LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

lunes, 4 de julio de 2011

HISTORIA DE DOS CIUDADES II


Por el Chino Garcé

De regreso de mi viaje por Sudáfrica estuve revisando mi cuaderno de apuntes y las anotaciones de lo que me pareció más interesante de mi permanencia en Johannesburgo y Soweto.

Leía allí y recordaba que el Alcalde Van Barlett, preocupado por el incremento de la inseguridad en la ciudad, creó un cuerpo de elite policial para hacer frente al problema, en tanto advirtió que eran insuficientes los esfuerzos de la policía del Estado Libre de Orange a cargo del gobernador Von Winner.

Surgió así entonces la GSI o “Gestapo para Soweto y su Indiada”, si no traduje incorrectamente la sigla del inglés; cuerpo conformado a la usanza de las juventudes hitlerianas por entusiastas jóvenes arios decididos a combatir el flagelo de la inseguridad allí donde se presentase.

Sus miembros fueron destacados a la vigilancia estricta de todos los puntos fronterizos con la vecina Soweto, como el gran parque que lleva el nombre del fundador de Johannesburgo, el cementerio del Ayuntamiento y el anfiteatro situado al sur de la ciudad, al borde mismo del barrio Centennial, uno de los más habitados de la vecina ciudad.

En el marco de su adiestramiento, los integrantes de la GSI recibieron instrucción de buceo para el rescate de tortugas, pues los amigables quelonios quedaron atrapados en el barro acumulado en el fondo de grandes piletas, originariamente destinadas a la recreación de los habitantes de Soweto, y que actualmente son utilizadas por éstos para proveerse de agua para beber y asearse, pues carecen en sus chozas de tan vital servicio.

Pese a los esfuerzos de los guardianes, no pudieron concretar el rescate de los animales, quienes lograron evadirlos, lo que fue motivo de chanzas en la ciudad durante mucho tiempo.

Los guardianes de Van Barlett recibieron instrucción en diferentes materias, como por ejemplo “Derechos Humanos” (para recordarles a los habitantes de Soweto que es aquello que pueden y no hacer de acuerdo a las leyes del apartheid), “Instrucción Física” (para adquirir velocidad en la carrera, de ser necesario su uso), “Acciones contra el fuego” (curiosa enseñanza en una ciudad rodeada por completo de agua) y “Protocolo de Actuación”.

Esta última disciplina es la principal de su adiestramiento, pues involucra los modos y formas que deben observar los miembros de la GSI para su eventual contacto con los habitantes de las diferentes etnias de Soweto, y por ende implica aprender sus diferentes idiomas.

Dentro del “Protocolo” se les explica en detalle como deshacerse de peligrosas amenazas potenciales a la seguridad ciudadana, tales como niños pidiendo limosna en los semáforos, los ya mencionados vehículos de tracción a sangre con los que los habitantes de Soweto trasladan los despojos que constituyen su fuente principal de alimentos, y en especial la venta ambulante de mercancías que los sowetenses practican con frecuencia y osadía, aun en pleno radio céntrico de Johannesburgo.

Este es uno de los principales problemas que ha debido encarar Micky Van Barlett en su gestión, y lo cierto es que parece no haber encontrado aun una solución al mismo.

Su propuesta de conformar una reservación indígena en los terrenos de una ex estación de ferrocarril abandonada ha chocado con la oposición frontal de los vecinos de las zonas de Johannesburgo aledañas a la misma, quienes aducen que la presencia de etnias de Soweto en la zona altera la estética del paisaje, y amenaza la superioridad racial aria.

Incluso le cuestionan a Van Barlett el incumplimiento de sus promesas electorales sobre construir en el lugar un paseo público bautizado el White’s Park, o sea algo así como un “parque para blancos”.

También han alzado su voz de protesta contra la instalación de la reservación los miembros de la Commerce Chamber de Johannesburgo (algo así como el Centro Comercial), quienes aducen la competencia desleal de los mercaderes de Soweto (reclaman para sí el monopolio de la evasión impositiva y las conexiones clandestinas al servicio de electricidad), y proponen para los mismos alternativas drásticas, como su deportación masiva hacia sus países de origen, o el uso intensivo del horno crematorio del cementerio municipal.

Las reminiscencias de este procedimiento con Auschwitz, indudablemente, han hecho dudar a Van Barlett sobre la conveniencia de su adopción.

Por otra parte la ciudad de Johannesburgo y sus vecinos se resisten aún a ceder terrenos dentro de su radio para el asentamiento de las tribus de Soweto que habitaban zonas inundables por el West River, y por tal razón muchos de sus miembros deambulan por las plazas y paseos públicos de Johannesburgo convirtiéndolos en su residencia, lo que no hace más que encolerizar a los johannesburgueses.

La solución del dilema es muy compleja, porque estos no admiten ceder terrenos para las etnias de Soweto dentro de sus límites, ni aun con la promesa de las autoridades de instalar en ellos campos de concentración (eufemísticamente denominados “complejos habitacionales”).

La recreación y las actividades en que se usa el tiempo libre también marcan las profundas diferencias entre una y otra ciudad.

Así por ejemplo las autoridades responsables del casino y el shopping center recientemente inaugurados en Johannesburgo están advirtiendo con preocupación la cada vez más creciente afluencia de habitantes de Soweto a sus mesas de juego, máquinas tragamonedas y locales comerciales, diversiones y entretenimientos originariamente pensados exclusivamente para el solaz y esparcimiento de la minoría blanca; como resultaba claro con sólo ver los afiches publicitarios que precedieron a su inauguración, desde los cuales una sonriente familia aria invitaba a consumir, apostar y divertirse.

Esta preocupación los ha llevado a imaginar mecanismos para restringir el acceso a esos centros de diversión, fuere imponiendo una tasa de ingreso (calculada en el valor del litro de combustible más caro del mercado), o fijando en los locales comerciales precios que no todos estén en condiciones de pagar.

Así por ejemplo en el shopping aledaño al casino de Johannesburgo, algo tan sencillo como un helado puede llegar a costar el mismo dinero con el que una familia tipo de Soweto (o sea padre, madre y cinco hijos) se alimenta durante una semana.

Otra de las preocupaciones centrales de Van Barlett ha sido la recuperación de los espacios públicos.

En ese contexto, propicia la deportación progresiva de los mercaderes y artesanos que venden o truecan sus productos en las diferentes plazas de la ciudad, hacia la reservación que está planeando construir en Soweto, luego de haber desalojado a un grupo importante de ellos de otras de las plazas principales, argumentando para ello que sus voces importunaban a las palomas que allí se reúnen en gran número.

En la bella costanera de la ciudad, aledaña a la laguna afluente del East River, el Ayuntamiento ha emprendido una campaña de demolición de estructuras de hormigón en las cuales los habitantes de Soweto realizaban barbacoas los fines de semana, lo que provocaba las quejas frecuentes de los vecinos del coqueto barrio residencial aledaño.

También han sido desalojados juegos infantiles que allí existían y que, por su ínfimo costo, eran los preferidos de los sowetenses por ser los más accesibles a su presupuesto, ya que su nivel de ingresos les veda otras diversiones, reservadas para los más pudientes habitantes de Johannesburgo.

Incluso Micky planea desmantelar una añeja construcción conocida por los lugareños como la “mágic carpet” (alfombra mágica o algo así), pretextando que sus reminiscencias orientales con el cuento de “Las mil y una noches” son una velada apología de Bin Laden y la red terrorista Al Quaeda.

Los detractores de Van Barlett aducen que, con estas medidas, este está haciendo el trabajo sucio para despejar el área de ocupantes “molestos” y dejarla libre para su uso por los emprendimientos gastronómicos de sus empresarios amigos dedicados a ese rubro, pero por lo escaso de mi estadía en la ciudad no pude confirmar la veracidad de la especie.

Como me vencía el sueño, cerré las páginas de mi cuaderno de anotaciones y me dormí pensando en lo afortunado que era de vivir en una ciudad como Santa Fe, donde tales formas de segregación racial y social no existen, y que está pensada para incluirnos a todos sin importar nuestro color de piel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin le encontramos el puesto al Chino Garcé. Jugaba de sociólogo, y nosotros lo poníamos de 2.
el Colo