Desde que se suspendió la final de la Libertadores entre River y Boca andan
rondando todo tipo de hipótesis conspirativas al respecto: que la zona liberada
de las fuerzas federales por su interna con la Metropolitana, que la devolución
de gentilezas de la barra de River porque le secuestraron plata y entradas de
la reventa, que una operación orquestada por Boca para ganar la copa en los
escritorios de la Conmebol.
Lo concreto es que
se llega a la suspensión por el rotundo fracaso del operativo de seguridad
montado por la nueva policía creada desde cero por el macrismo, en (des)
coordinación con fuerzas federales que también maneja el PRO: el eficientismo
en la gestión de la derecha en un tema caro a sus afectos como la seguridad, en
crisis. Y el presidente desde la Narnia perpetua de su inimputabilidad, diciendo que no comprende un fenómeno (el que rodea al fútbol) del cual fue protagonista principal durante años.
Hubo también mucho
de ensayos de sociología berreta y zonceras autodenigratorias como diría
Jauretche, intentando socializar las culpas por el papelón internacional, y
diluir así las responsabilidades concretas del gobierno; y no faltaron los
sociólogos de café que nos aportan el dato obvio de la connivencia entre los
sectores violentos del fútbol y la violencia, que es tan vieja como mear en los
portones.
Sin embargo, este
último dato -que nadie discute- tampoco excluye las responsabilidades del PRO,
una fuerza por antonomasia nacida de esa connivencia, que no se explica sin
ella y que la proyectó desde el fútbol, a todos los rincones del aparato del
Estado: la justicia (como Stornelli y los demás fiscales que estaban a cargo de
la seguridad del club, como Angelicci, operador en tribunales del oficialismo), las fuerzas de seguridad, los servicios de inteligencia
(Arribas es empresario futbolístico, elegido por Macri siendo presidente de
Boca para las transferencias), o el reclutamiento de funcionarios para las
distintas áreas del gobierno.
Se podrá argüir que
en realidad el semillero del PRO fueron las empresas de SOCMA y es cierto, pero
el paso de Macri por Boca fue crucial para su futuro político: los éxitos en
Boca fueron la vidriera para llegar al gobierno de la CABA, y su gestión en la
CABA fue a su vez la plataforma de instalación de su candidatura presidencial.
Lo que no excluye que el macrismo también tenga sus
tentáculos en River y otros clubes, e impulse las sociedades anónimas deportivas para hacer
negocios y ganar influencia en todos los clubes.
Pero volvamos a los
piedrazos del sábado al micro de Boca, y al fracaso del operativo de seguridad:
acaso muchos hoy no lo recuerden, pero en 2007, apenas ganó las elecciones para
ser Jefe de Gobierno porteño, Macri insistió hasta conseguir una audiencia con Néstor
Kirchner (ver foto de apertura); en la que le planteó su deseo de modificar la
Ley 24.588 (“ley Cafiero”) para que la ciudad quedara autorizada a crear su
propia policía de seguridad, y lo consiguió: la Ley 26.288 sancionada en
septiembre de ese año modificó el artículo 7 de la “ley Cafiero”, y fue el
puntapié inicial para la existencia de la Policía Metropolitana.
La supuesta fuerza
profesional creada desde cero, que vendría sin los vicios de las fuerzas de seguridad
provinciales y federales existentes, mejor formada, equipara y remunerada; que
comenzó un despliegue paulatino por un territorio de apenas 200 kilómetro
cuadrados, a punto tal que durante meses muchos porteños se preguntaban en joda
si solo estaban para bajar gastos de los árboles, o ayudar a los ancianos a
cruzar la calle.
Sin embargo, con el
paso del tiempo fue quedando claro que sus objetivos eran otros: apalear
indigentes, vendedores ambulantes, manteros, piqueteros, docentes,
sindicalistas o trabajadores movilizados, movimientos sociales, extranjeros
indeseables o jubilados; en un frenesí represivo del que no se salvaron ni los
enfermos y los médicos y enfermeros del Borda. Esas fueron sus “hipótesis de
conflicto”, para las que fueron entrenados y formados; y al parecer, no les
dejaron tiempo para ocuparse de los barras bravas, o de la seguridad de un
micro con jugadores de fútbol de un equipo visitante llegando a un partido
decisivo.
Les guste o no a
los radicales, el ensayo alfonsinista de la autonomía porteña injertado en la
reforma constitucional del 94’, concebida como la “isla republicana” amurallada
institucionalmente frente a las horas peronistas del conurbano en la que la UCR
sobreviviría los temporales electorales, terminó siendo llevado hasta sus
extremos por Macri; transformándola en un country privado y cerrado del
antiperonismo, donde la negrada no tendría cabida, o solo sería aceptada en la
medida estrictamente indispensable para cumplir las tareas de servicio, sin
protestar ni quejarse. Y para eso el rol de la Metropolitana era y es crucial.
Las otras
derivaciones que le encontró Macri al asunto de la autonomía, vinieron por
añadidura como consecuencia natural de la “nueva derecha moderna y democrática”
gestionando el Estado: el intento de convertir a la CABA en un paraíso fiscal o
registral amigable para las sociedades off shore, la insistencia en lograr el
traspaso del juego y el puerto, los negocios inmobiliarios con bienes públicos,
rubro en el cual Rodríguez Larreta se viene revelando como un discípulo
aventajado, capaz de superar a su propio maestro.
Después de todo, quizás la imposibilidad de
organizar correctamente el operativo de seguridad de un partido de fútbol, o
menos aun, de garantizar el traslado de un micro sin inconvenientes, tengan que
ver con una acumulación de otras tareas, que se consideraron más relevantes.
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