LA FRASE

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martes, 20 de noviembre de 2012

EL CACEROPARO


Por Raúl Degrossi

¿Qué tienen de parecidos el paro de hoy y los cacerolazos del 8N, en apariencia tan distintos?

La primera similitud es obvia: son manifestaciones opositoras al gobierno nacional, que ganan la calle para darle visibilidad a sus reclamos y -sobre todo- a los protagonistas de esos reclamos; más o menos explícitos, unos dichos y otros ocultos; probablemente más dichos que ocultos en el paro que en los cacerolazos: Ganancias, asignaciones familiares, ART, obras sociales.

En los dos hay temas ausentes: defensa de las fuentes de trabajo, combate al empleo en negro o la precarización laboral; omisiones entendibles en la protesta cacerolera, incomprensibles en el paro de hoy.

O que en todo caso lo ponen en contexto, y recortan con más precisión que sector de los trabajadores se moviliza, y por qué.

Entre lo que se dice, lo que no se dice (pero se busca) y lo que se deja directamente de lado en cada caso, se terminan delineando hechos con frontera borrosa (siempre difícil por otra parte de establecer) entre la protesta social y el reclamo político; ambos legítimos en democracia, pero con formas y canales distintos de procesamiento.

Ambos reclamos tienen como disparadores (al menos visibles) medidas que el gobierno se vio forzado a tomar por la crisis, como los controles cambiarios, las restricciones a las importaciones, la no suba del mínimo no imponible de Ganancias o la no universalización de las asignaciones familiares; aunque cada una de esas medidas se podría analizar y discutir desde muchos lugares, a favor o en contra.

Hechos que las protestas (la del 8N, la de hoy) descontextualizan por completo, en un punto central: la crisis estrecha los márgenes de maniobra de la política económica, y los recursos de los que el Estado puede echar mano para afrontarla, lo que lo obliga a fijar prioridades.

Y está claro que esas prioridades han sido preservar el empleo, y no resignar recursos para sostener las políticas que apuntan a los sectores que están por debajo de la franja de ingresos de los que protestaron el 8N, y de los que se movilizan hoy.

Hay también allí vínculos entre una y otra protesta, más allá de las diferencias: el 8N las movilizaciones fueron básicamente protagonizadas por sectores de la clase media y media-alta, que en no pocos casos fueron objetivamente beneficiados por políticas del kirchnerismo. De hecho, muchos de los cacerolos recuperaron su status clasemediero a partir de la recuperación económica que el país evidenció desde el 2003.

Los reclamos que hoy motorizan la protesta sindical (suba del mínimo no imponible de Ganancias o eliminación del impuesto, generalización de asignaciones familiares) son sensibles a sectores de trabajadores que en muchos casos se han convertido en estos años en clase media (o se han consolidado como tal, por sus pautas de consumo y niveles de ingresos), como consecuencia de políticas impulsadas por el kirchnerismo.

Algo de lo que el gobierno debe tomar nota, aunque más no sea para explicar cuáles son las prioridades que hoy determina el contexto de crisis.

Del mismo modo que los caceroleros no representan a la totalidad de la clase media (colectivo amplio y heterogéneo si los hay), tampoco el paro de hoy representa o expresa al conjunto de los trabajadores, ni siquiera (en uno y otro caso) a los que pueden sentirse interpelados por los reclamos concretos (comprar dólares, no pagar Ganancias).

Y la diferencia al respecto la marca la lectura del contexto, es decir del marco general en el que las protestas se insertan: aun dejando de lado a todos los sectores sociales del país (que son la amplia mayoría) a los cuáles los pliegos reivindicativos de ambas protestas (más o menos concreta una, más o menos gaseosa la otra) no los interpelan porque no tienen nada que ver con su situación personal, están los que sí podrían sentirse contenidos por los reclamos, pero no se suman a las protestas.

Y no lo hacen porque ven el contexto político (la intención de desgastar al gobierno), y nos les interesa sumar allí; mientras a la inversa hay otros (como los piqueteros de la Corriente Clasista y Combativa reclamando por Ganancias, o la Sociedad Rural adhiriendo al paro) a los que es justamente el contexto y la dirección política de las protestas lo que los decide a adherir, y eventualmente protagonizarlas.

Por esa razón, al igual que con los cacerolazos del 8N, con el paro de hoy se enganchan todos los que tienen en común que quieren sacarse de encima a Cristina (como apunta acá Gerardo): los medios hegemónicos (que juegan su propio partido, y no crean las protestas, pero las fogonean y aprovechan), los partidos y políticos opositores (con más o menos disimulo, según el propio sentido del ridículo de cada uno, más que por una introspección desde la coherencia política), las corporaciones patronales (como la Mesa de Enlace) y las infaltables patrullas perdidas de la izquierda; expertas en confundirse siempre.

Hasta se pueden encontrar similitudes entre el paro y los cacerolazos en la cuestión de los liderazgos, porque no tener ninguno visible (más allá de los que impulsaron, fogonearon y organizaron las convocatorias) se termina pareciendo bastante a tener múltiples liderazgos (como el paro de hoy); sobre todo si se lo mide desde la proyección política de las protestas, y su capitalización a futuro.

Porque así como no me caben dudas del carácter político del paro (lo que no es una descalificación, sino una simple comprobación), apunto también que darle ese matiz implica avanzar en ese terreno, en la construcción de alternativas al kirchnerismo; y allí la cosa se complica para el sindicalismo, como se les complica a los cacerolos.

Lo que no implica que el paro de hoy no tenga repercusiones a futuro, y en lo inmediato: hoy mismo todos se enzarzarán en discusiones sobre sus alcances, la real adhesión (oscurecida por la presencia de múltiples piquetes en todo el país) o las actitudes que el gobierno va a tomar a partir de la protesta.

Que al igual que los cacerolazos, contribuye a enrarecer el clima político a muchos meses de las elecciones (y nada indica que eso cambie en lo sucesivo, antes bien tenderá a empeorar), y a pocos días del 7D; pero a diferencia del 8N, puede poner al gobierno en contradicción con parte de su propia base electoral.

En que medida, dependerá de cómo evolucionen las cosas, y cual liderazgo sea más capaz de asumir la representatividad de los trabajadores, que no hay que olvidar que tienen reclamos específicos como tales, pero también votan, como cualquiera; y lo hicieron también en octubre del año pasado.

Algo que los sindicalistas protestones de hoy (como los caceroleros indignados del 8N) deberían tomar debidamente en cuenta.

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