“Las inversiones no vienen porque
quieren esperar a ver que pasa con las elecciones”. “¿Qué puede pasar si gana
Cristina?. “Cualquiera, menos Cristina, dicen los empresarios” o similares, son
latiguillos que circulan por los medios a diario, y no hacen sino reafirmar la
centralidad política de Cristina, y su condición de única alternativa opositora
real al macrismo: así de simple, y así de complejo. Y la certeza de los ajenos deja en off side a las dudas de algunos de los ¿propios? que sostienen que no debe ser candidata, porque es funcional a los planes del gobierno.
La anécdota trasciende largamente
a la propia Cristina, y la disyuntiva que nos quieren imponer (“Cambiemos” o
el retorno del populismo, y por ende del caos) remite a la vieja discusión sobre
la relación entre la democracia y las lógicas corporativas; o la disputa entre
el poder formal que debe revalidarse periódicamente mediante elecciones, y el
poder real exento de ese requisito; lo que le otorga una ventaja inigualable.
Un poder que logró instalar a uno
de los suyos en la Rosada, pero es conciente de la provisoriedad de las cosas,
porque sabe la naturaleza excluyente de los planes que respalda, lo que le está
exigiendo a Macri que haga para cumplirlos, y las consecuencias que traen
aparejadas. Y si no lo saben, harían bien en mirarse en el cercano ejemplo
brasileño para comprender lo que se gana tirando demasiado de la soga.
Mientras, Macri desliza la idea de
que encara una “pelea” contra el “círculo rojo” no por el contenido del
programa político, económico y social a ejecutar, sino por la división de
tareas: que los dueños del poder económico inviertan (y si es posible no
remarquen, aun cuando esta queja casi ni se escucha, al menos en público), que
él se dedica a hacer política a su modo para ganar las elecciones; que por
cierto hasta acá, mal no le ha ido.
Y Durán Barba sale por los medios
a explicarnos la cuadratura del círculo de un presidente que ajusta y adopta
una política económica impopular, pero aun así puede conservar su popularidad,
y ganar las elecciones.
Desde los mismos albores de
nuestra transición democrática post dictadura y los concretos disparadores de
la apertura institucional (básicamente la derrota en Malvinas) están en el
tapete las condiciones de posibilidad de construir una democracia autónoma de
los tutelajes corporativos.
Las grandes crisis de 1989 y 2001
fueron formidables intentos disciplinadores del poder económico, para el sistema
político y para el conjunto de la sociedad: sabido es que las mega crisis (casi
siempre autogeneradas) predisponen más fácilmente a aceptar remedios drásticos,
vendidos como los únicos racionales y posibles. Y que esos remedios conducen -invariablemente- a una drástica reestructuración de las variables, en
beneficio de la tasa de ganancia del capital.
No es que los gobiernos radicales
que concluyeron anticipadamente su mandato con ambas crisis hayan sido
disruptores en algún sentido, sino que no estaban dispuestos en un caso (el de
Alfonsín) a la “cirugía mayor” (de la que convencieron a Menem con el ejemplo
aleccionador de su antecesor), y en el otro (el de De La Rúa) ya habían agotado
su utilidad práctica como recambio “honesto” dentro de un mismo sistema, sin
cambiar la matriz del modelo de generación, producción y distribución de la
riqueza social.
En éste segundo caso la
profundidad de la crisis implosionó al sistema político, que en apariencia y en
la superficie logró funcionar y dar una salida “institucional”, pero en el
fondo salió mas debilitado que antes; al menos si se considera el asunto desde
la perspectiva de plantearse seriamente algún grado de confrontación con el
poder real.
Ese contexto fue el que parió la
excepcionalidad kirchnerista, que rescató al peronismo de su balcanización en
sultanatos provinciales que lo llevaban a perder su dimensión nacional, y del
vaciamiento ideológico neoliberal del menemato, que lo dejó al borde de perder
su capacidad de representación de lo popular.
Como el intento kirchnerista de
recomponer (con sus limitaciones, tropiezos y debilidades) la primacía y la
autonomía de la política tuvo éxito durante por lo menos 12 años y tres mandatos
presidenciales (hasta la derrota del 2015), el kirchnerismo como identidad política
conserva -mal que les pese a lo que lo dieron por muerto tantas veces- protagonismo político, porque tiene vigencia social.
Hoy y gracias al kirchnerismo, ya
no es la claudicación menemista la única experiencia de gobierno peronista que los
argentinos de las generaciones recientes (la inmensa mayoría del padrón
electoral) conocen; algo que muy astutamente ocultan del debate los “peronistas
de Perón” que persisten en el vano intento de negarle entidad peronista al
kirchnerismo; la experiencia más profundamente entroncada con la mejor
tradición del peronismo inaugural, desde la muerte de Perón para acá.
La “crispación” y la “grieta” planteadas como tajos
sociales “inventados” o “producidos” por el kirchnerismo son en realidad
consecuencia de un conflicto sostenido y permanente, con esfuerzos y resultados
de eficacia dispar: el conflicto entre el poder político (en manos del
peronismo en su fase kirchnerista) con el poder económico, del cual el poder
mediático es una parte, cada vez más importante: la del canal de transmisión de
expectativas a la sociedad, para construir sentido.
Un conflicto que al defender la autonomía y las
prerrogativas de las autoridades creadas por la Constitución y electas por la
voluntad popular frente a los poderes fácticos a los que nadie vota (y hasta el
kirchnerismo muchos no conocían siquiera), hizo más por consolidar las
instituciones, que mil “abrazos” a los tribunales o cientos de cacerolazos
reclamando por “justicia independiente”: para republicanos, los populistas.
El conflicto con las patronales
del campo, la discusión de la ley de medios, la disputa con los fondos buitre o el intento de reformar la justicia son capítulos de esa saga, donde al argumento de la impostura (según el cual el
kirchnerismo se habría creado enemigos con los que en realidad no confrontaba)
grato a las izquierdas funcionales y progresismos herbívoros (no casualmente
nunca comprendidos en los “cualquiera, menos...” del poder económico) se le
sobrepone una realidad incontrastable: el estalibshment argentino no está preocupado
(ni lo estuvo nunca) por el crecimiento de la izquierda o las impugnaciones
morales de Stolbizer, ni siquiera por el resto del peronismo como sello, sino
por Cristina; porque lo que ella representa la excede, y tiene que ver con la
profundidad de ese conflicto del que hablamos.
El desafío es entonces ensanchar
sus propios límites personales, creando en torno suyo la coalición social y
política que se haga cargo del dilema, y lo traduzca en una propuesta capaz de
derrotar la encerrona de que votemos como votemos, hay un solo modelo político,
económico y social posible: el que impulsan los que jamás se someten a
elecciones.
1 comentario:
A ver, como dijera el estadista: La unica verdad es la realidad. LAS INVERSION SE DESPLOMO DESDE Q EL CONTRABANDISTA OKUPA LA ROSADA.
http://pausa.com.ar/2017/03/retrocede-la-inversion-y-el-consumo-en-2016-el-pbi-se-achico-un-23/
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