LA FRASE

"LA GENTE ENTIENDE LAS DIFICULTADES Y ACOMPAÑA, EN BAHÍA BLANCA LOS VECINOS NOS GRITABAN EMOCIONADOS "DE USTEDES YA NO ESPERAMOS NADA"." (LUIS PETRI)

sábado, 15 de marzo de 2025

GANAR LA CALLE

 

En noviembre del año pasado y a propósito de la condena contra Cristina, decíamos en ésta entrada (cuya lectura íntegra nos permitimos recomendar, por ser de estricta actualidad): "Imaginemos por un momento como se las gastaría un poder económico que ha hecho de las instituciones y la república simples herramientas al servicio de sus intereses, si la política decidiera ir más a fondo en otras cuestiones, en las que ciertamente habrá que avanzar algún día si queremos profundizar esto que llamamos democracia, o hacer que el nombre tenga algo del sentido que perdió hace rato.".

"Porque pese a que sostenemos periódicamente el ritual de las elecciones, cada día va perdiendo un poco de su sentido profundo. Este contexto de ininterrumpida degradación institucional y democrática -en el que el vaciamiento y la parálisis del Congreso son uno de los puntales esenciales del régimen- debe iluminar también la hoja de ruta de un futuro gobierno, al menos si es uno que corresponda a la tradición nacional, popular y democrática, o se reivindica como parte de ella.".

"Después del experimento con seres vivos que está asolando a la Argentina hay que volver al gobierno por las urnas -no hay otro modo-, pero no basta con organizar una arquitectura electoral eficiente y esperar que el desgaste del régimen haga el resto: hay que darle ya, desde el llano, otro significado al voto futuro que le vamos a pedir a la ciudadanía. Que no es otro que su sentido real, el que nunca debió perder: cambiar las cosas en serio, para transformar una realidad injusta y lacerante para millones de compatriotas.".

"La propuesta no está exenta de riesgos, claro está, pero se trata de tensionar positivamente a la democracia en busca de su sentido profundo, para detener su progresivo vaciamiento y su prostitución que la está convirtiendo en un significante vacío, desprovisto de sentido, que termina generando engendros como Milei. No podemos seguir jugando a que: a que hay democracia, a que tenemos instituciones, a que rige la Constitución, a que nos preocupan la pobreza o la desigualdad, a que seguimos siendo un país soberano, o con los atributos de tal. Hay que intentar algo distinto y alguien tiene que hacerlo, por nosotros, por el país, por su futuro y el de la inmensa mayoría de sus habitantes.".

Dijimos también en su momento que el atentado contra Cristina (y sobre todo las reacciones posteriores de buena parte del arco político y del sistema judicial) habían dejado claro que no estaba tan extendido y generalizado como pensábamos el consenso democrático respecto a la erradicación de la violencia (incluida la supresión física del adversario). El despliegue represivo actual del gobierno de Milei (un presidente elegido por el voto que no cree en la democracia) para frenar la protesta social contra su gobierno es simplemente la confirmación de que tal suposición sobre la amplitud de ese consenso era errada.

Lo mismo sucede -se nos ocurre- con los presuntos beneficios que se pensó acarrearía a la estabilización de las instituciones democráticas que la derecha argentina se reconvirtiera en clave electoral con eficiencia y en condiciones competitivas. Por esos días podemos comprobar cuan ciertas son las convicciones democráticas y republicanas de esa derecha en sus encarnaciones partidarias, y -sobre todo- en su expresión de poder económico. 

Desde que disputan con chances de ganar las elecciones (inclinando la cancha a través de la colonización de la subjetividad de los electores a través de los dispositivos de construcción de sentido que controlan), solo les interesa que el voto cuente cuando ganan ellos, y sin importar por cuanto. Cuando eso sucede, desaparecen las preocupaciones por limitar al poder o controlarlo, y no hay contrapoderes que valgan, ni los medios o el periodismo, ni mucho menos la justicia: los nuevos valores que hay que garantizar a cualquier precio son la gobernabilidad y, como siempre, los negocios.

Aunque para ello sea necesario reprimir. De allí que cuando se dice que los planes económicos de ajuste no cierran sin represión, no se trata de una consigna vacía o efectista: no se pueden disociar ambas cosas porque la experiencia histórica concreta enseña que siempre van indisolublemente unidas, y desconocerlo es no solo equivocar el análisis, sino falsear la realidad.

Lo que nos lleva al rol político que hoy cumplen las fuerzas de seguridad, parangonable al que tuvieron como actores decisivos las fuerzas armadas en las dictaduras. "El control de la calle" de la calle es para nuestra derecha un asunto de primer orden, porque supone demostrar fortaleza y la capacidad de repeler cualquier desafío contra su poder y sus políticas, y toda transigencia al respecto sería mal vista por los factores del poder económico local y externo, de cuyo apoyo dependen de modo decisivo planes económicos como el actual que son insostenibles a largo plazo; medidos incluso en términos estrictamente capitalistas, no hablemos va de su sustentabilidad política, social o ambiental. 

De allí que la democratización y el efectivo control político sobre las fuerzas de seguridad (una de las principales tareas pendientes de nuestra larga construcción democrática) sea asunto de primera urgencia para el futuro gobierno; tanto como una profunda reorganización de las fuerzas políticas populares, que no puede prescindir de la movilización, hacia su interior y en contacto con la sociedad: si en la calle (y en las rutas, si es necesario) la derecha defiende sus privilegios, es allí donde hay que ir a arrancárselos; sin dejar de usar al mismo tiempo todos los recursos institucionales legítimos de los que se disponga.

No esperar pasivamente a que la sociedad se defienda a sí misma, como las hinchadas salieron en defensa de los jubilados, porque sería el equivalente a esperar que la solidaridad social supla la ausencia del Estado en las catástrofes.

No alcanza -como dijimos antes- con una arquitectura electoral eficiente o seductora, hay que desarrollar una propuesta política y económica viable y consistente. Y ejecutarla requiere de un espesor de consenso social en torno a ella que hoy no existe, y nadie está buscando. No hay tarea más urgente, ni siquiera los reordenamientos partidarios, las alianzas o frentes electorales, y mucho menos las candidaturas a cualquier cargo.

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