El lanzamiento del globo de ensayo de la probable candidatura testimonial de Macri en las legislativas del año que viene es una muestra de la debilidad de la construcción política del PRO, tanto como de los límites concretos que encuentra el despliegue de la candidatura presidencial del Jefe de Gobierno porteño para el 2015; candidatura de la que Macri, hoy por hoy, no puede desistir sin suicidarse políticamente.
Lo que el año pasado fue una decisión acertada (no competir contra el huracán Cristina) que lo puso a salvo del descalabro opositor, no puede repetirse en el futuro porque transformaria en una debilidad lo que era una fortaleza: privilegiar la reelección en su distrito por sobre la aventura presidencial lo catapultó como el principal prospecto opositor al kirchnerismo, reiterar esa estrategia en el próximo turno presidencial para preservar el principal capital político del PRO en el terruño porteño lo condenaría a no poder trascender nunca esos límites, con un futuro más que probable de intrascendencia política.
Las dificultades concretas de la gestión porteña y el avance de la causa por las escuchas son otros dos elementos (uno estructural, el otro que se proyecta sobre su imagen) que completan un cuadro complicado para el ex presidente de Boca, cuyo experimento político encuentra además límites políticos objetivos para su crecimiento cuantitativo y territorial.
Las reuniones con dirigentes radicales (incluida la última con buena parte de la cúpula de la UCR) y las fotos de ocasión con dirigentes del peronismo con perfil opositor (como la de la semana pasada en Córdoba con De La Sota) son muestras de una búsqueda algo indefinida de apoyos y alianzas en estructuras partidarias (el PJ y la UCR) que el macrismo supuso -para estas alturas- más disgregadas de lo que están, y por ende más permeables a la cooptación de dirigentes sueltos para sumarlos al PRO, de lo que hasta acá efectivamente han sido.
Inmerso en el conflicto sin fin del subte porteño, si al capricho de pretender su administración sólo si subsiste el nivel actual de subsidios nacionales a la prestación del servicio, y las agresiones al conjunto de los gobernadores acusándolos de debilidad ante Cristina (que ya le valieron una durísima réplica de Sapag, el gobernador de Neuquén), no parecen decisiones estratégicamente acertadas de Macri para abonar una construcción presidencial, menos apelando a la bandera del federalismo; que se ha convertido para la derecha argentina en un sucedáneo eficaz para encubrir su verdadero programa político.
El ya citado caso del subte es revelador en extremo de las dificultades que presentan para el macrismo (tanto como expresión política, como en la persona misma de Macri) las rispideces y complejidades concretas de la gestión pública, y del fracaso del experimento de trasvasar, sin más, la lógica empresarial al Estado; fracaso que molesta mucho al Jefe de Gobierno, según es notorio y se puede percibir.
Y si bien es cierto que el núcleo duro de sus votantes expresan más una opción ideológica que una decisión sustentada en la valorización concreta de una gestión de gobierno, son sectores con tradicional volatilidad electoral a la que no les faltan opciones que considerar, y que también demandan -más tarde o más temprano- respuestas concretas; sea en el estricto plano de la gestión, como en el de la consolidación de una propuesta opositora al kirchnerismo: hasta acá, dos flancos débiles de Macri y el PRO.
Ese hecho justamente es el que corroe su perfomance electoral en la propia CABA toda vez que el mismo Macri no sea candidato (como le sucedió a Michetti en las legislativas del 2009, o a Melconián en su candidatura a senador en el 2007), compometiendo su sucesión en la jefatura del gobierno porteño, y sumando otro factor de tensión a los dilemas que plantea al ingeniero su futuro político: si fuera menester competir por otro mandato al frente de la ciudad (para no correr el riesgo de que ésta cambie de manos, y se termine el PRO tal como lo conocemos), debería impulsar una reforma constitucional exactamente igual a la que cuestiona en la Nación; y la confesión de debilidad política que la movida implicaría sería ya inocultable.
Por otro lado su candidatura presidencial necesita afirmarse y despegar, para llegar al 2015 en condiciones de garantizar un caudal de votos que le permita al menos (dentro de las reglas constitucionales sobre mayoría exigible para ganar) aspirar a un lugar en el balotaje; contra la propia Cristina si hubiera reelección, o contra su candidato si no la hubiera.
Y para eso necesita garantizar el crecimiento de la fuerza propia en el interior del país (algo que hasta el presente sólo consigue con Miguel Del Sel en Santa Fe, y habrá que ver si el ex Midachi repite su perfomance de las elecciones provinciales del año pasado), afianzar alianzas que traccionen votos con estructuras partidarias con cierto desarrollo más que con dirigentes sueltos (que además en el peor de los casos buscan que el propio Macri les aporte votos, y no al revés, que es lo que se requiere), y definir un perfil de propuesta política.
En los dos últimos sentidos se percibe cierta confusión en las usinas del duranbarbismo que alimentan el discurso del candidato: en el caso de las alianzas, porque el gurú ecuatoriano pareciera vacilar entre inclinarse por una apertura al radicalismo (quizás -como partido- más cercano a su visión, pero seguramente entendido por él como demasiado aferrado a métodos y estructuras de toma de decisiones que considera arcaicos), o al peronismo no kirchnerista, que le resulta repulsivo en términos estéticos, y por sus antecedentes le hace abrigar dudas sobre cual de las partes sería en ese caso la que terminaría conduciendo y capitalizando la alianza.
Y por el lado del discurso político, es evidente que Macri y el PRO han virado en los últimos tiempos hacia una radicalización ideológica explícita, que se manifiesta en el tránsito de la estética amable de los globos y el pelotero, a la zambullida fácil en las pulsiones autoritarias sin tapujos; como en el caso del 0800 articulado como respuesta primitiva a la cuestión de la aparición de la Cámpora en las escuelas.
Es que Macri candidato (habrá que ver si con del consejo de Durán Barba, o contra él) ha repetido la tradicional estrategia opositora contra el kirchnerismo de atar su suerte a los dictados de Clarín, que lo arrasta en su furia destructiva contra el gobierno nacional (acicateada por la cercanía del plazo en el que debería desinvertir de acuerdo a la ley de medios); y lo fuerza a extremar el discurso para seguirle el paso.
Aunque ubicarse en ese registro pueda responder a las íntimas convicciones de Macri y del PRO y sus votantes promedios, no parece una estrategia que estén siguiendo sino que les resulta impuesta, y es claramente equivocada vista desde las necesidades políticas de su candidatura presidencial para tornarse competitiva, que fueron planteadas más arriba.
Es de manual que cualquier radicalización mayor del discurso político con inequívocas definiciones de corte ideológico fideliza al electorado ya captado, en la misma medida en que restringen la capacidad de captar a otro, lo que es imprescindible para que el ensayo presidencial de Macri tenga probabilidades de éxito.
Lo que no es un dato no menor considerando la concreta personalidad del Jefe de Gobierno porteño, alguien con dudas temperamentales que no se toleran por mucho tiempo en el competitivo mundo de la política práctica; y alguien además acostumbrado a no perder e imponer siempre su voluntad, en una actividad en la que lo primero es el primer aprendizaje básico, y lo segundo el principal límite que hay que reconocer, para poder desarrollar la estrategia correcta para superarlo.
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