La tapa de La Nación del lunes pasado
difundía las cifras de desempleo del INDEC contándonos que eran las más bajas
desde el 2003, y la tapa de Clarín del martes o miércoles hacía lo propio con
los datos del PBI del año pasado, destacando que era el crecimiento más
importante desde el 2011.
La edición de
Clarín del viernes dejaba trascender que el miércoles que viene el INDEC
difundirá los datos sobre la evolución de la pobreza, que arrojarán una baja; y
el mismo viernes en Infobae la nota de Zlotogwiazda nos contaba que los
economistas del gobierno dan por hecha la reelección de Macri, porque el año
que viene para el momento de las elecciones la economía dará todas buenas
noticias: creceremos, y bajarán la inflación y la pobreza.
Por supuesto que
ninguno aclara que más de las dos terceras partes del empleo que se crea son
monotributistas, monotributistas sociales y empleados públicos y casi todo el
empleo que se destruye es empleo industrial en blanco y bien remunerado; como
tampoco aclaran que la comparación del crecimiento del 2011 era contra un 2010
donde el país había crecido fuerte, mientras que el del año pasado fue contra
un 2016 donde la economía cayó a pique; como consecuencia de las políticas del
gobierno de Macri.
Un 2016 cuyos
números (afectados en buena medida por el “apagón estadístico”) están siendo
retocados por el INDEC de Todesca, que va ejerciendo su revisionismo
estadístico sin pausa: los que venían a hacerles recuperar credibilidad a las
estadísticas públicas no dejaron prácticamente ningún indicador relevante sin
toquetear, desde el IPC hasta las mediciones de pobreza o desempleo, pasando
por la evolución del PBI o los datos del consumo.
Y en medio del
revoleo de cifras, no alcanzamos a entender como bajaría la pobreza cuando la
inflación no cede, las jubilaciones y la AUH acaban de ser ajustadas a la baja
y los salarios de los trabajadores se encaminan al tercer año consecutivo
perdiendo poder adquisitivo; o como el consumo privado en 2016 habría caído
(según el INDEC) apenas un 1 %, cuando según sus propias cifras “retocadas” la
inflación fue del 41 %, los salarios pactados en paritarias se aumentaron entre
un 30 y un 34 % (según los sectores) y las jubilaciones y la AUH (todavía con
la vieja fórmula) en un 31,7 %.
Al mismo tiempo que
difunden esos datos, también se conocen otros, que ya no son estimaciones,
indicadores o proyecciones aproximadas elaboradas de un modo más o menos
consistente (las dudas sobre la consistencia de casi todos son crecientes,
incluso entre los economistas adictos a las políticas oficiales); sino que se
trata estrictamente de estadísticas verificables a partir de movimientos
concretos de la economía formal.
Así por ejemplo
supimos esta semana que la deuda externa pública creció un 31 % el año pasado
incorporando 52.000 millones de dólares adicionales (el 85 % de las reservas
del Banco Central, en un año); y el déficit de cuenta corriente fue de 30.792
millones de dólares, más del doble del ya elevado del 2016, equivalente a un
4,8 % del PBI y la mitad de las reservas del BCRA. Para peor, uno sostiene al
otro: tamaño déficit de cuenta corriente es alimentado por un creciente
endeudamiento, que al presidente del Banco Central no le preocupa porque aun es
bajo respecto al PBI; claro que omitió decir que eso es gracias a la “pesada
herencia”.
Y también supimos
que el déficit comercial del primer bimestre de este año fue de 1872 millones
de dólares como consecuencia de un fuerte aumento de las importaciones (que
crecen casi al triple de las exportaciones), lo que anualizado arrojaría unos
11.232 millones de dólares, que representarían una suba del 32,59 % respecto al
del año pasado, que fue el más alto desde 1994.
Todos datos que dan
cuenta de la debilidad estructural del modelo económico que depende -según
acaba de reconocer el propio Macri- “de que el mundo nos siga acompañando”,
justo cuando los datos indican también que se está frenando bruscamente el
ingreso de capitales golondrinas que vienen a bicicletear; por la política de
tasas del Central.
Por supuesto que
ninguno de los que nos des-informa a diario desconoce estas cuestiones, pero
todos se sienten obligados y comprometidos con “la revolución de las
expectativas”, y hacen su aporte a la instalación de un clima general de
optimismo que no condice con la realidad que podemos palpar a diario; junto con
las inefables “consultoras” que no la pegan nunca, pero siempre se equivocan a
favor de las expectativas que quiere crear el gobierno.
Porque ese es el
propósito central, que excede a la mera propagación de “diarios de Irigoyen”:
suponen (y suponen bien) que si logran instalar exitosamente la percepción
social de que las cosas van bien e irán mejor en el futuro no solo crecerán las
chances de “Cambiemos” y Macri de perpetuarse en el poder más allá del 2019, sino
que irán venciendo las resistencias que se les interpongan en el camino hasta
entonces; en el Congreso o en la calle, en la política, el sindicalismo o la
protesta social.
En un país donde la
mayoría crea que “vamos bien” habrá menos espacio para voces disidentes, para
espacios de resistencia, para sindicatos que no quieren aceptar el cepo
salarial en las paritarias; y será más difícil la construcción de una unidad
opositora capaz de pelearle las elecciones al gobierno el año que viene.
Si al final todo falla
y los desequilibrios que hoy se barren bajo la alfombra terminan estallando y
haciendo volar todo por los aires como en el 2001, siempre habrá s tiempo para
despegarse, para negar haber participado del operativo “felicidad social”, o
para poner la propia a buen resguardo en algún oscuro paraíso fiscal; claro que
en la parte que ya no esté fondeada en alguno.
Y acá quedarán como
siempre los que terminen despertando bruscamente a la realidad, que no era la
que les contaban las tapas de los diarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario