Se llegó a la
sesión de ayer de Diputados con el telón de fondo de la disputa interna del
gobierno por la estrategia política a seguir, que sobrevoló incluso el “retiro
espiritual” de Chapadmalal: Emilio Monzó (que anoche tuvo que asistir a la
amplia derrota del oficialismo en el Congreso) demostró por las malas que tenía
razón, y Macri tiene que rever su sistema de relaciones con el entramado
opositor, buscar acuerdos más amplios y ampliar los límites de la coalición de
gobierno.
Claro que es muy
posible que la realidad le esté marcando que aunque quisiera hacerlo ya no
resulte posible, o sencillo: el gobierno está herido, algunos tiburones (como
Massa) huelen sangre u olor a cala y nardo, y es posible que hayan decidido que
llegaron hasta la puerta del cementerio, el punto desde el que no se suele
seguir adelante.
La doctrina Durán
Barba de saltear los acuerdos con las estructuras políticas para refugiarse en
los apoyos líquidos de “las encuestas de opinión”, “la gente”, las redes
sociales y los timbreos sufrió ayer un duro revés; y habrá que ver como sigue
la cosa por el lado del gobierno. Los primeros indicadores no son alentadores: se empieza a hablar de las tendencias desestabilizadoras del peronismo contra los gobiernos de signo opuesto, lo que remite a los fantasmas de Alfonsín y De La Rúa.
Hasta acá Macri
vino haciendo política siguiendo más o menos el manual del ecuatoriano (con
ciertas dosis de rosca que le significaron ir abriendo la billetera a cada paso,
como con la emergencia social),
eligiendo a su oposición (Massa), aislando al kirchnerismo como los réprobos
inasimilables e invitando al resto a sumarse a la “gobernabilidad” ampliada,
pero sin acuerdos globales, sino tema por tema.
Y a los que se
mostraban díscolos los corría con esos elementos líquidos de que se hablaba, un
juego que Massa (oportunista y camaleón político, si los hay) vino
aceptando y sacándole provecho, hasta ayer; en que tuvo que resignarse a pactar
con el FPV para consensuar un proyecto por Ganancias para que el tema no se
cayera, y tener que compartir así costos con el gobierno, que buscaba lo mismo.
Prueba de que la
cosa no terminó como él imaginaba (forzando un proyecto inviable, para incitar
al veto y quedar como el defensor del salario de los trabajadores alcanzados
por el impuesto) es que dio el ausente en la conferencia de prensa de la
oposición en la que se anunció el acuerdo, ausencia que fue mezcla de
reconocimiento de que sin ampliar los acuerdos (léase incluir al kirchnerismo) la
cosa no salía, y de decepción por no haber podido coronar con una foto que lo
tuviera como protagonista central, el éxito de la movida.
Si bien en un acuerdo amplio como el que alcanzó la oposición ayer todos deben ceder algo, baste un ejemplo para entender lo que le pasó a Massa: tuvo que aceptar que se repusiera el impuesto a los dividendos empresariales que había colocado el kirchnerismo en el 2013 (para financiar justamente una suba del mínimo no imponible de Ganancias), y que se suprimió en la ley de blanqueo, con el voto suyo y el de todo el Frente Renovador.
En el tema
Ganancias en particular Macri no dejó prácticamente cagada por hacer: pedaleó
el tema durante todo el año todo el tiempo que pudo, anunció una y otra vez
(por boca de sus funcionarios) su envío al Congreso (que solo concretó cuando
lo apuró Massa), abierto el debate legislativo envió a Prat Gay que solo logró
encolerizar aun más a los opositores con su soberbia y al no aceptar preguntas,
asustó a los gobernadores en una “campaña del miedo” con un “paper” sobre la
posible caída de los ingresos coparticipables si prosperaba el proyecto
massista (mientras ninguneaba a los demás presentados en el Congreso), sacó el
DNU que perjudica a los puertos patagónicos en medio del proceso ganándose la
enemistad de varios gobernadores, “retocó” por decreto la ley del blanqueo para
que puedan entrar los familiares de los funcionarios (lo que generó la
oposición hasta de algunos de sus socios) y finalmente terminó proponiendo un
proyecto absolutamente invotable; que implicaba que más trabajadores y no
menos, pasaran a pagar Ganancias.
Pensemos además cuanta tiene que ser la tropeza de un gobierno que convoca a extraordinarias y propone en el temario un asunto (Ganancias) donde su proyecto es rechazado por una amplísima mayoría, y la oposición lo toma como punto de partida para imponer (también por amplia mayoría) el propio.
Por si en ese marco
no fuera bastante difícil para los legisladores de “Cambiemos” defender la
postura del gobierno en el Congreso, no brillaron estos precisamente por su
solidez argumental: los radicales llegaron a la sesión con la mochila a cuestas
de defender la prisión de Milagro Sala ante los reclamos de los organismos
internacionales, y rozaron el ridículo: el comprovinciano Hugo Marcucci tildó
de “cínica” la postura del kirchnerismo de gravar con el impuesto las ganancias
por el dólar futuro “que ellos mismos crearon"; olvidando que la ganancia para
los especuladores la creó su gobierno al devaluar, que los principales
beneficiarios son los funcionarios del gobierno que decidieron esa devaluación, y
que justamente de lo que se trata es de gravar ganancias.
¿O acaso pretendía
imponer un impuesto a las pérdidas y quebrantos, y que lo paguen las Pymes y
las industrias afectadas por las importaciones, la suba de las tarifas y la
caída en las ventas, por la merma en el salario y los despidos?
El argumento “por
qué no lo hicieron antes” dirigido a Kicillof y el kirchnerismo es
-políticamente hablando- bastante bobo: se le pueden oponer razones que van
desde que “antes” eran gobierno y no oposición (como hicieron ellos con el 82 %
móvil en el gobierno de Cristina), hasta considerar que “antes” la carga
tributaria por Ganancias alcanzaba a la mitad de los trabajadores que ahora, y
se compensaba con paritarias que le empataban o ganaban a la inflación; mientras que “ahora” además de que pierden, se les dice que tienen que aceptar
seguir perdiendo, pactando aumentos en base a las “metas de inflación futura
esperadas”.
El 82 % móvil
dijimos, y es inevitable la comparación: por entonces (2010) Cristina lo vetó
sin dudar, y sin pagar costos políticos por eso, tanto que un año después era reelecta
con más del 54 % de los votos. Claro que la economía crecía, y su gobierno
venía de incorporar al sistema previsional dos millones y medio de nuevos
jubilados, y de sancionar la ley de movilidad que con sus dos aumentos anuales
le ganaba a la inflación (era la mejor paritaria de todas), hasta éste año.
Aquél proyecto era
mucho más dañino incluso en términos fiscales porque dinamitaba el Fondo de
Garantía de Anses y el financiamiento del sistema previsional en su conjunto (o
sea lo que hoy está produciendo la “reparación histórica” impulsada por Macri y
buena parte de la oposición, como Massa y Bossio), sin contemplar fuentes
adicionales de financiamiento.
Si Macri -como dice
la nota de Clarín a la que corresponde la imagen de apertura- medita la alternativa del veto para el caso que el proyecto
pase el filtro del Senado (la amplitud de los números de la derrota de anoche
pareciera anticipar que sí), posiblemente los costos políticos para él sean
mucho mayores; no solo porque los números de la economía dan mal, sino porque
vetando la ley estaría afectando los intereses de buena parte del núcleo duro
de sus propios votantes, a los que les prometió en campaña eliminar lisa y
llanamente el impuesto.
Ese núcleo duro en el que Durán Barba finca
precisamente su teoría de los “apoyos líquidos”, y del presidente que mientras más
ajusta o peor gobierna, más popular se vuelve.
Tal como pasó
cuando se demoró la sanción del luego aprobado régimen de participación
pública-privada, es muy prematuro decir si la foto de la oposición de ayer
(incluyendo las ausencias de Massa y Bossio) marca un cambio de tendencia a
futuro en la relación con el gobierno, o sólo se trata de una sonora excepción
que puede confirmar la regla; porque no hay que olvidar que concomitantemente
avanza desde el Senado el proyecto enviado por Macri que introduce cambios la ley de riesgos del trabajo con venia
explícita de la CGT, que previsiblemente se replicará en Diputados a través de
sus representantes en los bloques de buena parte de la oposición (más los
dipu-empresarios, como De Mendiguren).
Ayer mismo Diputados le dio un amplio
respaldo transversal a la “emergencia social” acordada por el gobierno con los
movimientos sociales y organizaciones piqueteras (algunas de ellas), con la
controvertida acta de “rendición” incluida. Claro que la amplitud de los apoyos no garantiza el éxito de una política pública: veíamos ayer en ésta nota de Página 12 como la devolución del IVA a los jubilados y beneficiarios de la AUH fue otro cañonazo destinado a "promover el consumo", con la pólvora mojada.
Ni que decir si se
amplía la mirada más allá de las cuestiones estrictamente económicas: el massismo
que ayer indignó a despechados legisladores, funcionarios y comunicadores del
oficialismo por actuar como oposición no vaciló en bancar con todo (de Massa
para abajo, casi todos) la prisión de Milagro Sala y el régimen autocrático de
Gerardo Morales, del que son copartícipes principales.
Lo que sí marca la
votación de anoche son los límites del esquema de toma decisiones con el que
realmente funciona la coalición gobernante, y que se funda básicamente en los
humores de Macri, con todo lo que eso implica; lo que nos vuelve al principio:
a Monzó, sus críticas y el debate interno de “Cambiemos”. Vetar o no el
proyecto de Ganancias tiene que ver sobre todo con eso, más que con
consideraciones de índole fiscal o económica.
Y más allá de lo
que termine haciendo Macri, desde anoche entraron el crisis las percepciones
del “círculo rojo” sobre la capacidad de él y su gobierno de conducir el
proceso político, imponer la agenda y sostener la gobernabilidad; interrogantes
todos que seguramente demoren más aun que las cifras de la economía la
postergada “lluvia de inversiones”.
En ese contexto, salir por los medios a mentar los fantasmas del helicóptero en medio de las amenazas de las hordas barbáricas del peronismo podría no ser el recurso discursivo más eficaz.
3 comentarios:
Les doy seis meses para que traten que Marcucci entienda como funciona el dólar a futuro.Y la incidencia que tuvo la delirante devaluación macrista, y su efecto sobre el precio que era previsible antes que los delirantes salgan a patear el hormiguero.
Más que seis meses, les doy un año. Y Marcucci seguirá sin entender.
Las declaraciones que hace, no las hace por ideología, ni por ser orgánico. Lo que pasa es que no entiende. Es bruto al palo.
Solamente en la UCR pueden encontrarse dirigentes con tanta capacidad intelectual. Es el próximo candidato a presidente. Total, para sacar 2% de los votos, cualquiera puede cantar.Además es fotogénico.
El Colo.
A este gobierno macrista hay que dejarlo tranquilo.
Solito va a implosionar.
Macri, durísimo con Massa: "Cuando uno es un impostor sale a la luz"
Cierto Mauri-ceo
Nos mandaste al caño y todavía las vas del great pretender.
Tu gobierno es un gran fracaso hecho a propósito para así currar.
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