Al parecer los muchachos de la UIA ya se olvidaron de la discusión en paritarias y del temor a los "desbordes salariales", y con el archivo del proyecto Recalde tampoco temen la "cogestión sindical" en las empresas.
La preocupación mayor ahora no pasaría tampoco por la "falta de seguridad jurídica y reglas claras para invertir", la intromisión de la ANSES en las empresas o la industria del juicio (como ven, la lista de reclamos de los muchachos es extensa) sino por las trabas del gobierno a las importaciones, que estarían afectando el nivel de actividad por la falta de insumos que no se pueden producir en el país.
La queja es oportuna para retomar algunas reflexiones que hacíamos acá respecto del rol del empresariado en un proyecto de país, aquel tan conocido y transitado tema de la "burguesía nacional".
Aun dando por buena la información del presidente de la UIA (de hecho, es probable que en algunos sectores industriales la falta de insumos críticos esté afectando la actividad), y asumiendo que desde el gobierno no se hayan encontrado durante estos años de crecimiento políticas más acertadas para acelerar el proceso de sustitución de importaciones (aunque hubo logros importantes en la materia, como recordábamos acá); lo que destaca en las palabras de De Mendiguren es la absoluta falta de autocrítica del empresariado sobre su rol en la situación creada (de fuerte dependencia de muchas ramas industriales de los insumos importados), como si ellos no tuvieran nada que ver.
Decíamos en su momento que "nuestros empresarios promedio, ... son conducidos ideológicamente por el primitivismo de la Mesa de Enlace, o seducidos una y otra vez por los discursos y políticas que, en la dictadura y en los 90', los llevaron en muchos casos al borde de la desaparición, o directamente los hicieron desaparecer....O están prestos a liquidar sus empresas ante la primera oferta conveniente -aunque sea de inversores extranjeros, mejor aun si es así- y radicar en el exterior las ganancias así obtenidas....".
Sería interesante que, en lugar del cómodo lugar común de la protesta y el pronóstico catastrofista al que son abonados frecuentes, nos contaran los empresarios por intermedio de sus dirigentes, en que medida reinvirtieron las extraordinarias rentabilidades que tuvieron muchos de ellos en los últimos años, para sustituir importaciones y disminuir de ese modo la dependencia de la economía nacional de los insumos externos; ayudando además a mejorar el resultado de la balanza comercial y de la balanza de pagos.
Por no decir que -como lo señaló Cristina en su último discurso en la UIA- muchos de ellos son verdaderos expertos en el arte de fugar capitales, incluso utilizando las herramientas que el propio Estado (al que ahora le reclaman que flexibilice las trabas a las importaciones) les pone a su disposición para que inviertan y crezcan, como los créditos del Bicentenario.
Cuesta creer que, tras nueve años de tipo de cambio competitivo, mercado interno con demanda sostenida y alentada por el Estado (muchas veces contra la propia resistencia empresarial, pidiendo cepo a la discusión en paritarias), medidas de administración del comercio exterior para proteger a los denominados "sectores sensibles", ampliación de los canales de acceso al crédito que dependen directamente del poder público (la ANSES, el Banco Nación) y -como resultado de ésas y otras medidas del gobierno- obtención como se dijo de niveles importantes de ganancias (en algunos casos, muy por encima de la media internacional) no haya algún grado de responsabilidad empresaria en la configuración de la matriz productiva del país.
Tomando en cuenta además que la propia UIA (ni hablar otras representaciones empresarias como la AEA) nunca termina de saldar sus disputas ideológicas entre las corrientes internas más crudamente neoliberales y representativas de las ideas del Consenso de Washington, y los que profesan una visión desarrollista (como el propio De Mendiguren), en claro perjuicio de los últimos, porque siempre van a remolque de los primeros en sus planteos.
De allí que hayan consentido (e incluso aplaudido) durante años las políticas de desnacionalización y concentración de áreas claves de la economía; de las que se derivan circunstancias (como la remisión de utilidades a las casa matrices por las filiales de empresas multinaciones extranjeras con sede en el país, o las prácticas de concentración vertical o especialización productiva dentro o fuera de un país según convenga, como pasa en el caso de la industria automotriz) que son las que llevan a las medidas que ahora se han debido adoptar, y a los trastornos que en algunos casos ocasionan.
Por no decir que -como lo señaló Cristina en su último discurso en la UIA- muchos de ellos son verdaderos expertos en el arte de fugar capitales, incluso utilizando las herramientas que el propio Estado (al que ahora le reclaman que flexibilice las trabas a las importaciones) les pone a su disposición para que inviertan y crezcan, como los créditos del Bicentenario.
Cuesta creer que, tras nueve años de tipo de cambio competitivo, mercado interno con demanda sostenida y alentada por el Estado (muchas veces contra la propia resistencia empresarial, pidiendo cepo a la discusión en paritarias), medidas de administración del comercio exterior para proteger a los denominados "sectores sensibles", ampliación de los canales de acceso al crédito que dependen directamente del poder público (la ANSES, el Banco Nación) y -como resultado de ésas y otras medidas del gobierno- obtención como se dijo de niveles importantes de ganancias (en algunos casos, muy por encima de la media internacional) no haya algún grado de responsabilidad empresaria en la configuración de la matriz productiva del país.
Tomando en cuenta además que la propia UIA (ni hablar otras representaciones empresarias como la AEA) nunca termina de saldar sus disputas ideológicas entre las corrientes internas más crudamente neoliberales y representativas de las ideas del Consenso de Washington, y los que profesan una visión desarrollista (como el propio De Mendiguren), en claro perjuicio de los últimos, porque siempre van a remolque de los primeros en sus planteos.
De allí que hayan consentido (e incluso aplaudido) durante años las políticas de desnacionalización y concentración de áreas claves de la economía; de las que se derivan circunstancias (como la remisión de utilidades a las casa matrices por las filiales de empresas multinaciones extranjeras con sede en el país, o las prácticas de concentración vertical o especialización productiva dentro o fuera de un país según convenga, como pasa en el caso de la industria automotriz) que son las que llevan a las medidas que ahora se han debido adoptar, y a los trastornos que en algunos casos ocasionan.
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