LA FRASE

"ME DICEN QUE ESTÁ VINIENDO PARA ACÁ EL MINISTRO CAPUTO, ASÍ QUE TRÁIGANME ESA REMERA QUE DICE "NO HAY PLATA"." (KRISTALINA GEORGIEVA)

jueves, 2 de mayo de 2019

LA MONCLOA DE LAS URNAS


Cristina era -por lejos- la dirigente política más popular del país cuando dejó su cargo frente a una Plaza de Mayo repleta aquel 9 de diciembre de 2015, y también entonces lideraba la principal fuerza opositora al nuevo gobierno; tanto por volumen electoral, como por representación institucional en el Congreso.

Sin embargo, cuando la autodenominada “oposición responsable” (buena parte de la cual había llegado a sus bancas en las listas del FPV, y al amparo de su capital político) decidió disfrazar sus coincidencias de fondo con los grandes pilares del modelo macrista de “aportes a la gobernabilidad” para sacarle al peronismo el sambenito de saboteador de gobiernos de distinto signo, no la convocaron ni a ella ni al kirchnerismo como expresión política con representación institucional para discutir las condiciones de un posible entendimiento con el gobierno; que algunos como Pichetto y parte de la coalición oficialista soñaban como una “Moncloa” criolla.

Por el contrario, Cristina y el kirchnerismo fueron estigmatizados, expulsados del territorio de la legitimidad política y confinados a la persecución judicial, mientras el núcleo básico del modelo de valorización financiera para la fuga de capitales se desplegaba con el apoyo explícito de esa misma “oposición responsable”, que se “sacaba el sombrero” ante el levantamientos del cepo, o aprobaba el acuerdo con los fondos buitres o el blanqueo de capitales, junto con la “ley del arrepentido”, el instrumento de la persecución a la fuerza mayoritaria.

Las consecuencias perniciosas de ese modelo fueron advertidas antes (en lo que se denominó despectivamente “campaña del miedo” y durante las discusiones en el Congreso, y hoy, cuando están a la vista de todos, desde esa misma “oposioción responsable” Massa pide que Macri convoque a Cristina, para organizar una transición ordenada no hasta el fin al de su mandato, sino hasta las elecciones, en seis meses.

Sabrán disculpar los compañeros que creyeron ver en el gesto del tigrense un guiño a la unidad, o un reconocimiento implícito al liderazgo o la centralidad de Cristina, pero nos permitimos disentir al respecto: ni los antecedentes, ni el contexto (en un acto de reafirmación de su candidatura presidencial, con fuertes críticas al kirchnerismo) ni las consecuencias del llamado autorizan, en nuestra modesta opinión, esa conclusión. 

Ver si no al final el video con lo más importante de lo que dijo, y sobre todo como responde cuando le preguntan sobre Cristina y el kirchnerismo: con la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción, y la "extinción de dominio"; y cuando le preguntan que hizo bien el gobierno, señala -en el país de los DNU por cualquier cosa, los presos políticos y los jueces de la Corte metidos por decreto- los avances en materia de transparencia y calidad institucional. Le preguntan por un posible acuerdo de unidad de distintos candidatos presidenciales para la gobernación bonaerense, y responde que hay un decreto que lo prohíbe. 

Todo indica que estamos en presencia de una pura maniobra de especulación política para comprometer públicamente a la candidata con mayor intención de voto en las encuestas, en la distribución de los costos que genera el desastre de las políticas que Massa posibilitó con sus apoyos en el Congreso, y otras instancias, como el foro de Davos. Algo así como cuando en las vísperas de la interna peronista de 1988, Menem capitalizó el desgaste que le ocasionó a la imagen de Antonio Cafiero haber pactado con Alfonsín un paquetazo impositivo para intentar mejorar la situación de las cuentas públicas, y evitar la crisis que finalmente estallaría igual, llevándose puesto al gobierno.

Lo de Massa -para nosotros- está emparentado con las declaraciones de Lavagna propiciando una reforma constitucional para impedir la reelección presidencial, generándole así un condicionante adicional desde el vamos al futuro presidente (que nacería “pato rengo” desde el vamos), y con los disparates de Moreno pidiendo que Cristina se corra de la competencia electoral, Macri renuncie a su cargo y lo reemplace Lavagna, elegido por la Asamblea legislativa, aun sin ser miembro del Congreso; para dar paso a un “gobierno de unidad nacional”.

Soluciones absurdas que no harían sino agravar la crisis, justamente cuando la magnitud de ésta exige un poder institucional más fortalecido, frente a poderes no institucionales desmadrados por la relajación de la autoridad presidencial al límite de su virtual disolución en el ejercicio por Macri; y con un choque de trenes en marcha entre las distintas fracciones del capital, para incidir en el rumbo económico del futuro gobierno. Los argentinos sabemos por experiencia (1989, 2001) que es justamente en situaciones de excepcionalidad institucional cuando esos poderes fácticos obtienen beneficios más gigantescos, a costa de nuestros derechos y nuestro nivel de vida.

Si bien no se nos escapa que los tiempos del cronograma electoral parecen eternos para la premura de las urgencias sociales y el grado de descomposición cotidiana que exhiben las variables económicas, el entuerto en el que Macri nos ha metido es tanto económico (fruto de la insistencia en sostener un modelo inviable) como político: como pasaba en el 2003, el Estado está quebrado, el poder presidencial devaluado y la política uncida al carro de las lógicas corporativas. Por eso como entonces, la trabajosa reconstrucción debe empezar por la política, para poder de inmediato empezar a remediar la economía.

Y para que eso ocurra y aunque a muchos les parezca intolerable, Macri debe llegar al final de su mandato, debe haber elecciones y él, su proyecto y lo que en el fondo representan deben ser derrotados lo más ampliamente posible en las urnas; de modo que el nuevo gobierno asuma con la mayor legitimidad disponible, porque la va a necesitar y mucho; tanto para plantarse frente al poder económico, como para absorber las previsibles críticas del macrismo social, que sobrevivirá cuando el macrismo político e incluso el propio Macri sean anécdota, y entonces -previsiblemente- asumirán frente a ese nuevo gobierno la actitud de hacer como si nada hubiera pasado, como si la pesadilla de estos cuatro años no hubiera existido, o no la hubieran apoyado.

Una actitud parecida a las de los que plantean (dentro y fuera de la coalición oficialista) una “Moncloa” criolla como si estuviéramos en 2002, y no solo el macrismo no hubiera ocurrido, sino y sobre todo, tampoco el kirchnerismo. Por eso imaginan salidas mediante alquimias institucionales para negarle a Cristina revalidarse mediante un amplio triunfo electoral; tal y como Menem le negó a Néstor Kirchner el balotaje en el 2003, y por las mismas razones: si “Néstor pudo” como rezaba la consigna instalada estos días en las redes sociales, con un 22 % y sin segunda vuelta, ¿cómo no va a poder ella, ganando en primera vuelta?

El rechazo a estos experimentos “moncloístas” no debe entenderse como un rechazo a la búsqueda de la mayor unidad opositora posible, ni al pacto social que está en el ADN del peronismo desde sus orígenes. Pero precisamente el pacto social que Perón ensayó en sus gobiernos no era  -como los pactos de la Moncloa- la sacralización de un modelo injusto y regresivo, o un acuerdo de impunidad de sus perpetradores, sino un consenso distributivo para ordenar las pujas sectoriales, en la búsqueda de un modelo de desarrollo integrado, independiente, incluso y con una distribución más justa del ingreso.

Así como Néstor decía que la unidad no debía ser para cualquier cosa o para resignar banderas, se trata de que un nuevo gobierno, legitimado por el voto mayoritario de los argentinos, siente a la misma mesa a los que estén dispuestos a acordar en esas premisas y comprometerse a cumplirlas; incluso a fracciones del capital que confrontaron fuertemente con su gobierno y los de Cristina, pero también están sufriendo la destrucción que genera el macrismo: hoy, en un modelo de economía de mercado, muchas empresas valen mucho menos que cuando el “populismo chavista estaba a punto de convertirnos en Venezuela”, según reza el relato oficial. No acordar transiciones, ni compartir responsabilidades, ni hacer pactos espurios para garantizar la prolongación del modelo macrista, más allá del mandato de Mauricio Macri. Tuit relacionado: 

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