociedad aceptó concederles un rol político central, sin que ellos acertaran a entender que lo ocupaban justamente porque no había política. Cuando volvió, ya nunca más supieron encontrar su lugar, o en todo caso persisten en ocupar el del ridículo.
Pero la reacción airada del "periodismo independiente amenazado por una dictadura autoritaria" -una estupidez en la que sólo ellos creen- no fue sólo la de un conjunto de egos exacerbados; sino la expresión de una estrategia corporativa y empresarial de los grandes medios, equivocada y -me atrevería a decir- suicida para sus propios intereses; pero estrategia al fin.
Sin esa precisión no se entiende que en este increíble muestrario de lugares comunes (o no lugares de un discurso que explique el panorama político argentino) que recopiló La Nación del jueves, y junto a Pagni, Majul, Ventura o Nelson Castro (al fin y al cabo simples peones de la estrategia de los medios donde trabajan), aparezca Gregorio Badeni.
Nada menos que el abogado que representa a Clarín en la causa por la no aplicación del artículo 161 de la ley de medios, con un discurso en absoluta línea con el planteo judicial que ha hecho el grupo: defender la persistencia de una situación monopólica e intereses de negocios, bajo el vaporoso manto de la libertad de expresión.
Sin embargo la reacción de los grandes diarios encontró como eco un estruendoso silencio a su alrededor: la oposición tiene sus propios (y serios) problemas con los que lidiar, como para detenerse a preocuparse por los de Clarín y La Nación, más allá de los menesterosos de apoyo mediático de siempre (como diría Víctor Hugo Morales) como Patricia Bullrich; afortunadamente cada vez más cercanos a la extinción electoral.
Y dentro del arco empresarial, el vacío creado en torno a la operación de victimización de los socios de Papel Prensa, es sólo comparable al modo en que le soltaron la mano a Techint en su puja con la ANSES por la colocación de miembros del directorio, o la distribución de los dividendos.
El acto del día de la industria en Tecnópolis (con empresarios desesperados por conseguir asiento y escuchar a Cristina, o que ella los viera, al mejor estilo de referentes territoriales del conurbano previo al cierre de listas), y el discurso del presidente de la UIA expresan con toda crudeza el fracaso de los socios mayoritarios de la AEA en alinearlos con su estrategia de guerra sin tregua al kirchnerismo.
Fracaso solo comparable al ocaso terminal de la Mesa de Enlace, después de que todos fueron sacando número para condenar los exabruptos de Biolcatti; y el propio presidente de la Rural tuvo que resignarse a escuchar desde su asiento en Tecnópolis (la contrafigura de la exposición de Palermo), no sólo el discurso de Cristina, sino el de De Mendiguren; ambos coincidentes en relegar al siglo XIX el modelo de país que expresa Biolcatti, que ciertamente pertenece a esa época.
Claro que el clima "kirchnerismo friendly" del cónclave de la UIA no debe llamar a engaños: en el peronismo es fuerte la pulsión por generar ciertas homologaciones con otras épocas, con escenarios de pacto social entre empresarios y trabajadores, como así también por encontrar una burguesía nacional que acompañe un proyecto de país para todos.
De Mendiguren no es Miguel Miranda, ni siquiera llega a ser Gelbard; y los sectores que expresan no piensan renunciar a su pliego reivindicativo: contención de las demandas salariales, recuperación de la competitividad (léase: tasa de ganancia) vía devaluación, "seguridad jurídica" para la inversión (léase garantía de que no habrá en el futuro medidas similares a la estatización de las AFJP). Tampoco la realidad del entramado empresarial de la Argentina es igual a la de los 50' o 70'.
Aun así, no es un dato menor que el kirchnerismo -con su persistencia en seguir un rumbo político y económico definido- haya logrado abrir una brecha para fracturar el bloque empresarial, y que parte de éste (con la UIA a la cabeza, pero con todo el G 6 adentro excluida la Rural) haya reconocido el valor político de un dato que suelen despreciar con su habitual primitivismo conceptual: un rotundo y aplastante triunfo electoral.
Seguramente no faltarán besamanos empresariales que se darán una estrategia de seducción hacia el gobierno, para convencerlo de que, lo que en realidad votó la gente el 14 de agosto fue su pliego de demandas, y no la profundización del modelo; pero aun en esa actitud hay un principio de reconocimiento de una evidencia que hasta aquí, parecían resistirse a aceptar: desde el 2003 para acá y gracias al kirchnerismo, la política ganó autonomía de acción frente a los poderes corporativos.
Para evaluar la estrategia empresarial que se expresó en la cena del jueves, hay que comprender la diferencia entre los intentos de entrismo que vendrán, y la enajenación de los dominios de la política a la lógica empresarial, que caracterizó al sistema político argentino desde la irrupción del menemato hasta el 2003.
Dije que había una derrota objetiva de los socios mayoritarios de la AEA (Clarín y Techint), y que la oposición tenía sus propios problemas con los que lidiar: ambos aspectos están íntimamente vinculados, desde que vastos sectores del arco político no kirchnerista decidieron atar su suerte al éxito de la estrategia corporativa.
En ese contexto hay que leer la profunda crisis del radicalismo (crisis que excede largamente lo puramente electoral), que se desliza por un plano inclinado a convertirse en una federación de partidos provinciales acentuando su perfil de derecha conservadora; la implosión del peronismo federal (con dirigentes en acelerado proceso de rekirchnerización, como Felipe Solá) y el estado catatónico en que ha quedado el duhaldismo desde el 14; empezando por el propio bañero de Lomas de Zamora.
No merece más que una mención el papelón del intento legislativo por imponer la boleta única: las denuncias previas de fraude lo salvaron de ser el mayor mamarracho político del año; y un consejo gratis: volver a seguir como hoja de ruta política la línea editorial de los grandes medios (como el burdo intento de politizar la muerte de Candela), sólo les traerá mayores desastres electorales, la sociedad está en otra sintonía muchachos; cuanto menos tarden en advertirlo, menos irreversible será el daño que sufran.
Estamos asistiendo al ocaso de las fuerzas políticas que sustentaron la salida de la crisis del 2001 con medidas en línea con los intereses de la AEA, como la ley de protección de bienes culturales, la mega devaluación o la pesificación asimétrica con licuación de pasivos empresariales.
Sin embargo los tiempos de la política marcan que hay elecciones generales el 23 de octubre, que Cristina debe ganarlas por el margen más amplio que sea posible (superando -si restuviera al alcance- los impactantes números de las primarias), y con un contundente respaldo en sus listas legislativas; por las razones que atinadamente apunta acá Gerardo.
Lo que nos lleva a otro punto: hay cuestiones que sólo la política puede resolver, y la agenda que tiene por delante el Congreso en lo inmediato (prórroga de la emergencia, Presupuesto, prórroga de impuestos, pago de la deuda con reservas, volver a recuperar las facultades delegadas, trabajo agrario, ley de tierras, personal de casas de familia) es muy clara, y apremiante en ese sentido.
De allí que el kirchnerismo -justamente por la responsabilidad que le crea el aluvión de votos recibidos- no puede limitarse a contemplar la destrucción ajena, y solazarse con ella: tiene que marcar agenda, tanto como tender puentes (o por lo menos hacer el intento) a lo que quede del arco político como resultado inmediato de los resultados electorales, y como resultado mediato de la reforma política; algo sobre lo que considero no se ha puesto aun la debida atención en los análisis que circulan.
1 comentario:
Felicitaciones por este post.
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