Por Raúl Degrossi
El sainete de la custodia de los edificios públicos de Buenos Aires es un buen disparador para reflexionar sobre lo que podríamos denominar el experimento porteño; sobre todo cuando parece evidente que el poder económico de la Argentina parece encaminarse a convertir a Mauricio Macri en la esperanza blanca destinada a contener a la bestia kirhnerista en las elecciones de octubre.
El estruendoso fracaso de la utopía gestionaria tecnocrática de la derecha -exhibiendo con brutalidad una ideología reaccionaria, mientras se abjura de las ideologías- va más allá de la endeblez política de la construcción en que se sustenta Macri.
De hecho, en los propios términos del artículo 7 de la llamada "Ley Cafiero" -sancionada de acuerdo a lo dispuesto en la última reforma constitucional para garantizar los intereses del Estado nacional en la ciudad de Buenos Aires mientras siga siendo la capital de la república-, modificada en el 2007 a pedido de Mauricio Macri y cuyo texto pueden ver aquí, algo queda perfectamente claro: si el gobierno de la ciudad no puede garantizar la seguridad de sus habitantes, es pura y exclusivamente por su absoluta incapacidad para gestionar; pese al ostentoso despliegue mediático que precedió a la creación de la Policía Metropolitana.
Pero el experimento porteño -y su fracaso visible- van más allá de los estropicios amarillos (aunque ahora piensen en sumar colores): el fracaso de las gestiones "progresistas" que precedieron a Macri, abonó su desembarco en la ciudad; que además hace un sello de identidad propia del hecho de votar siempre a la oposición al gobierno nacional de turno, salvo en el tristemente célebre gobierno de la Alianza encabezado por Fernando De La Rúa, todo un dato.
Y es que la autonomía porteña consagrada en la reforma constitucional de 1994 era precisamente eso: la idea de instalar una pseudo provincia, que funcionara como una especie de "isla" escindida de la Argentina moldeada a partir de 1945 por el peronismo -y a la que tantas veces y por tantos medios, se trató de hacer desaparecer-, que irradiara a su vez proyectos políticos alternativos a ella.
Los resultados están a la vista, y no se trata de plantear que los porteños son todos iguales, o de desconocer el rol trascendente que Buenos Aires ha desempeñado en la historia argentina, como la platea política por excelencia del escenario nacional. Tampoco de proponer que al Jefe de Gobierno porteño no lo eligan los porteños sino el presidente de la Nación, como era antes de la reforma.
De hecho, en los propios términos del artículo 7 de la llamada "Ley Cafiero" -sancionada de acuerdo a lo dispuesto en la última reforma constitucional para garantizar los intereses del Estado nacional en la ciudad de Buenos Aires mientras siga siendo la capital de la república-, modificada en el 2007 a pedido de Mauricio Macri y cuyo texto pueden ver aquí, algo queda perfectamente claro: si el gobierno de la ciudad no puede garantizar la seguridad de sus habitantes, es pura y exclusivamente por su absoluta incapacidad para gestionar; pese al ostentoso despliegue mediático que precedió a la creación de la Policía Metropolitana.
Pero el experimento porteño -y su fracaso visible- van más allá de los estropicios amarillos (aunque ahora piensen en sumar colores): el fracaso de las gestiones "progresistas" que precedieron a Macri, abonó su desembarco en la ciudad; que además hace un sello de identidad propia del hecho de votar siempre a la oposición al gobierno nacional de turno, salvo en el tristemente célebre gobierno de la Alianza encabezado por Fernando De La Rúa, todo un dato.
Y es que la autonomía porteña consagrada en la reforma constitucional de 1994 era precisamente eso: la idea de instalar una pseudo provincia, que funcionara como una especie de "isla" escindida de la Argentina moldeada a partir de 1945 por el peronismo -y a la que tantas veces y por tantos medios, se trató de hacer desaparecer-, que irradiara a su vez proyectos políticos alternativos a ella.
Los resultados están a la vista, y no se trata de plantear que los porteños son todos iguales, o de desconocer el rol trascendente que Buenos Aires ha desempeñado en la historia argentina, como la platea política por excelencia del escenario nacional. Tampoco de proponer que al Jefe de Gobierno porteño no lo eligan los porteños sino el presidente de la Nación, como era antes de la reforma.
Aquí el amigo MP del excelente blog Pensando la Argentina discurre sobre lo mismo, aportando además el contexto histórico del caso; y aquí vemos en El Litoral una nota muy interesante sobre la representatividad política actual por distritos en la Cámara de Diputados, y la que correspondería de acuerdo con los resultados del último Censo Nacional de Población.
Para ver más claro lo que se plantea en la nota, aquí va la infografía de la distribución de las bancas (actual y la que resultaría del Censo):
Como se puede ver, al par de la sobrerepresentación de las provincias más chicas (fruto del "piso" mínimo establecido por la Ley 22.847), resalta claramente la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: si las cifras que determinan la asignación de las bancas en la Cámara de Diputados se ajustaran a las que arroja el Censo, debería "devolver" 7 de las 25 que actualmente detenta.
Y la sub representación política (como le sucede a la provincia de Buenos Aires de un modo impactante, en menor medida a otras) se traduce en otras inequidades, como la asignación de los recursos. A menos, claro está, que el esquema que al efecto se adopte (por ejemplo el régimen de coparticipación federal) nivele o compense esas desigualdades, para producir un desarrollo más equilibrado territorialmente.
En el caso de la provincia de Buenos Aires, la inequidad se reproduce hacia adentro de su territorio en perjuicio de los 24 partidos del Conurbano, que están sub representados en la Legislatura provincial, y que a su vez reciben mucho menos dinero por habitante que los partidos del interior bonaerense, y en esas condiciones deben gestionar (manejando incluso la salud pública); algo que muchos olvidan cuando hablan despectivamente de los "barones del Conurbano", como una especie de banda mafiosa.
Para ahondar en el tema, aquí en el excelente blog Conurbanos (fuente de imprescindible consulta en la materia) hay una serie de entradas con datos duros (que provienen de hace no mucho tiempo, pero las tendencias no han variado en absoluto) para comprender de que estamos hablando. Ni hablemos si la comparación sobre el dinero por habitante con que cuenta cada uno para gestionar, la hacemos entre Macri y cualquiera de los intendentes del conurbano bonaerense.
Aquélla idea de la "isla ilustrada" de la reforma del 94', en el contexto de la sociedad de medios, que acorta distancias, construye sentido, proyecta imágenes y saltea etapas de la construcción política, configura un cóctel explosivo.
Lo padecimos con la instalación de De La Rúa en su ascenso desde la Jefatura de Gobierno hasta la presidencia; lo vemos ahora con el intento desesperado del establishment -en su obstinada búsqueda de un desafiante para el kirchnerismo en las elecciones de octubre- de transformar a Macri en algo parecido a un candidato presidencial, en condiciones de conducir nada menos que el país.
Y ciudado con un dato: la fragmentación política que exhibe la Legislatura porteña -si no me equivoco, 38 bloques en un cuerpo de 60 miembros, muchísimos unipersonales- es un espejo de las opciones que desde el distrito se construyen, y se proyectan al plano nacional. Los casos de Lilita Carrió y Pino Solanas son aleccionadores al respecto, y expresan una mecánica de construcción política (con desapego de lo territorial, y de lo organizativo con eje en esa variable) que termina desequilibrando y empobreciendo la oferta política; sin perder en el camino cierto aire de superioridad cultural con el que miran al resto del país.
Aquélla idea de la "isla ilustrada" de la reforma del 94', en el contexto de la sociedad de medios, que acorta distancias, construye sentido, proyecta imágenes y saltea etapas de la construcción política, configura un cóctel explosivo.
Lo padecimos con la instalación de De La Rúa en su ascenso desde la Jefatura de Gobierno hasta la presidencia; lo vemos ahora con el intento desesperado del establishment -en su obstinada búsqueda de un desafiante para el kirchnerismo en las elecciones de octubre- de transformar a Macri en algo parecido a un candidato presidencial, en condiciones de conducir nada menos que el país.
Y ciudado con un dato: la fragmentación política que exhibe la Legislatura porteña -si no me equivoco, 38 bloques en un cuerpo de 60 miembros, muchísimos unipersonales- es un espejo de las opciones que desde el distrito se construyen, y se proyectan al plano nacional. Los casos de Lilita Carrió y Pino Solanas son aleccionadores al respecto, y expresan una mecánica de construcción política (con desapego de lo territorial, y de lo organizativo con eje en esa variable) que termina desequilibrando y empobreciendo la oferta política; sin perder en el camino cierto aire de superioridad cultural con el que miran al resto del país.
Tiro simplemente las reflexiones para el debate, y que no se enojen los amigos porteños, que los hay muchos y buenos, ¿eh, Gerardo?
2 comentarios:
Yo en 2003 voté a Lilita.
En 2007 a Pino.
Algunos amigos, uno trosco sobre todo, me cargan por mi pasado.
Es lo menos que debo soportar por lo hecho.
Pero aprendí.
Saludos
Nunca menos.
(Linkeo el post en nuestro blog.)
Che, esta nota la posteó (COMPLETA) Carrasco en su blog República Unida de la Soja.
¿Este señor pagó los derechos de autor? ¿ o tiene corresponsales en negro en el interior del país ?
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