Leíamos esta excelente nota de Juan Gabriel Toklatián en Página 12 con un minucioso repaso de la situación
de los diferentes países de América Latina en orden a la reaparición de las
fuerzas armadas como actor político principal, por acción u omisión; como lo
comprueba por ejemplo la comparación que hace el autor entre los procesos de
Venezuela y Bolivia: en un caso son puntales decisivos del sostenimiento del
gobierno de Maduro, y en el otro fueron claves para que la intentona golpista
contra Evo prosperara.
Más allá de que uno se siente
tentado a traspolar las cosas a la Argentina y ver como andamos por acá en ese
rubro, lo que queda claro es que décadas de neoliberalismo casi sobreimpreso al
fin de las dictaduras militares abiertas en el continente no han pasado en
vano, y las democracias de América Latina se han revelado mucho más frágiles e
inestables de lo que se creía, amenazadas como están por el peso específico de
factores extra institucionales, y las propias debilidades de los sistema
políticos: crisis de los partidos, el fenómeno de la corrupción, la
fragmentación de las organizaciones sociales, y la segmentación misma de la
sociedad, que produce esta etapa del capitalismo.
Porque es en ese contexto que las
FFAA han recuperado protagonismo, y vuelven a convertirse en árbitros de los
conflictos políticos y sociales, en tanto se las asocia a los dispositivos
represivos cuando estallan rebeliones populares (como está pasando en Chile), o
se interpela su rol de guardianes del orden constitucional, cuando la
movilización en el espacio público y el desafío a las autoridades elegidas es
protagonizado por sectores sociales ganadores del modelo neoliberal, que
sienten amenazados sus intereses o privilegios. En cualquier caso lo que hagan
terminará inclinando el fiel de la balanza, pero no son el único factor que
incide, o sobre el que los gobiernos democráticos de la región deban trabajar,
para fortalecer sus bases de sustentación política.
De hecho, en un mismo plano de
importancia aparecen en la mayoría de los países las fuerzas de seguridad, en
especial en aquellos que, por carecer de una organización federal (como Chile,
Ecuador o Bolivia) tienen una fuerza unificada en todo el país, respondiendo al
gobierno central y con estructura más vertical o militarizada aun, por esa
circunstancia. Así como fueron protagonistas de la rebelión contra Correa en
Ecuador en su momento, en Bolivia fueron el germen para que creciera el
movimiento golpista, hasta hacerse incontrolable, sin una represión
indiscriminada que ni Evo Morales estaba dispuesto a desatar, ni las fuerzas
armadas bolivianas a llevar adelante; como queda claro ahora, cuando sí
reprimen a los que se levantan en defensa del gobierno depuesto.
Más allá de las disquisiciones
teóricas que alguno pueda hacer sobre el origen de clase de sus miembros (en
especial de las fuerzas policiales), lo cierto es que en América Latina las
fuerzas armadas y de seguridad (instrumentos indispensables de todo Estado
moderno, casi sin excepciones, no es esa la discusión), pese a los roles
constitucionales que tienen asignados para defender las instituciones
democráticas o el orden público, en tiempos en que la doctrina de la seguridad
nacional de las dictaduras es revisitada bajo la forma de las “nuevas amenazas”
diseñadas por el dispositivo militar de Estados Unidos, terminan siendo en la
mayoría de los casos guardianes de un determinado orden político, social y
económico, que puede o no coincidir con la orientación política del gobierno al
cual en teoría sirven; con roles claves (repetimos, por acción u omisión) en el
control de la protesta en el espacio público, la arena en la que se dirimen los
conflictos en la región, casi con más frecuencia que en las urnas.
Con dispares avances en los
diferentes países no puede decirse que, a la vista de los hechos, se haya
avanzado mucho en la efectiva democratización de las fuerzas armadas y de
seguridad, si se entiende por tal su pleno acatamiento a las órdenes de las
autoridades civiles en cualquier circunstancia, y una aceptación sin fisuras de
las doctrinas, objetivos y estrategias definidos para sus instrumentos armados
por el poder político, incluso en leyes y constituciones: la penetración ideológica de la agenda de los Estados Unidos por
diferentes vías en las fuerzas armadas y de seguridad, introduce una tensión
permanente hacia su interior, pues tiende a incrementar su pulsión (que viene
de los tiempos de las dictaduras) a operar con agenda propia, desvinculada de
la que fijan los gobiernos elegidos por los pueblos. Y cuando ambas agendas
entran en conflicto, por regla general atienden sus propias prioridades, más
allá de sus obligaciones legales o constitucionales.
Y en circunstancias críticas como
las que está viviendo Bolivia, esa “doble dependencia” o “doble comando” (el
formal legal por un lado, el real conceptual por el otro) hace crisis, y los
resultados son más o menos previsibles: que un gobierno sea ungido por los
votos no quita que en determinadas circunstancias deba sostener su legitimidad
mediante el uso legítimo de la fuerza monopolizado por el Estado, pero si no
tiene un control político efectivo sobre el instrumento que lo debe desplegar
(sean las fuerzas armadas o de seguridad), se verá amputado de una parte
esencial de sus facultades, y corre el riesgo de ingresar en zona de
inestabilidad permanente, o caer.
Lo cual no es poco en un contexto
en que los Estado nacionales (más allá de la orientación política de sus
circunstanciales gobiernos) ven restringida su capacidad de decisión soberana
por el peso del endeudamiento, y adoptan o les son impuestas políticas de
desregulación del flujo de inversiones o los movimientos de capitales que los
ponen a tiro de los “golpes de mercado”, con eficacia desestabilizadora más
poderosa que un regimiento de tanques desplegado en la calle; y en el que los
grupos económicos más grandes acumulan un poder efectivo mayor que el de muchos
de esos propios Estados.
Sumemos a eso la prédica
disolvente, golpista y antidemocrática de conglomerados de medios hegemónicos
que representan los intereses de las fracciones más concentradas del capital y
obran en consecuencia socavando la legitimidad de los gobiernos electos cuando
no les responden, los poderes judiciales reproduciendo comportamientos de casta
que los aíslan de la sociedad mientras vehiculizan estrategias de “law fare”
para intervenir decisivamente y con un sentido bien definido en las disputas
política, y servicios de inteligencia que travesaron indemnes años de
democracia operando con agenda y conexiones propias; y tendremos un combo
explosivo que mina desde adentro la fortaleza de los Estados democráticos, con
tanta mayor velocidad si sus gobiernos deciden imprimirle a su gestión un rumbo
hacia la ampliación de derechos de los sectores populares, lo que supone
necesariamente avanzar sobre las minorías del privilegio.
He allí un inmenso desafío no
solo para la gobernabilidad presente, sino para la subsistencia futura de la
propia democracia en América Latina que, más temprano que tarde, sus gobiernos
deberán afrontar porque está en riesgo su propia supervivencia. Post relacionado.
3 comentarios:
Nuestras democracias sudamericanas son tristemente formales porque la clase política, en su gran mayoría, se encargó de banalizarlas.
La Constituyente del 94 fue una gran oportunidad para impulsar vocación de evolución e ideas de futuro pero fue totalmente desaprovechada por la superficialidad y falta de imaginación.
Las nuestras son democracias formales porque la formalidad es más económica de producir que la sustancia.
Para las sucesivas élites partidarias argentinas quedó claro que la mejor inversión sería, siempre, la realizada sobre las guardias pretorianas. Desacreditadas las FFAA por su pasado inmediato, invertir en la expansión de las fuerzas del orden, cuya lealtad temporaria candidamente se presupone resultó ecuación evidente. Dignificar cuerpos que habían nacido con el síndrome de la subalternidad era apuesta segura y redituable.
El trabajo de aggiornamiento material y conceptual de los militares que más tarde el Kirchnerismo comprendio debía iniciar se interrumpió una vez salida Cristina (quien a su vez había "invertido" muy fuertemente en la Gendarmería y la Prefectura como modo de contar con fuerzas de movilización rápida y de alcance federal).
Macri descuartizó las FFAA porque su credo servil al extranjero para así lo pedía.
Pero no nos engañemos, si a las FFAA no se les puede ofrecer una visión que imante, un sentido patriótico, una teleología, nunca apoyarán al control político.
A la luz de lo que viene aconteciendo desde hace décadas en el subcontinente, no se trata ya de proveer a esas fuerzas de infraestructuras y modernizacion: es un sentido lo que les falta. Sin eso, sólo serán jornaleros (y muy peligrosos) del que pague mejor. Saludos. Claudia.
Es más, la proclama de usar el Ejercito para "ayudar" a los damnificados por inundaciones, etc....no será acaso, otra sugerencia del país del Norte para procurar lograr empatía entre estas fuerzas y los sectores damnificados por esos hechos en donde el Estado - a través de los organismos pertinentes - se ha desentendido totalmente durante estos años de Neoliberalismo ?
Lo que nos debe quedar en claro de bolivia...es que aca en argentina estos chetos no van a reconocer nunca mas el resultado de una eleccion...
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