LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

sábado, 9 de julio de 2011

LAS CHARLAS DE MORDISQUITO


Enrique Santos Discépolo es una de las figuras de la poética argentina mas popularmente difundidas, conocidas al nivel del vulgo en cuanto a su producción, y frecuentemente citado como una especie de filósofo o sicólogo social de barrio; fundamentalmente a partir de letras como “Yira Yira” o “Cambalache”.

Sin embargo, como muchas víctimas del aparato que gobierna la superestructura cultural en nuestro país, la complejidad de su obra es ignorada, o extraída por completo del contexto social y político en que se desarrolló, lo que sin dudas es un medio eficaz para privarla de lo sustancial de su contenido, en la medida en que éste no sirve a los fines de la perpetuación de ese aparato.

Así nos han presentado a Discepolín como el poeta de la desesperanza, el narrador de la permanente náusea argentina que -con clarividencia y hace ya muchos años- nos advirtió nuestro destino como país y sociedad, dejándonos abandonados en la soledad de la angustia y la desesperación, en la cual ninguna construcción social o colectiva (y por ende política) es posible; filosofía existencial que se expresa en tangos como "Cambalache" y "Yira yira". 

Esta imagen, ciertamente funcional a un determinado modo de pensar y construir la Argentina, se corresponde con el Discépolo de aquellas obras que mencionamos, que es el de la “Década Infame” que se abrió en el país a partir de 1930; la Argentina del "fraude patriótico", del pacto Roca-Runciman y las Juntas reguladoras, del Banco Central privatizado, de los barrios de casas de latas y de la "Villa Desocupación" en el puerto de Buenos Aires.
Pero de Discépolo se nos oculta su otro rostro: el de la Argentina que se abre a partir del 45’, con un proyecto político al que el poeta adhiere fervorosamente, junto a otros hombres de la cultura nacional de su generación, como Homero Manzi, Cátulo Castillo, Alberto Vaccarezza, Leopoldo Marechal, Arturo Jauretche o Raúl Scalabrini Ortiz, cada uno con su visión y su mayor independencia o compromiso militante.

A ese Discépolo debemos obras como Cafetín de Buenos Aires (1948) donde la desesperanza da paso a la nostalgia y al culto de la amistad; pero por sobre todas las cosas de entonces son “Las charlas de Mordisquito”, denominación con la que se popularizó un ciclo en realidad denominado "Pienso y digo lo que pienso".

Eran una serie de programas en radio donde el poeta dialogaba (en realidad monologaba) imaginariamente con un opositor al gobierno de Perón, un “contrera” como se les decía por entones (lo de “gorilas” vendría después del golpe del 55’), que a veces era identificado como radical,  pero que en realidad entraba dentro de la categoría mas genérica de “ellos” o “ustedes”, lo que denotaba que la política era una cuestión de definición individual pero también colectiva, porque esa definición implica la necesaria existencia de un “nosotros”.

Anticipándose en su monólogo a las quejas de Mordisquito, que le reseñaba todas las críticas de la oposición al peronismo, Discépolo le contestaba con una encendida defensa del proceso social que este encarnaba (más que del gobierno en sí) y, en su encendido oficialismo, no dejaba de intentar que su contendor reflexionara sobre el pasado pero al mismo advirtiese que ese proceso, de ascenso social y crecimiento colectivo, también lo comprendía aunque lo criticara y lo combatiera.

Lo único que exigía a cambio era que admitiera que “otros” (los postergados de antes y de siempre) vivieran su alegría por un país que siempre sintieron como propio, pero que por primera vez los incluía.

En estos tiempos tan raros que vivimos los argentinos, mas de una vez, seguramente, a los que las han vivido o a quienes hemos leído sobre eso, nos han venido a la mente aquéllas épocas del primer peronismo, con un gobierno que puede que cometa (y cometerá seguramente) muchos errores (sobre todo en la relación con vastos sectores de las clases medias) pero que también, al igual que entonces, es blanco de los más fuertes ataques por sus aciertos.

También parece que la película se repite en la “oposición”, que olvida que “segundas partes nunca fueron buenas” , y desde ya que las cosas no son exactamente iguales que entonces (en la historia nunca lo son del todo), y que mucho agua ha corrido bajo el puente, en el país y en el mundo.

Lo que sí se parece (y nos habla de una deuda no saldada) es el clima de enfrentamiento, de crispación, de bandos irreconciliables y de escaso espacio para el diálogo y la argumentación, para el reconocimiento de razones mutuas, y no me refiero a lo que vivimos durante el conflicto con las patronales agropecuarias: “el gobierno y el campo”, cuya puesta en paridad era en sí una desmesura conceptual mediática.

Nos referimos concretamente a vastos sectores de las capas medias de la sociedad (fundamentalmente urbanas) con un presunto nivel de cultura formal, pero en rigor presa fácil del discurso mediático, de las zonceras de lugar común que se construyen en los espacios que la política deja libres y sobre los que ese discurso machaca.

Esos sectores, cuya relación con el peronismo ha sido históricamente conflictiva, advirtieron en su momento  en el conflicto con “el campo” una válvula de escape para expresar su descontento y a veces su resentimiento contra él, y parece curioso que mientras nostros por momentos dudamos acerca de si el rumbo que el proceso abierto en el 2003 va a tomar es el correcto, esos sectores no se engañan y lo critican acerbamente en todo aquello que (con olfato e intuición certera) les huele a peronismo, populismo, estatismo, negrada y todo lo que se les parezca.

Entonces salen del arcón de los recuerdos caracterizaciones, estigmas y consignas que, como todas, nublan el razonamiento, obstruyen el análisis y construyen un discurso forjado a fuerza de titulares de los diarios, encabezados de los noticieros televisivos y pantallas (y cerebros) divididas y editadas.

Frente a esto la respuesta no es (como a veces ensayamos nosotros mismos) un discurso igualmente blindado, lo que no significa ceder en aquello en que no se debe ni se puede, sino avenirse a explicar mejor lo que se quiere, reconociendo que es dificultoso hacerlo en un contexto cultural ampliamente desfavorable y con un estilo de construcción y -sobre todo- conducción política difícil de modificar.

Ese es el desafío, porque dentro de ese inmenso conglomerado de pelotudos hay muchos que lo son menos, porque también hay pelotudos de este lado, y porque muchos aterrizaron en tan poco edificante club por ignorancia, prejuicio, desorientación o deformación cultural, pero no son “genéticamente” pelotudos.

Es decir no se trata por caso de “ir al rescate” de gente como Lanata o Caparrós, sino de muchos de los papanatas que miran sus programas o leen sus libros, y encima en muchos casos se creen “progres” y con el manual de Tennembaum en la mano le toman lecciones de progresismo al gobierno.

Hay por supuesto, núcleos duros e irreductibles de opinión (y de intereses) que hace bien el gobierno en identificar como enemigos, debiendo simultáneamente darse una estrategia para desactivar su influencia en la conformación de la opinión pública, que de cuenta de algunas profundas contradicciones internas e incoherencias que tienen, como se está haciendo desde hace un tiempo con las patronales agropacuerias; sin ir más lejos.

Pero los más de los amplios sectores de la clase media -y no pocos sectores populares captados por el mismo discurso.- son “recuperables”, claro que la tarea requiere de paciencia y de convicción, de una tolerancia que resulta muchas veces difícil (porque es obvio que no hay contrapartida), de una constante refutación de lugares comunes grabados a fuego a golpes de radio, televisión, mails y blogs. Y es importante “recuperarlos” porque los necesitamos para hacer un país mas justo y solidario, y porque no podemos cometer el error de regalárselos a los que bregan por una republiqueta sojera para pocos.


Y es en esa tarea que nos pareció adecuado rescatar las charlas de “Mordisquito”, en las que Discepolín monologaba apostrofándole a Mordisquito sin dejarle responder, usando el monopolio de los medios que tenía el peronismo que no se los facilitaba a los sectores de la oposición política. En estos tiempos, eso sería impensable, con Canal 7, Encuentro, CN23 y algún que otro medio solos no alcanza para amordazar a las otras voces.

Hablando en serio, hoy la cosa parece ser al revés: los “Mordisquitos contreras” de toda laya y pelaje tienen el virtual monopolio de la palabra escrita, radial y televisiva, y aun electrónica, y claman censura (y cosas peores) para los que nos atrevemos a no pensar como ellos.

Por eso hoy hay que dejarlos hablar, escucharlos (¡que más remedio nos queda!) y, con paciencia y saliva, intentar hacerlos pensar “agarrándolos de la lengua”, es decir tomando como punto de partida no lo que nosotros pensamos, sino lo que ellos mismos dicen constantemente, de modo de pinchar los globos y desinflar las vejigas que hinchan constantemente, pero que parece que no tienen más que aire.

Los dejamos con un video con el audio de "Pienso y digo lo que pienso", donde Discepolín explica estas cosas mejor que nosotros, y no vayan a creer que fue grabado esta semana:



2 comentarios:

Anónimo dijo...

B R I L L A N T E Discepolin.

El Colo.

Guigue dijo...

Para mí discepolín fue un adelantado en la época todo lo que dijo se cumplió y lo que más me llama la atención es el tango dónde lo describe cambalache