Apenas sucedida la tragedia de Villa Gesell, que se cobró cuatro jóvenes vidas, era previsible lo que se venía.
El carroñeo de la noticia, el atosigar a los familiares, el buscar culpables, los programas con especialistas en rayos, etc., etc., era lo que se veía venir, y se vino. Seguramente vendrá el velorio, el entierro, los amigos, los testigos...
El problema mediático fue no tener las imágenes del preciso momento del fallecimiento de las víctimas y carecer de un culpable. Entonces se hizo hincapié en las declaraciones del pobre padre quien, en medio de su terrible dolor, en medio de su llanto, espetó que Dios no existe.
Fuera de la discusión de si existe, no o se ignora, el tema es el salvajismo de ponerle el micrófono a una persona en esa circunstancia. No es la primera ni será la última vez que se haga. Así se responde a la mórbida, a la morbosa audiencia de casos como éstos, sin importar ni respetar a la persona sufriente.
Ya se sabe que la televisión es un negocio y tiene los códigos de ello. Días pasados una mediocre movilera y comentarista pero con cámara (Mercedes Ninci), dijo que el reportaje a Pierri con su hijito en la falda era un fracaso, que ella hubiera presionado al niño hasta que "cante" todo lo que sabía (no se sabe si con micrófono o picana).
Televisión como esta es la que domina y forma parte de la batalla que hay que dar.
1 comentario:
El menor no debió estar en pantalla, su padre no debió comentar su trabajo con su cliente de esa manera, los medios no deben reproducir comentarios acerca de un menor ni mucho menos comentar que lo harian "cantar", bien sabido es que esa expresión se refiere a inducir con maltratos físicos o psicológicos la declaración de alguien , sin poder comprobarse si los dichos son veraces o producto de la necesidad de que cesen los maltratos.
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