LA FRASE

"QUE DESDE LA VICEPRESIDENCIA SE SOSTENGA UNA AGENDA QUE NO SEA LA DEL GOBIERNO ES ALGO QUE NUNCA SE HA VISTO." (JULIO COBOS)

viernes, 5 de enero de 2018

POR QUÉ CRISTINA SIGUE SIENDO CRISTINA


La centralidad de Cristina, a dos años de haber dejado el gobierno, es un hecho incontrastable: la refuerza el gobierno (porque le conviene polarizar con el pasado, para no hablar del presente) tanto como los medios hegemónicos que son parte del dispositiva oficialista, y es la piedra de toque de toda discusión sobre la unidad opositora: que sí Cristina sí o Cristina no, que donde la ponemos o que hacemos con ella, que "mi límite es Cristina" (Massa dixit), que su ciclo está cumplido o que se corra pero que deje los votos (un montón).

El post kirchnerismo no nació -como muchos suponen- después de la derrota de Scioli en el balotaje, sino mucho antes: cuando finalmente Cristina lo consagró candidato luego de que lo postulara como tal "el peronismo realmente existente" como le gustaba decir a algunos, muchos "autocríticos" de hoy se asieron al motonauta entonces con la idea de "escribir el segundo tomo" del kirchnerismo; suponiendo que Cristina -sin cargos institucionales, y sin fueros- entraba en el ocaso de su carrera política. Con la derrota, el post kirchnerismo tomó la forma de los pedidos de autocrítica, es decir de pedirle a Cristina que reconociera sus errores, y culparla en exclusiva de la derrota. 

La otra suposición ampliamente compartida entre la dirigencia del peronismo es que el voto de Cristina estaba allí disponible, para el que lo quisiera recoger solo con decir que era peronista, "porque la gente vota al escudito". Es notoria la semejanza entre este argumento y el anterior (el que suponía que privada de los incentivos materiales que podía brindar conduciendo el Estado, Cristina perdería volumen político) con los argumentos del gorilismo posteriores al 55', para imaginar el ocaso definitivo de Perón, una vez desalojado por la fuerza del poder.

Tampoco faltaron los que acariciaron la idea de construir el "kirchnerismo sin Cristina",  así como hubo en su momento varios intentos de construir el "peronismo sin Perón", el más conocido de ellos el del "Lobo" Vandor. El final de la historia es conocido, tragedias personales aparte: fue -en palabras del propio Perón- como tratar de hacer un guiso de liebre sin la liebre.

Lo que demostraron todas estas lecturas era -como mínimo- una profunda ignorancia o defectuoso conocimiento de la naturaleza del vínculo de Cristina con sus votantes, y en definitivas, del proceso kirchnerista que ella encarnó junto con Néstor; proceso que forjó un vínculo de identificación política a partir de una lectura compartida por muchos de la crisis del 2001; consistente en reemplazar el "que se vayan todos", y el vacío que dejaba, poniendo política al modo "antiguo", con ideas, hechos de gobiernos consistentes con esas ideas y la decisión de confrontar, si fuera necesario.

De hecho así como hubo críticas (o sea, autocríticas para los demás) por no haber ido más a fondo o antes en determinadas cuestiones (en especial en el manejo de los resortes claves de la economía, o la depuración del partido judicial), la mayoría de las críticas que se la hacen al kirchnerismo -en especial en la fase en que fue conducido por Cristina- tienen que ver con "haber hecho demasiado quilombo al pedo", abriendo varios frentes de conflicto al mismo tiempo, sin haber evaluado correctamente antes la correlación de fuerzas. 

Acorde con esta lectura, el conflicto con las patronales del campo por las retenciones móviles, le pelea con Clarín por la ley de medios o la disputa con los fondos buitres "estuvieron de más", o deberían haberse evitado; aun cuando sean los hitos puntuales de definición de la identidad kirchnerista. En todo caso y anticipándonos al final de estas reflexiones, lo que hicieron fue tensionar la identidad de un peronismo enfermo de pragmatismo, y acostumbrado a "navegar con la ola", con tal de permanecer en el poder.

El voto a Cristina es sin dudas, el más fiel de todo el sistema político argentino, a punto tal que está por verse su la propia Cristina podría "transferirlo" a alguien; como lo hizo Perón con Frondizi en el 58' (con renuencias de parte de su electorado, que desoyó la orden y votó en blanco) y a Cámpora en el 73', con 15 años de proscripción y tensiones políticas exacerbadas más en el medio, y en otro contexto. 

Es curioso además que esa solución (que Cristina "bendiga" a alguien, o no lo vete) la sugieran (explícita e implícitamente) los que cuestionan (a veces con razón, por cierto) las decisiones de Cristina a la hora de seleccionar candidatos, sin dar cuenta de los errores propios: ¿o el resto de la dirigencia peronista viene acertando mucho de un tiempo a esta parte en sus estrategias electorales?

Ni siquiera Macri tiene un voto "pasional" como el que sigue a Cristina, y de hecho buena parte de su núcleo duro de adhesiones se asienta en el voto antiperonista tradicional, más (o reforzado por) el voto anti kirchnerista y antiCristina, en ese orden o en el que más les guste: no se define por una adhesión espontánea y convencida a la figura del presidente, sino por un rechazo visceral a Cristina, el kirchnerismo y el peronismo, en general.

En muchos análisis desde el peronismo -e incluso desde el propio kirchnerismo- se desdeña lo emocional como un componente de la pre-política, o algo que debe ser superado por formas superiores de evolución política, omitiendo que sin ese componente no hubiera existido -por ejemplo- el 17 de octubre; y el ejemplo viene a cuento porque la adhesión emocional -que suele ser la más perdurable en estos tiempos de identidades partidarias en crisis y tradiciones políticas que se reconfiguran- se basa en sólidas y estrictas razones objetivas: fue lo que el objeto de la adhesión emocional hizo cuando le tocó gobernar (antes Perón, luego Néstor, también Cristina) lo que forjó el vínculo; no simplemente su magnetismo o carisma personal, que por lo demás es distinto en cada caso.

Claro que hay una gran diferencia entre la referencia social (que se mide mirando al electorado o conjunto de la sociedad) y el liderazgo o la conducción de una construcción política, que presupone además la aceptación por los dirigentes intermedios, responsables de la arquitectura electoral y la acción política directa. Precisamente en la disociación entre ambos factores residen las dificultades para encontrar una síntesis entre Cristina y el  conjunto del peronismo, o buena parte de él: hay más adhesión a CFK entre la gente, que entre los dirigentes.

Sabemos mucho de las presuntas "bolillas negras" de Cristina por los off the récord que trascienden por los medios, no porque ella lo dijera públicamente con nombre y apellido. Sin embargo, sabemos mucho de los que le ponen o pusieron bolilla negra a ella, a veces sin reparar en las obvias diferencias de envergadura política y reconocimiento social: cualquiera puede hacer más o menos de memoria la lista de los que le pidieron correrse y dar un paso al costado, o señalaron con contundencia que su ciclo político está agotado.

El discurso de Cristina en el acto de Avellaneda hace unos días volvió a ser leído por muchos exclusivamente en clave de renunciamiento de su parte a una posible candidatura para el 2019 (una prueba más de su centralidad política), pero no difiere demasiado de lo que ella misma viene diciendo desde diciembre del 2015: si soy un obstáculo para la unidad me corro, y listo. 

Pero ya sabemos como evolucionó la cosa desde entonces: los propios intendentes bonaerenses que la daban por muerta en el inicio del gobierno de Macri fueron a buscarla para que les salvara la ropa en sus distrito en las elecciones del año pasado, sencillamente porque nadie "mide" electoralmente lo que ella, ni de cerca. 

Claro que ahora -conseguido el objetivo de retener sus quintitas- muchos de ellos vuelven a las andadas, y se van de picos pardos con Peña y Frigerio, o se reúnen con Massa (como Menéndez, el flamante presidente del PJ bonaerense) a ver como hacen para "aislar a Cristina dentro del peronismo y del conjunto de la oposición"; es decir para atender prioritariamente una necesidad política del gobierno, no de la oposición. 

"Que hacer con Cristina" excede a su propia persona, por importante que sea: supone una discusión política del peronismo sobre la experiencia kirchnerista, para incorporarla definitivamente a su trayectoria histórica poniendo en la balanza los aciertos y los errores, pero sin complejos y sin caracterizarla como una anomalía; a menos que estemos hablando de otra cosa, y no de peronismo.

Y ahí radica el meollo de la cuestión: si los cuestionadores de Cristina no alcanzan su estatura ni -sobre todo- su reconocimiento social, no es culpa de ella, sino de su propia ineptitud y de su conducta, que no hace más que alentar en muchos casos las sospechas del que se referencia políticamente en CFK: ninguno de ellos tiene los ovarios de ella para -llegado el caso de volver a ser gobierno- hacer lo que hay que hacer, por una razón muy sencilla: no lo están haciendo ahora, desde la oposición.

El gobierno que suceda a Macri en 2019 encontrará un país peor que el que Cristina dejó en 2015, en todos los frentes: más endeudado, con la economía más vulnerable a los shocks externos, con empleo destruido, salarios y jubilaciones en retroceso, un contexto regional e internacional distinto, las instituciones más penetradas por las lógicas corporativas y graves retrocesos en el estado de derecho y los consensos democráticos básicos.

Es decir que si le tocara a la oposición suceder a Macri la cosa no será para tibios, ni componedores, ni "tiempistas", lo que no significa que se deba empezar a romper todo desde el primer día, porque además esa difícil saber si se podría hacerlo. Y esto es lo que muchos argentinos perciben intuitivamente, y por eso Cristina perdura como referencia: porque no aparecen en el horizonte los que sean capaces de convencerlos de que tienen lo que hay que tener, y lo van a poner encima de la mesa, cuando las papas quemen. 

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