LA FRASE

"NO ES TAN DIFÍCIL DE ENTENDER: ESTELA DE CARLOTTO ES GOLPISTA Y EL GENERAL VIDELA LO ÚNICO QUE HIZO FUE COMBATIR AL TERRORISMO." (VICTORIA VILLARRUEL)

miércoles, 13 de junio de 2018

DE LAS BANDERAS, ¿SÓLO JIRONES?


Las condiciones de la transición democrática argentina tras el terrorismo de Estado desplegado por la última dictadura afectaron al sistema de partidos en general, y al peronismo en particular: surgió una democracia condicionada por límites invisibles y el temor de tirar del mantel, llevándose puesto un sistema que se intuía frágil, y cuya perduración en el tiempo no podía aventurarse. 

Sobre esas bases (comunes a buena parte de los procesos políticos latinoamericanos) que se consolidaron en el tiempo, se fueron imprimiendo otros fenómenos como el final de la guerra fría, la caída de los socialismos reales que gobernaban y el despliegue del capitalismo financiero a nivel mundial, en forma de globalización.

Para el peronismo, la continuidad democrática trajo aparejada la tentación -pocas veces resistida- de convertirse en el PRI argentino: una maquinaria de poder pragmática, sin demasiadas certezas permanentes ni convicciones ideológicas que obraran como lastre al objetivo de perpetuarse en él, y dispuesta a adaptarse a los tiempos y a navegar con las corrientes de época. Pasó con el menemismo, ocurrió con el kirchnerismo y vuelve a pasar ahora; en tiempos de restauración conservadora en el país, al menos a juzgar por la doncuta de muchos de sus dirigentes.

Ese clima cultural condicionó la praxis política, el lenguaje y el discurso: palabras como revolución, imperialismo, oligarquía, patria, colonia, cipayos, capitalismo, liberación, dependencia o explotación desaparecieron del debate, se lavaron, o se resignificaron; y en su reemplazo aparecieron un discurso y una práctica política de bordes redondeados, no filosos ni cortantes; que llegó al extremo de suprimir de la política la dimensión del conflicto, o la pugna de intereses: “gobernar para todos” fue así la zoncera de época que sintetizó todo un modo de concebir a la política.

Pero aunque no se las mencione -como si así se las exorcizara y dejaran de existir- todas las categorías que seas palabras "malditas" expresaban siguen estando vigentes: el imperialismo invade, bombardea y mata, las oligarquías siguen explotando a los pueblos, el capital se despliega por todo el globo y la lucha de clases se perpetúa, aunque su resultado sea desde hace tiempo la victoria constante de una sola de ellas. De idéntico modo, el colonialismo adquiere nuevas formas, la cipayería como actitud mental se renueva y perfecciona, la necesidad de cambios estructurales profundos para cortar las cadenas de la dependencia, el atraso y la injusticia es cada día más notoria y evidente.

Lo cual coloca al peronismo en una disyuntiva que es distinta, por caso, a la del radicalismo, fuerza cuya razón de ser (la pureza del sufragio, la vigencia de la democracia y las instituciones) está formalmente satisfecha; de allí que los postulados de la revolución del Parque ya no puedan ser hoy base de ningún programa de acción política, del mismo modo que ya no es necesario recurrir a la intransigencia y la abstención electoral.

En el peronismo., en cambio, la cosa es diferente, porque los dramas principales que explicaron su aparición histórica siguen allí, sin ser resueltos, y por el contrario, se agravan, en la medida en que la oligarquía (sí, esa que nos contaron que había desaparecido justo cuando se perfeccionaba diversificándose) está empeñada no en llevar al país hacia un futuro más venturoso (como aquella oligarquía de la generación del 80’, en la que convivían el espíritu progresista con la mentalidad colonial), sino en retornarlo al estadio de evolución anterior al peronismo, al que le atribuyen todas las desgracias nacionales. Así lo dicen incluso explícitamente los voceros del régimen gobernante, sin que a muchos dirigentes peronistas les cause escozor.

Un país pastoril, sin derechos laborales, ni sindicatos, ni huelgas ni paritarias, sin trabajadores organizados; pero también sin científicos, sin satélites, ni centrales nucleares, ni computadoras en las escuelas; sin política exterior propia, sin destino de integración regional, sin siquiera ensayar la reivindicación de su propio territorio frente al -si, igual que siempre- imperialismo colonialista, con fuerzas armadas convertidas en gendarmes del orden interior, brazo armado de la represión a la protesta social.

Los acontecimientos de la realidad (porfiada ella por definición) se empeñan en volver a instalar los dilemas del pasado, como en los tiempos de Braden o Perón, o como cuando aquel coronel del pueblo se convirtió en el líder de los trabajadores argentinos; aun en una sociedad fragmentada, con otro sistema productivo en el que el trabajo industrial pierde peso, con fracturas que atraviesan el interior de la propia clase trabajadora y se traducen en diferentes cosmovisiones y posicionamientos políticos y electorales de los trabajadores argentinos, y con una ostensible disminución de la solidaridad y la conciencia de clase.

Aparece el intento oficial de una reforma laboral para retornar al pre-peronismo bajo el eufemismo de una necesaria modernización para “recuperar competitividad” y “bajar el costo argentino”, y todo el conjunto del peronismo (aun el “dialoguista” que intenta mostrarse racional y colaborativo) se ve tensionado con su propia identidad, su tradición política y, en definitivas, con su justificación histórica.

Lo propio ocurre cuando vuelve al centro del escena -como pasa ahora- el FMI, y se comprueba que contra lo que intenta instalar el gobierno, no ha cambiado y es el mismo de siempre; el que Perón rechazó en su gobierno, y el que Néstor Kirchner se sacó de encima en el suyo, en ambos casos para ganar espacios de autonomía política para la toma de decisiones económicas, con consecuencias sociales.

Las mismas que se producirán si volvemos a uncirnos al carro de las políticas que el Fondo propugna y ha propugnado siempre, para garantizar los intereses que tutela: descubriendo o constatando que sigue siendo el mismo de siempre, y propone lo que siempre propuso, muchos (sean o no peronistas) intuyen o comprenden cabalmente según su nivel de penetración de los acontecimientos, que aquellas banderas históricas del peronismo, están tan íntimamente relacionadas entre sí como lo estaban en 1945, acaso más. Y si no lo hicieran, es labor de la política opositora en general, y del peronismo muy en particular, hacer que lo hagan.

Hoy como entonces y más que entonces, para que exista justicia social es imprescindible que el país tenga grados razonables de independencia económica; y para que lo logre es imprescindible que sostenga y amplíe su plena soberanía política, sin estar enfeudado a intereses extranjeros, sean estos de otros Estados, o del capitalismo financiero internacional. 

Hoy como entonces es necesario cortar el nudo gordiano de la deuda que estrangula las energías nacionales, y liberar las fuerzas del país para conducirlas en el sentido de su desarrollo profundo, con equidad en la distribución del ingreso; y ciertamente nada de eso se logrará retirando al Estado, y dejándolo todo librado a la mano demasiado visible del mercado.

Podremos discutir -de hecho hay que hacerlo- la necesaria adaptación a los tiempos de los instrumentos concretos para plasmar esas banderas (el distingo que el propio Perón hacía entre la doctrina y sus formas de ejecución), pero no las banderas en sí; porque aunque no las mencionemos todo el tiempo, se nos imponen por la propia solidez de su peso, en tanto expresan y sintetizan los dilemas esenciales del devenir histórico y social del país, tan presentes hoy como entonces.

Cuando el acuerdo con el FMI revela con toda crudeza el agotamiento del experimento oligárquico que gobierna el país (en el sentido de que solo tiene para ofrecer a los argentinos más de lo mismo), y esto acelera los plazos del proceso de recambio político y la necesidad de ofrecer una alternativa confiable, estas certezas ponen al peronismo en particular frente al ineludible deber de abrazar sus banderas históricas, y buscar el modo de volver a entrelazarlas con el sentido común de la sociedad para que las haga suyas; en lugar de caer en la tentación de ofrecerle al pueblo argentino hacer lo mismo que la derecha neoliberal que nos gobierna, pero mejor, o con más sensibilidad social.

De lo contrario, como decía Cooke, por más que se siga llamando peronismo, quedará condenado a su esterilidad histórica, porque habrá perdido su razón de ser.

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