El video de apertura corresponde a la síntesis que hizo en su momento la TV pública sobre los festejos del bicentenario, en mayo del 2010. Pasaron 6 años y parece tan lejano como aquél 25 de mayo de 1810.
Por entonces el pueblo ganó las calles para festejar y festejarse, y no es porque estuviéramos en un lecho de rosas: era plena "época de la crispación", en la que "se agigantaba la grieta"; y antes de los festejos populares habían pasado el conflicto del campo, la disputa por la ley de medios, el culebrón de Redrado y las reservas y por entonces el "grupo A" controlaba el Congreso; y desde allí intentaba torpedear la gestión de Cristina.
Y sin embargo se festejó, con alegría y con sentido de pertenencia, con alegría por el presente que se vivía, y con esperanza en el futuro; que se avizoraba promisorio. Era el festejo de los incluidos, que sentían suyo a un país que los dignificaba, y les reconocía derechos, y -sobre todo- un lugar en su construcción.
Por supuesto que también entonces estuvieron las caras de culo de siempre, de los que se enojan cuando el pueblo gana las calles; como se enojaron en el 45' y como se enojaron antes, en 1810; cuando quiso "saber de que se trataba". Los que en medio de la inmensa algarabía popular solo veían un "caos en el tránsito".
El contraste con éste 25 de mayo -incluso con el del año pasado, sin ir más lejos- en plena "revolución de la alegría" no puede ser más grande, y nada indica que se modifique de acá al 9 de julio cuando se conmemore el bicentenario de la independencia: si hasta el propio Macri pateó la promesa de la luz al final del túnel del ajuste, desde el segundo semestre para dentro de un año.
Por muchas veces dicho no es menos cierto: en el primer centenario de mayo la oligarquía se celebraba a sí misma y la consagración de la factoría colonial próspera y feliz, que era la negación misma del sueño libertario de mayo.
Claro que no todos estaban invitados al festejo: también se ha dicho hasta el cansancio que las celebraciones transcurrieron con ley de residencia, estado de sitio, represión de las nacientes protestas sindicales y presos políticos.
Claro que no todos estaban invitados al festejo: también se ha dicho hasta el cansancio que las celebraciones transcurrieron con ley de residencia, estado de sitio, represión de las nacientes protestas sindicales y presos políticos.
Hoy no se percibe en el semblante social la llegada de la prometida "revolución de la alegría"; y no se trata ya de que no estemos contentos nosotros, que perdimos las elecciones: es difícil encontrar rostros felices entre los que votaron al que ganó.
Se los ve sin muchas ganas de festejos patrios, con gesto ceñudo, enojados con la realidad y con la protesta, acaso decepcionados de "su" gobierno, o quejosos por "la pesada herencia recibida". O todo eso junto.
Se los ve sin muchas ganas de festejos patrios, con gesto ceñudo, enojados con la realidad y con la protesta, acaso decepcionados de "su" gobierno, o quejosos por "la pesada herencia recibida". O todo eso junto.
Y este 25 de mayo transcurre con protocolo de la protesta social (aplicado ayer nomás a los estatales mendocinos), veto a la ley anti-despidos en medio de una ola de despidos y suspensiones, Milagro Sala presa política y el presidente "encapsulado" en auditorios seleccionados por temor a que lo puteen: las semejanzas con los fastos de la oligarquía no son sino la consecuencia natural de proyectos políticos que excluyen a las grandes mayorías, que son las que siempre protagonizan la alegría expansiva en el espacio público.
De hecho, para encontrar una expresión multitudinaria de júbilo popular (mezclado con un dejo de nostalgia) hay que remontarse a la despedida del pueblo en la plaza a Cristina, el 9 de diciembre del año pasado. De allí para acá cada vez que multitudes de argentinos ganaron las calles fue para protestar contra el gobierno de Macri: en la conmemoración de los 40 años del golpe, en las marchas por los despidos en el Estado o a favor de la ley de medios, en las protestas por los recortes al presupuesto universitario y educativo o en la convocatoria de las centrales sindicales para impulsar la ley que Macri terminó vetando.
Tal como se dijo hace poco acá, no hubo "plazas macristas", ni las habrá hoy, para rodear al presidente CEO (al fin y al cabo puesto allí por los votos) de algo de calor popular. Es posible que -como decíamos en la otra entrada- se trate de una nueva sensibilidad política, a la que no le interesa expresarse en el espacio público.
Tal como se dijo hace poco acá, no hubo "plazas macristas", ni las habrá hoy, para rodear al presidente CEO (al fin y al cabo puesto allí por los votos) de algo de calor popular. Es posible que -como decíamos en la otra entrada- se trate de una nueva sensibilidad política, a la que no le interesa expresarse en el espacio público.
Sin negarlo, creemos que la razón es más profunda: no hay festejos masivos, porque dejando de lado (para algunos) el final del kirchnerismo (el hecho maldito de la transición democrática), no hay nada más que festejar. A diferencia de hace seis años y -nos animamos a decir- hasta de hace 6 meses, muchos argentinos -entre ellos, muchos votantes del propio Macri- sienten que éste país ("su" país) no los incluye, ni les da motivo para el optimismo o la esperanza.
El contexto de éste 25 nos recuerda que -tal como lo era en 1810, cuando se daba el primer paso hacia su construcción- un país es un lienzo en blanco, un boceto que siempre se comienza una y otra vez, un proyecto de construcción colectiva donde nada está garantizado desde el principio, y todos los finales son posibles. Y vaya si los argentinos hemos aprendido eso, desde 1810 para acá.
Pero para festejar y festejarnos tenemos que tener voluntad de ser, por nosotros mismos y parados sobre nuestros propios pies, eso que había hace 6 años y hace 6 meses, y que hoy claramente está faltando, como faltaba en el primer centenario; de allí los parecidos.
Mientras muchos seguimos queriendo "saber de que se trata", lo que intuimos no nos gusta, porque no nos incluye y -sobre todo- porque no estamos invitados a participar de la gestación de ese "que", que deciden otros, por nosotros, en otros lugares.
Pero por difíciles que parezcan los tiempos -como lo eran en 1810- todo está por delante, y todo puede pasar. De nosotros depende, también.
Mientras muchos seguimos queriendo "saber de que se trata", lo que intuimos no nos gusta, porque no nos incluye y -sobre todo- porque no estamos invitados a participar de la gestación de ese "que", que deciden otros, por nosotros, en otros lugares.
Pero por difíciles que parezcan los tiempos -como lo eran en 1810- todo está por delante, y todo puede pasar. De nosotros depende, también.
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