Cristina era -por lejos- la dirigente
política más popular del país cuando dejó su cargo frente a una Plaza de Mayo
repleta aquel 9 de diciembre de 2015, y también entonces lideraba la principal
fuerza opositora al nuevo gobierno; tanto por volumen electoral, como por
representación institucional en el Congreso.
Sin embargo, cuando
la autodenominada “oposición responsable” (buena parte de la cual había llegado
a sus bancas en las listas del FPV, y al amparo de su capital político) decidió
disfrazar sus coincidencias de fondo con los grandes pilares del modelo
macrista de “aportes a la gobernabilidad” para sacarle al peronismo el
sambenito de saboteador de gobiernos de distinto signo, no la convocaron ni a
ella ni al kirchnerismo como expresión política con representación
institucional para discutir las condiciones de un posible entendimiento con el
gobierno; que algunos como Pichetto y parte de la coalición oficialista soñaban
como una “Moncloa” criolla.
Por el contrario,
Cristina y el kirchnerismo fueron estigmatizados, expulsados del territorio de
la legitimidad política y confinados a la persecución judicial, mientras el
núcleo básico del modelo de valorización financiera para la fuga de capitales
se desplegaba con el apoyo explícito de esa misma “oposición responsable”, que
se “sacaba el sombrero” ante el levantamientos del cepo, o aprobaba el acuerdo
con los fondos buitres o el blanqueo de capitales, junto con la “ley del
arrepentido”, el instrumento de la persecución a la fuerza mayoritaria.
Las consecuencias
perniciosas de ese modelo fueron advertidas antes (en lo que se denominó
despectivamente “campaña del miedo” y durante las discusiones en el Congreso, y
hoy, cuando están a la vista de todos, desde esa misma “oposioción responsable”
Massa pide que Macri convoque a Cristina, para organizar una transición
ordenada no hasta el fin al de su mandato, sino hasta las elecciones, en seis
meses.
Sabrán disculpar
los compañeros que creyeron ver en el gesto del tigrense un guiño a la unidad,
o un reconocimiento implícito al liderazgo o la centralidad de Cristina, pero
nos permitimos disentir al respecto: ni los antecedentes, ni el contexto (en un
acto de reafirmación de su candidatura presidencial, con fuertes críticas al
kirchnerismo) ni las consecuencias del llamado autorizan, en nuestra modesta
opinión, esa conclusión.
Ver si no al final el video con lo más importante de lo que dijo, y sobre todo como responde cuando le preguntan sobre Cristina y el kirchnerismo: con la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción, y la "extinción de dominio"; y cuando le preguntan que hizo bien el gobierno, señala -en el país de los DNU por cualquier cosa, los presos políticos y los jueces de la Corte metidos por decreto- los avances en materia de transparencia y calidad institucional. Le preguntan por un posible acuerdo de unidad de distintos candidatos presidenciales para la gobernación bonaerense, y responde que hay un decreto que lo prohíbe.
Ver si no al final el video con lo más importante de lo que dijo, y sobre todo como responde cuando le preguntan sobre Cristina y el kirchnerismo: con la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción, y la "extinción de dominio"; y cuando le preguntan que hizo bien el gobierno, señala -en el país de los DNU por cualquier cosa, los presos políticos y los jueces de la Corte metidos por decreto- los avances en materia de transparencia y calidad institucional. Le preguntan por un posible acuerdo de unidad de distintos candidatos presidenciales para la gobernación bonaerense, y responde que hay un decreto que lo prohíbe.
Todo indica que
estamos en presencia de una pura maniobra de especulación política para
comprometer públicamente a la candidata con mayor intención de voto en las
encuestas, en la distribución de los costos que genera el desastre de las
políticas que Massa posibilitó con sus apoyos en el Congreso, y otras
instancias, como el foro de Davos. Algo así como cuando en las vísperas de la
interna peronista de 1988, Menem capitalizó el desgaste que le ocasionó a la
imagen de Antonio Cafiero haber pactado con Alfonsín un paquetazo impositivo
para intentar mejorar la situación de las cuentas públicas, y evitar la crisis
que finalmente estallaría igual, llevándose puesto al gobierno.
Lo de Massa -para
nosotros- está emparentado con las declaraciones de Lavagna propiciando una
reforma constitucional para impedir la reelección presidencial, generándole así
un condicionante adicional desde el vamos al futuro presidente (que nacería
“pato rengo” desde el vamos), y con los disparates de Moreno pidiendo que
Cristina se corra de la competencia electoral, Macri renuncie a su cargo y lo
reemplace Lavagna, elegido por la Asamblea legislativa, aun sin ser miembro del
Congreso; para dar paso a un “gobierno de unidad nacional”.
Soluciones absurdas
que no harían sino agravar la crisis, justamente cuando la magnitud de ésta
exige un poder institucional más fortalecido, frente a poderes no
institucionales desmadrados por la relajación de la autoridad presidencial al
límite de su virtual disolución en el ejercicio por Macri; y con un choque de
trenes en marcha entre las distintas fracciones del capital, para incidir en el
rumbo económico del futuro gobierno. Los argentinos sabemos por experiencia
(1989, 2001) que es justamente en situaciones de excepcionalidad institucional
cuando esos poderes fácticos obtienen beneficios más gigantescos, a costa de
nuestros derechos y nuestro nivel de vida.
Si bien no se nos
escapa que los tiempos del cronograma electoral parecen eternos para la premura
de las urgencias sociales y el grado de descomposición cotidiana que exhiben
las variables económicas, el entuerto en el que Macri nos ha metido es tanto
económico (fruto de la insistencia en sostener un modelo inviable) como
político: como pasaba en el 2003, el Estado está quebrado, el poder
presidencial devaluado y la política uncida al carro de las lógicas
corporativas. Por eso como entonces, la trabajosa reconstrucción debe empezar
por la política, para poder de inmediato empezar a remediar la economía.
Y para que eso
ocurra y aunque a muchos les parezca intolerable, Macri debe llegar al final de
su mandato, debe haber elecciones y él, su proyecto y lo que en el fondo
representan deben ser derrotados lo más ampliamente posible en las urnas; de
modo que el nuevo gobierno asuma con la mayor legitimidad disponible, porque la
va a necesitar y mucho; tanto para plantarse frente al poder económico, como
para absorber las previsibles críticas del macrismo social, que sobrevivirá
cuando el macrismo político e incluso el propio Macri sean anécdota, y entonces
-previsiblemente- asumirán frente a ese nuevo gobierno la actitud de hacer como
si nada hubiera pasado, como si la pesadilla de estos cuatro años no hubiera
existido, o no la hubieran apoyado.
Una actitud
parecida a las de los que plantean (dentro y fuera de la coalición oficialista)
una “Moncloa” criolla como si estuviéramos en 2002, y no solo el macrismo no
hubiera ocurrido, sino y sobre todo, tampoco el kirchnerismo. Por eso imaginan
salidas mediante alquimias institucionales para negarle a Cristina revalidarse
mediante un amplio triunfo electoral; tal y como Menem le negó a Néstor
Kirchner el balotaje en el 2003, y por las mismas razones: si “Néstor pudo”
como rezaba la consigna instalada estos días en las redes sociales, con un 22 %
y sin segunda vuelta, ¿cómo no va a poder ella, ganando en primera vuelta?
El rechazo a estos
experimentos “moncloístas” no debe entenderse como un rechazo a la búsqueda de
la mayor unidad opositora posible, ni al pacto social que está en el ADN del
peronismo desde sus orígenes. Pero precisamente el pacto social que Perón
ensayó en sus gobiernos no era -como los
pactos de la Moncloa- la sacralización de un modelo injusto y regresivo, o un
acuerdo de impunidad de sus perpetradores, sino un consenso distributivo para
ordenar las pujas sectoriales, en la búsqueda de un modelo de desarrollo
integrado, independiente, incluso y con una distribución más justa del ingreso.
Así como Néstor
decía que la unidad no debía ser para cualquier cosa o para resignar banderas,
se trata de que un nuevo gobierno, legitimado por el voto mayoritario de los
argentinos, siente a la misma mesa a los que estén dispuestos a acordar en esas
premisas y comprometerse a cumplirlas; incluso a fracciones del capital que confrontaron fuertemente con su
gobierno y los de Cristina, pero también están sufriendo la destrucción que
genera el macrismo: hoy, en un modelo de economía de mercado, muchas empresas
valen mucho menos que cuando el “populismo chavista estaba a punto de convertirnos
en Venezuela”, según reza el relato oficial. No acordar transiciones, ni
compartir responsabilidades, ni hacer pactos espurios para garantizar la
prolongación del modelo macrista, más allá del mandato de Mauricio Macri. Tuit relacionado:
Desafío a que alguien se fume los 19 minutos de video, y me diga exactamente en que parte encuentran un guiño de este salame a la unidad, y un reconocimiento implícito del liderazgo de Cristina: https://t.co/9q4xGUrC0p— La Corriente K (@lacorrientek) 30 de abril de 2019
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