LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

sábado, 10 de diciembre de 2011

EL SEGUNDO MANDATO DE CRISTINA Y LOS TÉRMINOS DEL DEBATE POLÍTICO


Por Raúl Degrossi

Leyendo esta nota de La Nación de hoy -escrita apenas terminado el discurso de Cristina en el Congreso- pareciera que el tiempo se hubiera detenido, y siguiéramos en el 2007; que la discusión política en la Argentina se hubiera cristalizado, y estos cuatro años (con conflicto agropecuario, debate por la ley de medios, crisis internacional y muerte de Kirchner adentro) no hubieran sucedido, y todo estuviese más o menos igual.

Es más: el título de La Nación denota que la tribuna de doctrina ni siquiera se dio cuenta de que el amigo Geraldinho discontinuó la publicación de El Sorete.

Aunque le cueste expresarlo públicamente (por el contrario, empezando por la propia Cristina, hay cierto empeño persistente en machacar las premisas conocidas), el kirchnerismo ha demostrado ser capaz de reinventarse a sí mismo, de adaptarse a las circunstancias y absorber nuevas demandas, para mantener la iniciativa política.

Mientras tanto el conglomerado opositor parece empecinado en repetir siempre la misma mecánica trillada, de hacer seguimiento de la agenda que marcan los grandes medios (cuya línea editorial está interferida permanentemente por la defensa de intereses concretos), y hasta repetir a pie juntillas el libreto que desde estos les arman.

Pareciera que no hay allí una lectura atenta del resultado electoral, ni el menor atisbo de autocrítica al respecto; y el fugaz (y retaceado) reconocimiento de méritos al kirchnerismo luego del 23 de octubre, dio paso al regreso de los discursos apocalípticos, simplistas, despojados de toda complejidad argumental, y -en no pocos casos- extraídos de la más pura pre política, por no decir anti política. 

Y que esos discursos se repitan cuando las urnas han pasado a cuarteles de invierno -al menos por el momento- a sus cultores más conocidos como Carrió o Duhalde, marca que no es asunto de tal o cual figura protagónica, sino una tendencia del conglomerado opositor del sistema político.

Que se haya discutido por semanas quien tomaría el juramento a Cristina, o que hoy se polemice (como lo hacen en la nota de La Nación los dirigentes de la Coalición Cívica) por la fórmula que ella eligió -evocando a Néstor- o porque la banda se la colocó Florencia, empobrece el debate político; sin que a esa chatura la salven las comparaciones históricas (como la que se hace con la coronación de Napoleón): erudición y estupidez están cercanas, no solo en el diccionario.

Cuando después de un proceso político tan intenso como el que vivió la Argentina estos último cuatro años, se produce un desenlace electoral tan contundente como el del 23 de octubre, es imperioso  extraer consecuencias del resultado hacia adentro de cada una de las fuerzas políticas (incluyendo al oficialismo) y en la relación entre ellas: eso también es sintonía fina, y ciertamente imprescindible.

Repasando el comportamiento de la dirigencia opositora en la jornada de la asunción de Cristina, el panorama no da para ser muy optimistas, respecto a que en los próximos años levante el nivel de debate político en la Argentina.

Desde la actitud displicente de Alfonsín (me niego a seguir llamándolo Ricardito, si su familia y amigos no están dispuestos a hacerlo entrar en la vida adulta, es problema de ellos) hasta las frases huecas de De Narváez (él mismo un oxímoron político: sin discurso, sin partido, sin estructuras, y con cada vez menos votos), pasando por los dirigentes de la Coalición Cívica que asumieron el liderazgo en reemplazo de Carrió, para decir las mismas cosas que siempre dijo Carrió; o los inverosímiles planteos de Solanas o Claudio Lozano.

Digo inverosímiles porque eso son: la distancia entre el carácter transformador de las propuestas que tiran alegremente al aire, y la precariedad de las construcciones políticas en las que se embarcan una y otra vez para llevarlas adelante es tan grande, que bastaría como argumento para desecharlas; pero apunto otro elemento: Solanas es hoy un elemento marginal al sistema político tanto como Carrió o Duhalde, y Lozano ocultó convenientemente su revolucionario programa durante toda la campaña electoral, detrás de la flema conservadora de Binner, a la que él y sus compañeros de ruta como De Genaro, Donda y Tumini, le deben sus bancas y beneficios anexos.   

Algo parecido le sucede al radicalismo: cuando enumera los temas que habría que discutir y que Cristina omitió en su discurso, uno hasta podría llegar a acordar en líneas generales. El problema es que el planteo parte de un partido inmerso en una crisis prolongada que ya parece terminal, que ha resuelto un nuevo papelón electoral en clave de ensimismarse una vez más en la disputa del poder partidario, y que aun le debe a los argentinos una mínima autocrítica por el desastre del gobierno de De La Rúa; pasos que -en mi entender- son previos y necesarios para sumarse al debate político desde otro lugar. 

Pero las oscuridades que ensombrecen el debate político argentino también pueden alcanzar al oficialismo, si no comprende cabalmente que el resultado electoral le crea derechos, pero también obligaciones; comenzando por la imensa responsabilidad de administrar un considerable capital electoral conformado tanto por votos conformistas que le exigen a Cristina "que deje todo como está", como por otros tantos votos exigentes, que le pedimos que profundice las transformaciones en marcha, y acometa las pendientes.

Entender como conciliar ambas expectativas es la parte medular de la ya famosa "sintonía fina" de los años por venir.

La asunción de Cristina se vio rodeada por escenas de alegría popular (quizás no con la masividad que era de esperarse: fue notoria la ausencia de los gremios por el distanciamiento con Moyano) porque el hecho era, sin dudas, histórico: el tercer mandato presidencial consecutivo de un mismo proyecto político (hecho inédito en nuestra historia política), un triunfo electoral rotundo sorteando todo género de adversidades, la primera mujer presidente que a su vez fue reelecta.

Intuyo que la alegría estuvo más vinculada a lo pasado que a lo por venir: es consecuencia lógica de la cultura del aguante y la trinchera, de ver que después de tanto remarla (a veces en soledad, a veces en minoría) se ha llegado a la meta, y con resto.

Matizando un poco la afirmación anterior, diré también que esa alegría (aun la que cada uno pudo sentir en su casa siguiendo la jornada por la tele) tiene mucho de esperanza fundada, de confianza en un proceso histórico que ha perserverado ocho años en un rumbo claro y definido; lo que es tan cierto como que mantener o renovar esa esperanza y esa confianza en el futuro, requiere de más certidumbres concretas.

La sintonía fina debe llegar también al debate, incluso al debate interno (sobre todo al interno, diría), para pasar de las simples consignas como "profundizar el modelo", empezando a darles contenido concreto, y traducirlas en acciones; porque el apoyo electoral hay que revalidarlo con hechos, en el cambiante humor social de todos los días.

Si bien hay que sostener la mística poderosa que se forjó en esa cultura del aguante y la resistencia para bancar al gobierno (y que le da al kirchnerismo un plus enorme sobre todas las demás fuerzas políticas), cuando se alcanza una mayoría electoral tan contundente como la que logró Cristina esa mística debe ser resignificada, para ponerla al servicio de las transformaciones pendientes.

Y eso requiere huir de la trampa del debate político en los términos simplistas en que los medios lo proponen, y la oposición replica: desde el 54,11 % somos nosotros (empezando por el gobierno, siguiendo por cada militante y adherente del proyecto que encabeza Cristina) los que mayores responsabilidades tenemos al respecto; incluyendo (por que no) tender puentes a los demás para ampliar -tanto como sea posible- las bases de sustentación política de las transformaciones que vengan.    

No se me escapa que el método de construcción política del kirchnerismo (más aun después de la muerte de Néstor) puede conspirar contra eso (un núcleo reducido, un sistema centralizado de toma de decisiones, un sistema vertical de comunicación política); pero con ese ADN llegó a donde está hoy, que no es poco; por ende hay que pensar en la parte que nos toca a nosotros.

De lo contrario se llegará en el debate político argentino a un punto muerto, en el que todos parecen estar cómodos en rol que les toca jugar, hasta que el cimbronazo que altera los roles viene desde afuera, generalmente desde los intereses que nunca se someten a la voluntad popular.

Para los que adherimos al proceso iniciado el 25 de mayo del 2003 sería la mejor forma de honrar la memoria de Néstor Kirchner: usufructuar al máximo cada espacio que él, con su audacia y sus convicciones, ganó para la política como herramienta ordenadora de la sociedad, por encima de la lógica de las corporaciones. 

Espacios que están desde entonces disponibles para todos (aunque no lo estarán eternamente, y conservarlos o ampliarlos depende de nosotros); incluso para una dirigencia opositora que -con su mediocridad general- insiste en desertar del compromiso con un debate político en serio, para fortalecer a la democracia argentina.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

agrego este video de Copani
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=S_OvtCSNM34

Anónimo dijo...

Viendo por tv el gesto displiciente de alfonsin mientras escuchaba el discurso presidencial, leyendo y escuchando las opiniones de lozano, binner y otros, creo que es ser muy generoso hablar de mediocridad opositora.
Por otra parte, si bien el método de construcción política del kirchnerismo que se alude en el escrito, no es lo que quisiéramos, pregunto ¿puede haber uno mejor con los dirigentes que tenemos?. ¿no es hora de hacernos un replanteo fuerte y sincero hacia adentro?
Saludos. Jorge