LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

domingo, 5 de mayo de 2019

LA INTERNA DE LA QUE NO SE HABLA


Durante la campaña previa a las PASO del último domingo el protagonismo mediático se lo llevaron las peleas entre los ex socios, por más de 10 años, en el Frente Progresista: se revolearon con de todo Lifschitz, los socialistas y los radicales “progres”, con Corral y los radicales de “Cambiemos”.

Trataban de ese modo de copar la escena, pugnando por el voto antiperonista e invisibilizando al PJ y el frente “Juntos”. Sobre el final de la campaña, hubo un giro: Lifchstiz empezó a ningunear a Corral, polarizando con el peronismo y en especial con Omar Perotti, al decir que la pelea por la gobernación estaba entre él y Bonfatti.

Trataba de ese modo de llevar hacia el candidato del socialismo, el voto de María Eugenia Bielsa, que lo cruzó en público por meterse en la interna de otro partido. Y lo acaba de hacer de nuevo ahora, reafirmando su compromiso con la candidatura de Perotti, y el apoyo al frente "Juntos".

Con los resultados puestos, están evaluando como moverse para captar el voto de Corral con un discurso antiperonista, y al mismo tiempo votos de Bielsa con un discurso “progre”, o hasta “kirchnerista”; cosa que les dificultó el propio Bonfatti, con aquellas declaraciones en las que (al mejor estilo Del Caño) dijo que para él y el socialismo, kirchnerismo y macrismo eran lo mismo. Acaso estaba anticipando que iban a salir a pescar en las dos peceras.

Sin embargo, hay otra “interna” de la que nadie habla, y es la que se viene dando en forma larvada (y no tanto) hacia el interior del socialismo, entre Lifschitz y Bonfatti.

Interna que estalló cuando el gobernador rompió el pacto sellado entre ambos para turnarse en el poder cada cuatro años al estilo de Reutemann y Obeid cuando el peronismo gobernaba la provincia, lanzando la idea de la reforma constitucional con reelección incluida: el proyecto cruzaba de plano el intento de Bonfatti por volver a la Casa Gris.

Tanto que cuando se empantanó en la Legislatura (en buena medida porque el propio Bonfatti lo cajoneó en Diputados, más allá de que nunca logró consenso del resto de las fuerzas políticas), Lifschitz amagó con plantarle un “caballo del comisario” como candidato propio a gobernador, en la interna del Frente Progresista, pero quedó solo en eso: un amago, para medir fuerzas internas.

O no, porque a la hora del cierre de listas el gobernador (que se reservó para sí el primer lugar en la lista de diputados provinciales, como lo hizo Bonfatti en el 2015 al dejar el gobierno), depuró prolijamente la lista de candidatos del Frente Progresista de “bonfattistas”, incluyendo en la purga a los que aspiraban a renovar sus bancas, como Galassi o Di Pollina.

Ante la previsible queja por quedar afuera, la respuesta fue de manual: “tranquilos muchachos, no hay de que preocuparse: Antonio gana la elección, vuelve a la gobernación, y los acomoda a todos en el gabinete”. El sobreentendido de la respuesta era “¿O no le tienen fe, y quieren un reaseguro?”.

Sin embargo, pasaron cosas: la perfomance electoral del candidato del FPCyS fue menos rutilante de lo esperado, y -sobre todo- la del frente encabezado por el PJ en general y de Omar Perotti en particular, mejor de lo previsto. Tanto que sumando los votos de María Eugenia Bielsa, terminaron unos 12 puntos por encima del oficialismo provincia, diferencia que encendió luces de alarma.

Más que nada para Bonfatti, cuyo retorno al Poder Ejecutivo ya no se puede dar por descontado, porque Lifschitz fue el candidato más votado al encabezar la lista de diputados; claro que como dijimos al analizar los resultados, por mucho menos diferencia de la que esperaba, y a unos 134.000 votos menos de la suma de los candidatos del PJ a gobernador; cifra que le impidió salir a decir -directa o indirectamente- que si le hubieran habilitado la reforma constitucional y la reelección, él ganaba seguro.

Solo en ese marco se puede entender la absurda insistencia del gobernador en llevar adelante la consulta popular por la reforma, decidida unilateralmente por el propio Lifschitz por decreto, y sin las garantías de transparencia necesarias, dado que no intervendrá en ella el Tribunal Electoral de la provincia: busca con desesperación generar un hecho político que le permita decir que él es el político más respaldado de la provincia (no ya del oficialismo), y que la gente estaba de acuerdo con reformar la Constitución, para dejarlo competir por la reelección.

Claro que esa conclusión es como mínimo amañada, porque la consulta (además de estar flojita de papeles desde el vamos) solo habilita las opciones de votar por sí o por no a la reforma, sin ninguna discusión sobre los contenidos. Para peor, el Tribunal Electoral acaba de validar que la consulta se haga, en una bochornosa resolución basada en que firmó un convenio con el Poder Ejecutivo, para que se realice en los mismos lugares de votación que la elección general; después de declararse incompetente para fiscalizarla, como disponía el decreto de convocatoria. 

Pero lo que se busca (o lo que busca Lifschitz) con la consulta es simplemente un golpe de efecto a futuro, para el caso que la Legislatura (e incluso la presidencia de Diputados, como la tuvo Bonfatti) no le de el brillo que él espera, y dentro de cuatro años quiera volver, y se encuentre en el mismo punto en el que está hoy Bonfatti: con una cuesta de votos difícil de remontar.

Golpe de efecto no solo y no tanto para la interna partidaria (aunque seguramente allí la hará valer también), sino hacia el nuevo gobierno de la provincia, si es el de Omar Perotti: el “fantasma de Lifschitz”, como antes y por años, estaba el fantasma de Reutemann, sobre cada habitante de la Casa Gris. Y de paso, disimular el piñazo político que significaría perder el gobierno a manos del peronismo, después de 12 años; entre otros factores, como consecuencia de la boleta única que el socialismo tanto encomia, e impide que una categoría de cargos traccione a las otras.

La cuestión es en que medida estas reyertas internas, de las que siempre quedan rencores, no influyen en la campaña de un Frente Progresista al que no le sobra ningún voto, y necesita conseguir bastantes más para permanecer en el poder.

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