LA FRASE

"AEROLÍNEAS ARGENTINAS NO DEPENDE DE MI CARTERA, ASÍ QUE NO VEO POR QUÉ MOTIVO ME VESTIRÍA DE AZAFATA." (LUIS PETRI)

lunes, 25 de enero de 2016

COSAS QUE EXPLICAMOS MAL: LA INFLACIÓN


A esta altura de los acontecimientos pocas dudas caben que, cualesquiera hayan sido las razones que la inspiraron y por más valederas que fueran, la intervención del INDEC que se dispuso en el gobierno de Néstor Kirchner y lo que vino después con la confección de los índices de precios terminó erosionando la credibilidad de la palabra del gobierno; más allá incluso del tema estadístico en sí.

Intentar explicar lo que pasaba ahí dentro con los diferentes "quiosquitos" montados, o aclarar que el INDEC no mide la inflación sino la evolución de ciertos precios -acotados además a la Capital Federal y el conurbano), y que se trata de -justamente- un "indicador" y no una estadística, así como cuestionar la consistencia técnica de los anteriores índices, fueron todos intentos vanos.

Podrá decirse que con el INDEC intervenido y la credibilidad de sus índices en cuestión Cristina ganó en el 2011 con el 54 %, pero lo cierto es que en la medida que la inflación subsistía (aun sin estar por asomo en niveles históricos que los argentinos hemos padecido) el problema también, y se contribuyó a instalar la idea de que el kirchnerismo no se ocupaba de él, y lo negaba.

Cuando por el contrario (al igual que el primer peronismo) prefirió encarar el problema de la inflación por el lado de sumar ingresos (salarios, jubilaciones, AUH); subestimando acaso el efecto que la memoria inflacionaria tiene en un país con la historia de la Argentina al respecto, a la hora de instalar malestares sociales y climas adversos. 

Desde el 2003 en adelante nunca las paritarias se cerraron -ni de cerca- en torno a los números de inflación del INDEC, y lo que debió ser virtud (que el Estado garantizara que los trabajadores no perdieran poder adquisitivo en sus salarios) se volvió defecto: el hecho era usado como un argumento para demostrar que ni siquiera el gobierno creía en sus propias estimaciones sobre el alza de los precios. 

Pero lo peor de todo -al menos a nuestro entender- es que toda la polémica desatada en torno al INDEC y como se medía la inflación terminó obturando un debate serio y a fondo sobre sus causas, debate que tampoco se profundizó desde el gobierno.

De hecho, un porcentaje muy importante de la sociedad argentina le echaba la culpa de la inflación al gobierno como si fuera éste el que aumentara los precios, y sin que eso significara que avale la teoría neoliberal de que es por el exceso de emisión monetaria, o el aumento del gasto público.

Como consecuencia de lo cual los empresarios no son -para muchos argentinos- los verdaderos culpables de la inflación y hasta se quejan de ella, y la usan como argumento para reclamar una devaluación, la rebaja de impuestos o moderar los reclamos salariales en las paritarias.

Es lógico que la gente le reclame al gobierno "que haga algo" con un tema tan acuciante como los aumentos de precios, pero no lo es tanto que cuando se decida a hacer algo, muchos se pongan del lado del que remarcas: ¿o acaso no se construyó así la demonización de Guillermo Moreno? Al mismo tiempo el "hacer algo" suele ser un reclamo difuso, porque significa que el Estado intervenga en la economía, algo que tampoco tiene total consenso social. 

Desde los gobiernos kirchneristas se señaló muchas veces a los formadores de precios como los principales causantes de la inflación, pero nunca se avanzó a fondo en perfeccionar los mecanismos regulatorios de la competencia cuando esta es imperfecta, o hay claros abusos de posición dominante; y pocas veces se le puso nombre y apellido a la especulación (más con Néstor: recordar los casos Coto y Shell, menos con Cristina).

E incluso cuando se hizo algo en ese sentido (al reformar la ley de abastecimiento y sancionar las nuevas leyes de protección del consumidor) no se tomó de inmediato la decisión de ir más allá y aplicarlas en un número significativo de casos (más allá de las multas por no cumplir con  lo pactado en "Precios Cuidados"); dejándolas como una especie de amenaza latente con la que se esperaba disciplinar al mercado.

Se logró contar (esto si por decisiones acertadas de gobierno) con información relevante de las empresas sobre su estructura de costos -y en consecuencia márgenes de ganancia-, pero no se la socializó para que los argentinos conocieran en detalle quienes se apropian de buena parte de la renta nacional, y tampoco se exploraron estrategias para buscar aliados perjudicados por las distorsiones que existen en todas las cadenas de comercialización.

Cierto es que en estos últimos casos (especialmente en la producción agropecuaria y en general, en la actividad primaria) corregir esas distorsiones demandaba -y aun demanda- más y mejor intervención del Estado; y en ese caso la tarea se complicaba porque por prejuicios ideológicos muchas veces los perjudicados terminan abroquelándose con los que se benefician quedándose con su parte, contra todo intento de regulación. Pero no obstanet ello, debió haberse perseverado en el intento.

Una política exitosa como "Precios Cuidados" (hoy desmantelada por este gobierno "market friendly") no fue capitalizada en su plenitud en términos políticos porque la credibilidad del gobierno en todo lo tocante a la inflación estaba erosionada. 

Por estos días asistimos a la crisis del "librito" neoliberal para explicar las causas de la inflación: el Banco Central seca de pesos la plaza y disminuye el ritmo de emisión monetaria al tiempo que suben las tasas y se plancha la demanda, las paritarias están aun muy lejos y sin embargo, los precios (sobre todo de los bienes básicos del consumo familliar) no paran de subir. 

Al mismo tiempo el gobierna anuncia un "apagón estadístico" manifestando no estar en condiciones de seguir publicando ningún indicador oficial, empezando por el de la inflación o aumentos de precios; mientras Prat Gay habña de una "percepción social de inflación" más alta que la supuestamente real, y Macri en Davos sitúa la inflación para éste año cercan al 20 %, cuando los aumentos de precios acumulan más del 8 % en un bimestre, y hasta las habituales "consultoras privadas" empiezan a tirar cifras que van del 38 al 45 % anual.

Y no aparece ni siquiera en el horizonte cercano algo parecido a una medida compensatoria para los sectores populares por la pérdida de poder adquisitivo de salarios y jubilaciones. Por el contrario, se habla de "paritarias por productividad", y "metas de inflación", para discutir salarios sobre la base de la inflación futura esperada, y no la actual, ni la pasada efectivamente producida.

Acaso sea una buena oportunidad para aprender de los errores del pasado y plantear un debate en serio sobre la inflación, para lo cual -reconozcámoslo- y precisamente por esos errores, nos van a querer negar de antemano autoridad para opinar. 

2 comentarios:

claudio maxl dijo...

Asi como se tuvo huevos para nacionalizar los fondos d las AFJP para comenzar a solucionar el tema jubilatorio, no se los tuvo para kebrar el cartel d las 5 megacadenas d comercializacion, bastaba expropiar solo una para q el estado pudiera establecer los precios d referencia todos los articulos en su propia cadena restableciendo un ambito de competencia capitalista, precios a los cuales las demas cadenas deberian acoplarse si no kerian kedar excluidas del mercado.

PepeArizona dijo...

La teoría que liga la inflación a la emisión monetaria es análoga a la termodinámica en física o química. Si la base monetaria se multiplica por 10, a la larga los precios se multiplican por 10. El problema es que “a la larga” puede significar, según las condiciones, dos meses o dos décadas, de modo que una teoría así, por sí sola, no es muy útil para explicar nada. Se necesita en cada caso un mecanismo de transmisión. En los EEUU, después de la crisis, la base monetaria se ha multiplicado varias veces sin el menor efecto en la inflación. Es lo que ocurre en una situación recesiva de “liquidity trap”, cuando la tasa de interés de equilibrio sería negativa, lo cual por supuesto es imposible. Pero en una economía que emplea casi al máximo la capacidad de producción, y en la cual el desempleo es muy bajo, un aumento de la emisión monetaria se traducirá en aumento de precios en el muy corto plazo. Del mismo modo, si mezclamos café caliente con leche fría, la termodinámica nos dice que tendremos café con leche tibio, lo cual podemos comprobar casi instantáneamente. Pero la termodinámica también nos dice que el diamante que heredamos de la abuela es inestable, y que algún día se convertirá en mina de lápiz. Y a pesar de eso no hay que asustarse: el “algún día” es algo así como la edad del universo o más.

En la Argentina, la inflación se disparó con la decisión del gobierno a partir del 2003 de no aceptar la apreciación nominal del peso impulsada por la devaluación excesiva después de la crisis y por el aumento de las cotizaciones de las commodities. El Banco Central emitió pesos para sostener al dólar, y esto lentamente generó inflación una vez que el desempleo y la capacidad ociosa de la industria se redujeron. La “intervención” del INDEC en este contexto no sólo fue un error político mayúsculo sino que también aceleró la inflación, porque en la economía ( a diferencia de las ciencias exactas, donde los átomos no piensan) las expectativas juegan un papel decisivo, y la falta de credibilidad del INDEC dejó a los agentes económicos sin puntos de referencia.

El problema de la inflación es que los libros de economía tienen básicamente una sola receta para frenarla: provocar una recesión. Si la inflación no es alta, esto pasa casi desapercibido. Pero si la inflación es alta, como en la Argentina, la recesión que pare la inflación es necesariamente muy dolorosa. Por eso es que todos los economistas, desde los “neoliberales” de Chicago hasta los keynesianos progresistas como Krugman o Piketty, recomiendan no dejar que la inflación suba a los niveles que subió en la Argentina. Y esa tiene que ser una lección aprendida para el próximo gobierno popular.