El optimismo voluntarista con el que Macri
hizo campaña en 2015, que lo llevó por ejemplo a prometer que la inflación
sería lo más fácil de resolver en su gobierno, se traducía también en la
suposición de que solo levantando el “cepo cambiario” se produciría un “shock
exportador” que resolvería otro problema estructural crónico de la economía
argentina, como lo es la restricción externa y el déficit de cuenta corriente
de la balanza de pagos.
“Van a sobrar
dólares” prometía el candidato, sobreestimando no ya la incidencia en sí de las
exportaciones en el conjunto del PBI, sino la eficacia de la abrupta
devaluación inicial que derivó precisamente del levantamiento del “cepo”, para
generar un salto en las exportaciones del país. La realidad es muy otro, y como
casi todos saben, mejorar el tipo de cambio incrementa la rentabilidad de los
que exportan, pero no necesariamente la perfomance exportadora del país:
veíamos acá que de hecho no ha sido así, pues en
promedio está por debajo de los niveles que tenía en el kirchnerismo.
Por otro lado el
real “levantamiento del cepo” (es decir, la eliminación de toda regulación de
la cuenta capital y los flujos de inversiones y divisas) generó que salgan más
dólares de los que entran, agravando el problema de la restricción externa por
el endeudamiento y la fuga de capitales, que son las dos caras de la misma
moneda: una fue para financiar la otra, como también ha sido tradición entre
nosotros.
Y como si todo esto
fuera poco, el gobierno fue flexibilizando las obligaciones de los exportadores
de traer al país las divisas generadas por las exportaciones, hasta que
finalmente y mediante el Decreto 893/17, Macri lisa y llanamente eliminó esa
obligación: hoy, si quieren, los que exportan no traen nunca los dólares al
país, y nadie puede hacer nada al respecto. Esto explica a su vez las tensiones
cambiarias permanentes.
De modo que todas
las promesas de dólares que nos hagan (como hacen las petroleras que operan en
Vaca Muerta según muestra la imagen de apertura) son solo engaña pichangas,
para obtener más concesiones para el capital, de las que ya obtuvieron:
flexibilización de la fuerza de trabajo, rebaja o exenciones de impuestos,
“señales de precios para la producción”, en éste caso de gas y petróleo.
Todo eso sin
considerar que, además de girar sobre supuestos falsos (o sobre lisas y llanas
mentiras) el modelo productivo que propone el gobierno no solo no resuelve los
desequilibrios de la estructura productiva del país sino que los agrava,
promoviendo su reprimarización y destruyendo tejido industrial, cadenas de
valor y empleos de calidad y bien remunerados.
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