Cuando ocurrieron acá los cacerolazos contra el gobierno de una porción de las clases medias urbanas, se alertaba sobre el confuso mensaje político que expresaban, y sobre todo sobre la dudosa adhesión de muchos participantes a los principios democráticos.
Por el contrario, algunas de las consignas (como aquélla del célebre cartel pidiendo "Devuélvannos el país") daban cuenta de gente flojita de papeles en materia de convicciones democráticas, que empiezan justamente por aceptar que gobierna el que más votos obtuvo, aunque a uno pueda no gustarle.
Gente impaciente y poco dispuesta a esperar el estricto cumplimiento de los plazos constitucionales de duración de un gobierno, para volver a intentar -por la vía del voto- consagrar un gobierno más afín a su forma de entender las cosas.
Este análisis era descalificado de plano, con el argumento de que se trataba de simples ciudadanos, manifestándose espontáneamente en el espacio público y reclamando por (supuestas) libertades conculcadas, o el hastío por la corrupción, o la inseguridad: pero inequívocamente en contra del gobierno.
Más o menos la misma discusión se repitió a propósito de la marcha del 18F "en homenaje a Nisman y reclamando justicia" (a propósito: ¿tendrá conciencia cierta gente de lo endebles y efímeros que son los héroes a los que se abraza?)
Hace poco días se realizaron en Brasil masivas manifestaciones contra el gobierno de Dilma -ojo: hablamos de millón a millón y medio de personas, en un país con 206 millones de habitantes- a propósito del escándalo de Petrobras; pidiendo el "impeachment" (juicio político) de la presidenta que lleva apenas dos meses y medio de su nuevo mandato.
Y en no pocos casos (como lo comprueba la imagen de apertura, pero hay muchas similares circulando en las redes sociales, ver si no acá las que aporta Barricada) reclamando abiertamente la intervención de las fuerzas armadas para interrumpir el proceso constitucional y destituir al gobierno del PT.
Incluso algunos reclamaron la intervención militar de los EEUU, "para evitar que el país caiga en las garras del comunismo"; acaso inflamados por lo que está pasando en Venezuela, y la arremetida yanqui.
Al igual que acá, las manifestaciones fueron fogoneadas abiertamente por los medios hegemónicos: O Globo informó a sus televidentes que levantaba su programación habitual para cubrir en vivo todos los aprestos de las marchas, y el desarrollo de éstas hasta el final, además de arengar a la audiencia para que concurriera: cualquier semejanza con la Argentina de TN, sería pura casualidad.
Y también en espejo con los cacerolazos argentinos, las marchas de protesta brasileñas presentaron un marcado sesgo clasista, y el recurso de la corrupción (que al parecer no existiría en los gobiernos de la derecha, como lo comprobaría el caso de Collor de Melo) como amplio justificativo de todo, para evitar decir abiertamente a qué medidas del gobierno de Dilma se oponen, o para donde quisieran que se dirigiera Brasil.
Todo eso en el marco de un tufillo (más que eso: una insoportable baranda) golpista a cielo abierto, que parece ser moneda corriente entre la gente linda y bien pensante de ésta parte del mundo; disconforme con los extravíos populistas que han predominado en la región en los últimos años.
A lo mejor ahora y por una cuestión de tamaños, algunas almas bellas que por acá se emocionan con tantas demostraciones de civismo, terminan aceptando y entendiendo de que va realmente la cosa.
3 comentarios:
que locura ! no sabia esto, es una veradera locura la falta de memoria del pueblo brasilero,que lástima
es una parte del pueblo, son los cacerolos, aca tambien muchos compatriotas, creen que "con los milicos estábamos mejor"
No más del 10% de la población. Marginales cerebrales.
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