Cuando la reforma electoral aprobada en el 2009 por la Ley 26571 estableció los espacios gratuitos para los partidos políticos en los medios de comunicación audiovisual para sus spots de campaña, significó un avance democratizador: aun los partidos más pequeños podrían hacer conocer sus candidatos y sus partidos, en forma igualitaria.
Sin embargo, en los 12 años transcurridos desde entonces -y sin que esa sea la única causa- el lenguaje audiovisual y sus códigos terminaron impregnando todo el debate político: lo que se comunica debe ser breve, hay que apostar a la imagen para graficar los mensajes, los candidatos debe -ante todo- saber comunicar en poco tiempo, con lenguaje ingenioso, ganchero y efectista.
Todos -unos más, otros menos, pero al fin de cuentas todos- terminan siendo duranbarbistas: ponen el acento en comunicar abstracciones y no conceptos, apuestan a las emociones del votante y no a su raciocinio, y en cualquiera de las plataformas predominantes del debate no hay espacio para explicar ideas complejas, explicitar proyectos, ni propuestas, ni como concretarlas. El ejemplo más contundente al respecto son los debates televisivos entre candidatos, ahora obligatorios por ley.
En esa variante nosotros tenemos todas las de perder, porque somos en cierto sentido "analógicos": siempre entendimos a la política como vertebrada en torno a un discurso, capaz de explicarse y entenderse con argumentos, y con un trasfondo ideológico; entendiendo por tal un cuerpo de ideas que explican como se para cada uno frente a la realidad, como la interpreta y como se propone transformarla. Y esas ideas expresan lo que se piensa de la sociedad, el Estado, la economía, el mundo del trabajo, la educación o la salud.
En el terreno de la imagen, ellos llevan la de ganar, porque su negocio consiste, precisamente, en ocultar la ideología o mejor aun, sostener que no existe: el cuento de la "nueva derecha moderna y democrática" se sostuvo en buena medida en eso, en la falsa idea de que las políticas públicas son simplemente un asunto técnico, desprovisto de ideologías, ya que para atacar la pobreza, la informalidad laboral, la desigualdad en la distribución del ingreso o cualquier otro problema, las soluciones son las mismas, sin importar si uno es de izquierda, derecha o centro. Y que perderse en esos debates, es perder un tiempo que se resta a la solución de los problemas.
La era de la imagen aplicada no solo a la comunicación política, sino al conjunto de la praxis política, permite también ocultar los proyectos que se defienden, que son la consecuencia de los intereses que cada uno representa. Nadie dice en público "yo vengo a sostener a como de lugar esta sociedad injusta y desequilibrada", sino que hasta se apropian de la idea del cambio, y la vacían de sentido: recordar al respecto lo sucedido con el macrismo, que se presentó como "la revolución de la alegría", nada menos. Dicen, en cambio, que si volvieran a gobernar harían exactamente lo mismo, pero más rápido, y ya sabemos -o deberíamos saber- lo que eso significa.
Así como nos ocultan, en un mundo de imágenes, eslóganes y consignas políticas desprovistas de mayor profundidad o espesor la ideología y los intereses, también barren bajo la alfombra la dimensión del conflicto, que en política es la resultante de los desequilibrios reales que existen en una sociedad. De donde resulta la paradoja de que nos venden el ideal de una sociedad armónica y sin conflictos, tanto más "consensual" cuanto más fragmentada y desigual es en realidad.
Todos buscan "correrse al centro", y ese centro (en el que presuntamente habitaría la mayoría de la sociedad y por ende, del electorado), termina siendo la nada, porque a la fuerza de "suavizarse" para eliminar sus aristas conflictiva, el mensaje político termina siendo la nada misma, y si uno mira los spots de campaña, parecen todos iguales, como japoneses.
Es el "pensamiento único" de la comunicación política, así como en otros tiempos nos trataron de vender un "pensamiento único" en economía, o en general, para organizar la sociedad. Como si existiera un manual que todos deben seguir a pie juntillas, y del cual apartarse es un sacrilegio, que se paga caro en las urnas.
Sin embargo, la cosa no es tan sencilla: en las estructuras políticas con bordes blandos y núcleos ideológicamente líquidos son más fáciles los entrismos, las cooptaciones, el aprovechamiento del poder real de esas mismas estructuras para sus intereses, más allá de quien gane las elecciones. La presunta tranquilidad de hoy (la paz resultante de no avanzar sobre los núcleos de intereses creados), abriga el conflicto de mañana, cuando las políticas para las que se hace precisamente ese entrismo producen los efectos que están llamadas a producir, porque están en su naturaleza.
Y además ese "pensamiento único" de los consultores y gurúes de la comunicación política no puede explicar, por ejemplo, el hecho más contundente de la última década y media en el país, que es Cristina. Es decir, Cristina, vista desde esa óptica, de la lógica de la política entendida como imágenes o juegos de espejos comunicacionales, es todo lo contrario: es discurso articulado, es llamar a las cosas por su nombre, es agarrar al conflicto por el cuello y atrevérsele. Y es todo eso y es la figura más importante de la política por escándalo, a casi 10 años de haber dejado el gobierno.
Cristina es asumir que la política son ideas, discurso, argumentación, proyecto y -sobre todo- representaciones sociales concretas; lo que por contraposición, define campos, divide entre un "ellos" y "nosotros" con fronteras nítidas, como existen en la realidad. Y posiblemente por los mismos motivos (es decir por entender la política desde la misma lógica que Cristina) la aparición política más rutilante de los últimos tiempos sea Axel Kicillof; del que -por ejemplo- los "expertos" (de ambos lados de la grieta) decían que "hablaba demasiado" en aquellas lejanas conferencias tripartitas con el presidente y Larreta, al comienzo de la pandemia.
¿No debieran esos expertos, a la luz de los resultados, revisar sus libros, y entender que no todo es imagen o lenguaje audiovisual, y que para comunicar bien debe existir, antes que nada algo (candidato, proyecto, realizaciones concretas de gobierno) que comunicar? Que ellos hagan su negocio para morder billeteras se entiende. Lo que no se entiende es que la política se las deje comer tan fácilmente, una y otra vez.
3 comentarios:
Cristina, siempre. Qué cuadrazo. Y ahora Axel. Ah ! como dijo Ella "che, no se olvidaron de una boleta en el inicio ? Abrazo peronista
Canalla: es una captura de pantalla del diario. Dejá de ver fantasmas en todos lados.
Jua !!! Tá bien. No son fantasmas compañeros, los peronistas, sobre todo los veteranos somos, como decía mi vieja, lechuzas cascoteadas. Reitero el fraternal abrazo peronista
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