LA FRASE

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viernes, 26 de abril de 2019

PUEBLO Y MUNDO


Decíamos hace unos días en Twitter que impresionaba la naturalización que hacen los medios hegemónicos de la abierta intromisión del FMI y el gobierno de los Estados Unidos en nuestro asuntos internos, apostando decididamente a la reelección de Mauricio Macri.

Con poco cuidado por las formas, trataron de incidir de ese modo en el debate político nacional, afirmando la idea de que Macri cuenta con apoyos decisivos, sin los cuales no se puede superar la crisis, o directamente el país no puede funcionar: es así la contracara del famoso “íbamos camino a Venezuela”.

La “vuelta al mundo” que pregonaba la campaña electoral de Cambiemos en 2015 significaba precisamente eso, porque hay mundos y mundos, por sus diferentes pesos específicos, y si no se entiende, apelemos a un ejemplo: antes de las elecciones, en el gobierno de Cristina, el país obtuvo un rotundo y mayoritario apoyo en la ONU en su pelea contra los fondos buitres que obstaculizan la reestructuración de las deudas soberanas.

Pero dentro de ese “mundo” no estaba el “mundo” al que quería Macri que volviéramos: Estados Unidos, la Unión Europea, los países de los que esperaba la “lluvia de inversiones”, y de los que mayoritariamente provienen los fondos buitres antes los que ya tenía pensado capitular si llegaba al gobierno; en contraprestación por los apoyos que le prestaron durante la campaña, según supimos después y está documentado. Y además por colusión de intereses, y por convicción ideológica de suponer que la reconexión del país a los mercados de deuda era la clave para el desarrollo.

Es cierto que la discusión por el modo de relación del país con el mundo fue parte del debate político argentino desde siempre, y de lo que se discute cada vez que se vota; tanto como que la idea expuesta por Macri sobre las causas de la suba del riesgo país tiene un primer sentido obvio, que se corresponde con el núcleo duro del discurso oficial: exculparse de toda responsabilidad en la crisis poniendo sus causas en el pasado (“la pesada herencia recibida”) o en el futuro (el retorno del populismo), pero nunca en el presente (su gestión concreta).

Sin embargo, si se lo mira con detenimiento, expresa una vuelta de tuerca sobre el “discurso único” del neoliberalismo y la tensión permanente que subyace entre el capitalismo y la democracia; ese discurso según en el cual el “hábeas” de ideas neoliberal sobre la organización económica es el único camino racional posible, y por ende debe ser puesto fuera de las disputas políticas democracia: gane el que gane, tiene una sola hoja de ruta que seguir. Sutilmente nos lo recordó hace poco madame Lagarde, cuando nos invitaba a no hacer tonterías.

Cuando Macri dice que “el mundo” está preocupado por la posibilidad de que los argentinos decidamos “volver atrás” (es decir, votar a Cristina), nos interroga sobre el sentido último de la democracia, y sus límites: así como nos dijo en su momento que “el mundo nos demanda alimentos”, nos está diciendo ahora “el mundo nos demanda neoliberalismo, ojo con lo que votamos”. 

Ya no es simplemente asumir que la gente vota, y las élites interpretan ese voto según sus intereses, y se autoconceden un margen de maniobra para hacer lo que les plazca, aun cuando vaya en contra del sentido del voto ciudadano; sino algo más profundo aun.

Los dichos de Macri interpelan a fondo el concepto de soberanía política, que para el peronismo es tan clave que lo convirtió en una de sus tres banderas históricas, y tiene dos dimensiones que son inescindibles entre sí: una interna, donde el gobierno es el resultado de la expresión genuina de la voluntad popular, sin fraudes ni exclusiones (como era la norma hasta 1946); y una externa, como expresión de la autodeterminación política del país para decidir su propio rumbo, sin tutorías ni injerencias, como la que en aquel peronismo fundacional encarnaba brutalmente Braden.

Para el peronismo, la afirmación de la autodeterminación nacional se sostiene siempre en clave democrática, y ambos aspectos se suponen recíprocamente, como dos caras de la misma moneda: un Estado puede hacer respetar como soberano en lo exterior, porque su legitimidad de origen se sustenta en el voto ciudadano, y se revalida en el ejercicio del poder, gestionando a favor de los intereses de las mayorías nacionales. 

Por algo para el peronismo y según reza la primera de sus veinte verdades, “La verdadera democracia es aquella es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Y “pueblo” no es “mundo”.

Eso es también lo que está en disputa en las elecciones de este año, más allá de que el voto expresará claramente el hartazgo por la situación económica y social, y la necesidad urgente de un cambio de rumbo.

1 comentario:

Luciano Moffatt dijo...

El pueblo no es el mundo, pero aclaremos que el ajuste no lo pide el mundo sino las elites que circunstancialmente lo sojuzgan.
El mundo es peronista, por algo el papa lo es también.