En su columna del domingo 18 de El Cohete a la Luna decía con agudeza Horacio Verbitsky: “Por más diferencias que tuvieran, las
distintas fracciones de capital coincidían entonces y siguen de acuerdo hoy en
la exclusión del kirchnerismo cuando se discute de política, y en el
achicamiento de la participación de los trabajadores en el Producto Interno
Bruto si se habla de efectividades conducentes. Ése es su punto de unidad, que
cada vez resulta menos eficaz para disimular sus intereses contradictorios. Ahora,
igual que entre 1976 y 2002, el patrón de acumulación de capital se inscribe
dentro de la valorización financiera, como analiza en otro artículo de esta
edición Ricardo Aronskind. Pero entonces el control del Estado estaba en manos
de los grupos económicos locales y no del capital financiero internacional, las
empresas multinacionales de hidrocarburos y energía y el sector agropecuario,
como bajo la gestión de Cambiemos.
Los lenguaraces del oficialismo utilizaron los
tironeos con la Unión Industrial para refutar que el de Macrì sea el gobierno
de los ricos. Esta es una confusión intencionada porque la ruptura entre ambas
fracciones del capital (que dio lugar a la irrupción de los gobiernos
nacionales y populares, con sus propias peculiaridades y etapas, que
permanecieron hasta 2015) fue profunda y no se pudo superar, ni siquiera en las
postrimerías del gobierno del FPV, como lo muestra la subsistencia de las dos
expresiones políticas dentro de los sectores dominantes: la alianza entre el
PRO y los radicales (Cambiemos) que expresa los intereses del capital
financiero internacional y el Frente Renovador que hace lo propio respecto a
los grupos económicos locales.”
Más o menos lo mismo se dijo hace poco acá: "Las "metas de inflación" que planteó Sturzenegger nunca fueron una herramienta para contener la inflación, sino para disciplinar los reclamos salariales en las paritarias, y congelar así una redistribución regresiva del ingreso desde el trabajo hacia el capital; y así la interpretaron todas las fracciones del capital, más allá de lo que pensaran sobre el precio del dólar, o el nivel de las tasas de interés, y estás ultimas no eran un ancla para los precios, sino para el tipo de cambio.
La única herramienta que el gobierno de Macri ha encontrado hasta acá para mantener más o menos contenida la interna entre el club de los devaluadores y el de la deuda y la bicicleta, es la reforma laboral: la promesa de flexibilizar más aun a la fuerza de trabajo para quitarle derechos y salarios, y generar así más excedentes extraídos del trabajo en beneficio de la rentabilidad del capital es música para los oídos de todos ellos, más allá de lo que opinen sobre el precio del dólar, o el nivel de las tasas de interés."
La
nota de Aronskind a la que hace referencia Verbitsky es ésta, en la
que el economista analiza las anteriores experiencias neoliberales aplicadas en
el país (la dictadura y el menemismo), y se pregunta si a diferencia de ellas,
en éste caso habrá algún atisbo de racionalidad en los sectores dominantes,
para impedir la repetición del mismo final: que la exacerbación de la lógica
del modelo de valorización financiera sostenido con endeudamiento externo, derive en otra crisis.
Pero
el problema que plantea el “Perro” en su artículo también interpela a la
política, en especial a la oposición que viene lidiando con su propia crisis, y
buscando construir una alternativa competitiva frente a “Cambiemos” para las
presidenciales del año que viene: acá decíamos que "El viejo sueño húmedo del establishment argento (es) un sistema político "equilibrado", donde todos sean iguales, y las elecciones se conviertan en una anécdota; porque gane quien gane, gobernará igual, sin cambios: a favor de los intereses de los sectores dominantes.
Ese riesgo (el de convertirse en la "oposición de su majestad" que nada cambia al llegar al gobierno) ya se está expresando hoy en el PJ en los que juegan directamente para el PRO (como Urtubey) y en los que, jugando para ellos, también juegan para el gobierno, como Pichetto y buena parte de los gobernadores peronistas, que son sus sostenedores. Pero también acecha el futuro de la unidad peronista (y por carácter transitivo, opositora) en ciernes, riesgo que no es novedoso, porque viene de su propio pasado y del entrismo que el liberalismo conservador le hizo al movimiento fundado por Perón durante el menemato."
Es
decir, en paralelo a la reconfiguración del campo estrictamente político
(alianzas electorales y candidaturas) se producen los movimientos al interior
del bloque económico dominante, que inciden en aquel, o determinan el contexto
en el que esa reconfiguración se produce: mientras el alineamiento de algunas
fracciones del capital (las patronales del campo, los bancos, las empresas
multinacionales con negocios en el país) con la posibilidad de prolongación de
la experiencia macrista es muy clara, los grandes grupos económicos
“nacionales” (las comillas son para suavizar la expresión, atento a la
diversificación de sus intereses al plano mundial) como Techint, Arcor o Acindar están “desensillando hasta que aclare”, y no descartan
opciones opositoras.
Es
por eso que señala Verbitsky esto otro: “Bajo
estas circunstancias, la estrategia de los grupos económicos es apoderarse del
peronismo y sobre esa base enfrentar a Cambiemos, neutralizando al mismo tiempo
a las expresiones “nacionales y populares” dentro del movimiento social, bajo
la consigna de la Unidad Peronista.”.
Ahora
bien, esa estrategia se superpone a su vez con una necesidad objetiva de la
oposición: para cobrar volumen, necesita anclar apoyos sociales además de
seducir voluntades electorales; y para alumbrar una perspectiva de futuro,
tiene que diseñar una propuesta que involucre de un modo central un modelo de
desarrollo productivo integral, diversificado y moderno; que desplace al de la
valorización financiera en curso y garantice la inclusión social, y una más
justa distribución de la riqueza, sobre bases sustentables.
De
lo contrario así como el neoliberalismo parece auto-condenado a repetir sus
propios fracasos, una nueva experiencia nacional-popular podría verse (en caso
de volver al gobierno) chocar otra vez con los mismos límites que antes tuvo:
la restricción interna (el rasgo estructural más marcado de nuestra economía a
través del tiempo) y las limitaciones de un modelo productivo desequilibrado,
por falta de una efectiva y completa integración del tejido industrial propio,
no dependiente de las inversiones del capital extranjero; y capaz de generar
divisas para el país en lugar de demandarlas.
Dicho
de otro modo: mientras el poder económico (o al menos una parte muy importante
de él) trata de meter su cuña en el entramado político opositor para
garantizarse la defensa de sus intereses más allá de posibles alternancias electorales, la oposición con aspiraciones (y posibilidades) de ser gobierno debe intentar a su vez meter su
propia cuña hacia las fracciones del capital, articulando alianzas con al menos una parte de las mismas; claro que sobre el marco antes señalado al hablar del
modelo productivo, y sus consecuencias sociales, y preservando al mismo tiempo el espacio de la autonomía de la política como representación de los intereses generales.
Desde
luego que esto supone volver sobre la recurrente cuestión de la “burguesía
nacional”, ese unicornio azul perseguido por el peronismo desde sus tiempos
fundacionales, y su integración a un proyecto de país que supere los estrechos
límites de la granja colonial, hoy resemantizados como “supermercado del
mundo”.
Pero
volver al tópico en un país, una economía, una sociedad y -sobre todo- un mundo
empresarial muy diferente a aquellos con los cuales tuvo que lidiar Perón; con
presencia gravitante del capital transnacional, y con empresarios que
diversifican sus inversiones de la industria al modelo de agronegocios o las
mil y una formas de la especulación financiera, por los múltiples vericuetos
posibles que incluyen -pero no agotan- los paraísos fiscales, las sociedades
pantalla y las cuentas off shore.
Un
enorme desafío para la construcción opositora, al nivel de los que plantean
resolver disputas internas, dejar de lado viejas querellas y construir una
unidad posible, sobre bases firmes y acuerdos políticos; que trasciendan los
amontonamientos electorales.
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