Por Raúl Degrossi
El panorama político nacional se semeja bastante a esas partidas
simultáneas de ajedrez que suelen jugar los grandes maestros internacionales,
aunque los tableros puedan parecer por momentos superpuestos.
Hay un primera partida que es no la más importante, pero sí la que
nos salta a la vista a diario apenas prendemos la tele o la radio, o leemos los
diarios: la agenda que instalan los medios con los escándalos del momento,
desde el caso Ciccone hasta el Eternauta en las escuelas o la crisis en Santa
Cruz; o las novedades que aporta Lanata desde su programa, cada vez que
emprende una excursión a los indios ranqueles, o sea, viaja al interior para
mostrarles a los porteños como funcionan los despotismos locales.
Ya las elecciones del año pasado (realizadas por ejemplo bajo la
influencia del caso Schoklender) dejaron en claro que esa modalidad de
definición de la agenda política tiene efectos acotados, y más acotada aun su
capacidad de influencia sobre las opciones del electorado: es un estrépito
difícil de sostener en el tiempo (pensando en que las próximas elecciones son
dentro de un año), que termina aturdiendo y abonando el discurso anti-político
(esto particularmente perceptible en el caso del lanatismo), con efectos
demoledores hacia el interior del propio sistema político en términos de
construcción de alternativas opositoras al kirchnerismo con cierto grado de
consistencia.
Por el contrario, el "cristinocentrismo", el seguimiento obsesivo de cada palabra o gesto de la presidenta no hacen sino reafirmar su centralidad política, en la misma medida que la impotencia opositora; sin posibilidades de captar audiencias o adhesiones políticas más allá del círculo de los convencidos, y con el efecto de cohesionar los apoyos del oficialismo, aun al riesgo de postergar las críticas y los disensos internos: la última tapa de "Noticias" grafica claramente el grado de extravío al que conduce esa estrategia.
Por el contrario, el "cristinocentrismo", el seguimiento obsesivo de cada palabra o gesto de la presidenta no hacen sino reafirmar su centralidad política, en la misma medida que la impotencia opositora; sin posibilidades de captar audiencias o adhesiones políticas más allá del círculo de los convencidos, y con el efecto de cohesionar los apoyos del oficialismo, aun al riesgo de postergar las críticas y los disensos internos: la última tapa de "Noticias" grafica claramente el grado de extravío al que conduce esa estrategia.
Después está el tablero que plantea lo que podríamos llamar la
agenda institucional: los debates en el Congreso, la idea de la reforma
constitucional con la alternativa de otra reelección de Cristina, y podríamos
incluir acá la discusión por la coparticipación y los recursos entre la Nación
y las provincias, y los apuros fiscales de algunas que terminan en crisis
políticas, como el caso de Santa Cruz.
Aunque esta partida sea reflejada por los medios (lo cual es
lógico), sería esperable que se juegue con las reglas de la política, sin que
esos mismos medios marquen la agenda, y esto en realidad se da sólo
parcialmente: como consecuencia del 54 % de Cristina era lógico y previsible
que el kirchnerismo marcara los tiempos y la agenda de las discusiones en el
Congreso, pero lo que desafía la lógica política elemental es el comportamiento
opositor.
Porque lejos de intentar ganar autonomía del complejo mediático
(que logra también zambullirlos de lleno en sus propias peleas, las que ocupa
sistemáticamente de poner en primer plano en el anterior tablero señalado), y
tomar nota del escenario político para generar una nueva praxis política, perserveran
en la misma lógica errónea que los condujo al desastre del 23 de octubre.
El peronismo federal está disuelto y la Coalición Cívica va en
camino de estarlo, el radicalismo sigue sumido en su ya endémica disputa
interna, que sus dirigentes pretenden saldar con posturas cada vez más
conservadoras (como si trataran de precaverse de la fuga de votantes y
dirigentes hacia el PRO), y el FAP se sume en groseras contradicciones internas
ante cada tema nuevo que se discute en el Congreso; desde el caso Ciccone hasta
el voto a los 16 años.
Mientras tanto el PRO sigue pendiente del inestable humor de
Macri, que pasa de los cursos de respiración del chanta hindú a las furiosas
invectivas contra Cristina; y que ha comprado sin beneficio de inventario la
estrategia de Clarín de la impugnación global y furiosa del kirchnerismo, creyendo que de ese modo podrá polarizar hacia su fuerza al voto opositor al gobierno nacional.
En este plano, después de haber obtenido un puñado de leyes
decisivas para la gestión en las extraordinarias de diciembre, el gobierno
disminuyó en cantidad los proyectos que plantea en el Congreso, pero no en
intensidad: la expropiación de YPF, la reforma del Banco Central, la
expropiación de Ciccone, el nuevo Código Civil y Comercial y el proyecto de
voto a los 16 años y para los extranjeros.
En todos los casos consolidó su disciplina interna para
garantizarse la aprobación de los proyectos, e invariablemente logró introducir
la confusión, las divisiones y las incoherencias en buena parte del entramado
opositor: aun cuando no fuera ése su propósito (cosa que insólitamente plantean
algunos opositores, como el FAP), produjo ese resultado.
Lo que en todo caso nos remite al primer tablero: la divisoria
real de aguas dentro del sistema político no es la que suelen plantear los
medios (con el binarismo kirchnerismo-antikirchnerismo), sino que está
atravesada por diferencias ideológicas hacia el interior de las propias
estructuras políticas, que se acentúan ante un gobierno con capacidad de
plantear iniciativas de sentido progresivo; que en no pocos casos recogen
reclamos opositores de larga data.
Todo lo cual confluye en que el escenario parlamentario, que en
teoría podría presentarse como el más propicio para el despliegue y lucimiento
de los partidos y alianzas opositoras que no tienen responsabilidades de
gestión, se termine convirtiendo para éstos en un calvario, en el que suman no
sólo derrotas en el tablero de las votaciones, sino contradicciones internas
cada vez más difíciles de disimular.
Para peor, la discusión sobre la reforma constitucional, en los
términos en que está planteada, es decir con mas insistencia pública de la
oposición que del propio oficialismo, además de no calar en las preocupaciones
relevantes del hombre común de la calle (algo que los opositores suelen
señalar, pero de lo que no extraen la conclusión debida), importa una confesión
de debilidad política del conglomerado opositor, incompatible con el discurso
(también instalado desde los medios hegemónicos) del presunto derrumbe de la
imagen presidencial y de la gestión de gobierno.
Y genera además un eje de acumulación política metodológicamente
erróneo, como que las convocatorias “republicanas” a la unión de esfuerzos
opositores para cerrarle el paso a otro mandato de Cristina (algo hoy por hoy
mejor asegurado por el tercer senador por la minoría incorporado en el Pacto de
Olivos, una de las pocas astucias de Alfonsín en esa componenda), es a mediano
plazo incompatible con la necesidad de diferenciación de las propuestas
opositoras que compiten por las mismas franjas de un electorado.
Con mas razón de cara a una elección exclusivamente legislativa, donde muchas de las fuerzas opositoras deberán revalidar la mayoría de sus bancas, obtenidas en las elecciones del 2009: peor que un deslucido paso por el Congreso (de lo que se daba cuenta antes) es quedarse afuera con todo lo que eso implica, en términos de visibilidad política.
Con mas razón de cara a una elección exclusivamente legislativa, donde muchas de las fuerzas opositoras deberán revalidar la mayoría de sus bancas, obtenidas en las elecciones del 2009: peor que un deslucido paso por el Congreso (de lo que se daba cuenta antes) es quedarse afuera con todo lo que eso implica, en términos de visibilidad política.
Otro tanto sucede con las crisis provinciales como consecuencia de
los apuros fiscales que pasan algunos gobernadores, donde se suman varios
factores para que no se constituyan en un factor de acumulación política para
la oposición en el plano nacional; en todo caso podrán redituarle en algún caso
puntual uno que otro triunfo en elecciones provinciales, que no hay el año
próximo, al menos de cargos ejecutivos.
La oposición sólo gestiona en Corrientes, Santa Fe y la CABA, y
por ende la discusión por la coparticipación puede generar más rispideces
dentro del propio oficialismo, y allí entran a jugar dos factores de peso para
bajarle el voltaje al tema: las rígidas pautas constitucionales para modificar
el actual esquema (que además beneficia objetivamente a las provincias del NEA,
NOA y la Patagonia), y el hecho de que en política (mucho menos en el
peronismo) no siempre es sencillo construir desde la debilidad (ni todos tienen la talla y las convicciones para hacerlo como Néstor en el 2003); como lo son las estrecheces de
caja o la dependencia financiera de los envíos nacionales.
El eterno amago de
De La Sota de lanzarse como presidenciable, para luego terminar confinado a los
estrechos límites del cordobecismo y sin apoyos visibles entre sus pares dentro del propio dispositivo peronista (en ese punto, hoy está igual que en el 2002), es la
demostración más clara de lo que digo.
Por otra parte el empeño personal puesto por Cristina en el armado
de las listas de diputados y senadores el año pasado (uno de los ejes del
conflicto con Moyano, sin ir más lejos), se reveló una acertada estrategia
política que la pone a salvo de brotes de rebeldía en el Congreso que
comprometan las mayorías parlamentarias del oficialismo, y priva a los
gobernadores de una herramienta de presión al Ejecutivo nacional; cuyo
fortalecimiento -en sintonía con las pautas constitucionales- es una de las
mayores contribuciones del kirchnerismo a la calidad institucional.
Moyano dije, y eso me lleva a los otros tableros de estas simultáneas, que dejo para otra entrada y me parecen los más interesantes.
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