La devaluación del peso que
resultó consecuencia directa del levantamiento del “cepo” cambiario en
diciembre de 2015 fue una consecuencia deseada por el gobierno de Macri, con el
objeto (decía) de fomentar las exportaciones y que la economía “recuperara competitividad”,
pero sin descartar esos fines, la apuesta central era otra: bajar los costos
salariales de las empresas medidos en dólares, porque eran “los más caros de la
región”.
Se pueden rastrear en los medios
de los meses previos a la devaluación los reclamos en esa dirección de los
principales popes empresarios del país, como por ejemplo Paolo Rocca, el CEO del Grupo Techint.
“Mayor competitividad” es un
eufemismo frecuente para no hablar directamente de una mayor tasa de ganancia
del capital, conseguida a costa de una mayor explotación de la mano de obra, y
pérdida del poder adquisitivo del salario; medida tanto en moneda dura como en
su poder adquisitivo interno.
En ese sentido las políticas del
gobierno de Macri conjugaron la tormenta perfecta para el bolsillo de los
trabajadores porque con la devaluación los “bienes salario” (productos básicos
de consumo que el país además exporta) subieron de precio (pese a que Prat Gay
sostenía en campaña que estaban alineados desde 2015 con un dólar en torno a
los 16 pesos), proceso empujado aun más por la eliminación de las retenciones
a las exportaciones de carne, el trigo, la leche y sus derivados.
El proceso inflacionario abierto
con esas medidas iniciales fue alimentado luego por los tarifazos, mientras el
retorno del país a los mercados de capitales tras el acuerdo con los fondos
buitres provocaba una afluencia de dólares financieros y de deuda, que
contribuyeron a morigerar el impacto inicial de la devaluación y mantener
apreciado el peso, medido el tipo de cambio contra la inflación.
Lo que hizo que el mismo gobierno
que alimentaba por un lado la inflación (con los aumentos de tarifas y la
devaluación inicial, sin retenciones), por el otro comenzara a utilizar el tipo
de cambio como ancla inflacionaria, junto con la depresión de los salarios
reales que derrumbó el consumo interno.
Entró así en una especie de
“síndrome de la frazada corta”: con la eliminación de toda forma de control de
capitales y el abundante endeudamiento externo, entran dólares financieros para
la bicicleta y la fuga de capitales, pero mientras tanto mantienen apreciado el
peso, y no hay tipo de cambio “competitivo”; sumado a que se abaratan las
importaciones (más aun si se relajan los controles al respecto, como sucedió y
sucede), y hay incentivos desde el propio gobierno para que las provincias, las
municipalidades y las empresas se endeuden en dólares, aumentando la oferta de
divisas por esa vía.
Y acá estamos entonces, con una
sorda (por ahora) interna hacia el interior del bloque dominante por el sendero
a futuro del tipo de cambio: con los bancos interesados en sostener un dólar
planchado para seguir bicicleteando con las Lebac’s (otra trampa mortal, de la que ahora quieren salir con un bono del Tesoro), y para seguir
ofreciendo colocar deuda, a cambio de jugosas comisiones.
Y del otro lado, la industria
(sobre todo la que tiene mercado y escala para exportar) presionando por una
nueva devaluación para “recuperar competitividad” (otra vez: bajar los costos
salariales, medidos en dólares) y el “campo”, que por ahora no dice nada porque
es uno de los principales sostenes políticos y económicos del gobierno, pero no
permanecerá callado por mucho tiempo; aunque hasta ahora ha preferido descargar
en los grupos industriales exportadores el trabajo de pedir otra devaluación, mientras la intenta forzar encanutando la cosecha.
Devaluación que por supuesto y como es sabido
empujaría la inflación de regreso al sendero creciente, deteriorando aun más
los salarios, pulverizando toda posibilidad inmediata de recuperación de la
economía (porque se deprimiría aun más el consumo que ya viene ne caída), y
aumentando la conflictividad social: consecuencias todas que cualquier gobierno
quiere evitar mientras pueda (recalquemos: mientras pueda) en los últimos meses
previos a una elección crucial.
Porque además otra devaluación
encarecería los costos del endeudamiento (que en la medida que no se detenga en
su velocidad ya empezarán a crecer, por el lado de las tasas de interés que se
paguen), por el peso creciente de los servicios en las cuentas públicas: con un
dólar más caro, hacen falta más pesos para comprar los billetes verdes que
hagan falta para pagar los vencimientos de deuda.
Y para colmo otra devaluación no
mejoría los ingresos del fisco (contribuyendo a los objetivos del ajuste
fiscal) porque el gobierno ha eliminado y reducido retenciones a los mismos
sectores que, además de ser los principales soportes del bloque que gobierna,
son justamente los que empiezan a reclamar devaluar “para recuperar
competitividad”.
En el tramo final del cierre de
listas y armados de las PASO, ésta es una interna a la que habrá que empezar a
prestarle más atención, porque sus consecuencias potenciales para todos son
infinitamente peores y devastadoras para todas que las roscas del PJ bonaerense,
o cualquier otro entuerto partidario.
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