Conocidos los datos
del IPC de junio, la inflación fue la más lata en 25 meses, y los primeros 31
meses de gobierno de Macri fueron los peores desde 1991, en lo que refiere a
ese indicador. La inflación “núcleo” estuvo incluso por encima del ya alto indicador
general, y dentro de éste, los precios regulados directamente por el gobierno
(el transporte, la energía, las prepagas) casi llegaron al doble.
Ni hablar de los
precios “desregulados” por decisión del gobierno como los combustibles, o los
“dolarizados” (al quitar las retenciones en medio de una fuerte devaluación)
como los de los alimentos básicos de la canasta familiar. Salvo las prepagas
(que afectan a un porcentaje menor de la población), los rubros que más
aumentan son los más inelásticos a una merma sustancial del consumo (porque son
básicos e imprescindible), pero que hay merma, la hay; lo que supone un aumento
de las privaciones de cosas elementales para la gran mayoría de la población, y
un deterioro creciente de su nivel de vida.
En tanto lo que más
aumenta son justamente (y por decisiones de política económica del gobierno)
las cosas más básicas, la inflación le pega peor -dentro de los sectores de
ingresos más o menos fijos- a los sectores con menos ingreso disponible, que
deben volcarlo casi todo al consumo: jubilados, pensionados, trabajadores
informales, beneficiarios de planes sociales.
Desde el punto de
vista macroeconómico, la “competitividad” ganada a costa de la pulverización
del salario real por la devaluación, será limada por el agudo proceso
inflacionario, y volverán los reclamos por el atraso cambiario (máxime cuando
el dólar bajó algo desde sus valores máximos), y vuelta a empezar con la rueda;
hasta que todo estalle. Para peor, los aumentos en el nivel mayorista hablan a
las claras de un segundo semestre complicado, con más oleadas de traslados de
la corrida cambiaria a los precios minoristas.
A menos de un mes
de cerrado el acuerdo con el FMI, la banda inferior de la inflación pactada ya
estalló por los aires, y el gobierno marcha camino a un “waiver”, que
seguramente consistirá en otro apretón monetario vía suba de las tasas, que
profundizarán la ya grave recesión.
El fracaso
estrepitoso de la política anti-inflacionaria del gobierno (un fetiche de las
políticas neoclásicas) se llevó puesto todo el bagaje teórico de la ortodoxia,
que no obstante ello insiste con las mismas recetas: quedó comprobado que ni la
inflación es un fenómeno exclusiva o preponderantemente monetario, que el “pass
trough” (traslado a precios de modificaciones en el tipo de cambio) sigue
vivito y coleando, que la suba de tasas es ineficaz para contenerla y que se
trata en esencia de un resultado de la puja distributiva en sociedades
desiguales y mercados imperfectos.
Una puja
distributiva desatada por el gobierno, que se abstuvo deliberadamente de
regularla y conducirla luego de que la alimentó con una brutal modificación de los precios relativos (tarifas, tipo de cambio); con la finalidad explícita de que la perdieran los
salarios: se los pretendió usar como ancla inflacionaria y no funcionó, aunque
en realidad eso fue lo que se dijo: el objetivo real fue (siempre) hacer
retroceder el salario real, y la participación de los trabajadores en el
ingreso.
La velocidad de la
crisis se llevó puestos también los reacomodamientos discursivos de actores
secundarios de la coalición gobernante, como los radicales y Carrió con su
proyecto de ley de defensa de la competencia “para ir contra los abusos de los
formadores de precios”; contra los que Vidal lanzó una tibia advertencia pero
le avisaron a tiempo, y quedó en eso nada más.
Antes y desde el
inicio, el gobierno se ocupó concienzudamente de desmantelar todos los
controles estatales sobre la formación de precios y la estructura de costos de
las empresas, y de vaciar hasta hacerlo casi desaparecer, al programa “Precios
Cuidados”.
Fracasaron todas
las estrategias seguidas hasta acá para contener la inflación; con lo cual
queda demostrado que -contra lo que decía Macri- no era algo tan sencillo de
resolver, ni dejó de ser un problema. De hecho, es junto a la pobreza y las
amenazas sobre el empleo, el principal de los problemas.
Lo que sí es cierto
es que es una clara demostración de la inutilidad del que gobierna, en éste
caso Macri. A menos que el efecto haya sido el buscado por lo antes señalado de
la guerra al salario, en cuyo caso el inútil trasmuta en hijo de puta.
En cualquier caso
la conclusión es la misma: el año que viene en las urnas hay que echarlo a
patadas en el culo.
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