Por Raúl Degrossi
¿Qué tienen de parecidos el paro
de hoy y los cacerolazos del 8N, en apariencia tan distintos?
La primera similitud es obvia:
son manifestaciones opositoras al gobierno nacional, que ganan la calle para
darle visibilidad a sus reclamos y -sobre todo- a los protagonistas de esos
reclamos; más o menos explícitos, unos dichos y otros ocultos;
probablemente más dichos que ocultos en el paro que en los cacerolazos:
Ganancias, asignaciones familiares, ART, obras sociales.
En los dos hay temas ausentes:
defensa de las fuentes de trabajo, combate al empleo en negro o la
precarización laboral; omisiones entendibles en la protesta cacerolera,
incomprensibles en el paro de hoy.
O que en todo caso lo ponen en
contexto, y recortan con más precisión que sector de los trabajadores se
moviliza, y por qué.
Entre lo que se dice, lo que no
se dice (pero se busca) y lo que se deja directamente de lado en cada caso, se
terminan delineando hechos con frontera borrosa (siempre difícil por otra parte
de establecer) entre la protesta social y el reclamo político; ambos legítimos
en democracia, pero con formas y canales distintos de procesamiento.
Ambos reclamos tienen como
disparadores (al menos visibles) medidas que el gobierno se vio forzado a tomar
por la crisis, como los controles cambiarios, las restricciones a las
importaciones, la no suba del mínimo no imponible de Ganancias o la no
universalización de las asignaciones familiares; aunque cada una de esas medidas se podría analizar y discutir desde muchos lugares, a favor o en contra.
Hechos que las protestas (la del
8N, la de hoy) descontextualizan por completo, en un punto central: la crisis
estrecha los márgenes de maniobra de la política económica, y los recursos de
los que el Estado puede echar mano para afrontarla, lo que lo obliga a fijar
prioridades.
Y está claro que esas prioridades
han sido preservar el empleo, y no resignar recursos para sostener las
políticas que apuntan a los sectores que están por debajo de la franja de
ingresos de los que protestaron el 8N, y de los que se movilizan hoy.
Hay también allí vínculos entre
una y otra protesta, más allá de las diferencias: el 8N las movilizaciones
fueron básicamente protagonizadas por sectores de la clase media y media-alta,
que en no pocos casos fueron objetivamente beneficiados por políticas del
kirchnerismo. De hecho, muchos de los cacerolos recuperaron su status
clasemediero a partir de la recuperación económica que el país evidenció desde
el 2003.
Los reclamos que hoy
motorizan la protesta sindical (suba del mínimo no imponible de Ganancias o
eliminación del impuesto, generalización de asignaciones familiares) son
sensibles a sectores de trabajadores que en muchos casos se han convertido en
estos años en clase media (o se han consolidado como tal, por sus pautas de
consumo y niveles de ingresos), como consecuencia de políticas impulsadas por el
kirchnerismo.
Algo de lo que el gobierno debe tomar nota, aunque más no sea para explicar cuáles son las prioridades que hoy determina el contexto de crisis.
Algo de lo que el gobierno debe tomar nota, aunque más no sea para explicar cuáles son las prioridades que hoy determina el contexto de crisis.
Del mismo modo que los
caceroleros no representan a la totalidad de la clase media (colectivo amplio y
heterogéneo si los hay), tampoco el paro de hoy representa o expresa al
conjunto de los trabajadores, ni siquiera (en uno y otro caso) a los que pueden
sentirse interpelados por los reclamos concretos (comprar dólares, no pagar
Ganancias).
Y la diferencia al respecto la
marca la lectura del contexto, es decir del marco general en el que las
protestas se insertan: aun dejando de lado a todos los sectores sociales del
país (que son la amplia mayoría) a los cuáles los pliegos reivindicativos de
ambas protestas (más o menos concreta una, más o menos gaseosa la otra) no los
interpelan porque no tienen nada que ver con su situación personal, están los
que sí podrían sentirse contenidos por los reclamos, pero no se suman a las protestas.
Y no lo hacen porque ven el
contexto político (la intención de desgastar al gobierno), y nos les interesa
sumar allí; mientras a la inversa hay otros (como los piqueteros de la
Corriente Clasista y Combativa reclamando por Ganancias, o la Sociedad Rural
adhiriendo al paro) a los que es justamente el contexto y la dirección política
de las protestas lo que los decide a adherir, y eventualmente protagonizarlas.
Por esa razón, al igual que con
los cacerolazos del 8N, con el paro de hoy se enganchan todos los que tienen en común que quieren sacarse de encima a Cristina (como apunta acá Gerardo): los medios
hegemónicos (que juegan su propio partido, y no crean las protestas, pero las
fogonean y aprovechan), los partidos y políticos opositores (con más o menos
disimulo, según el propio sentido del ridículo de cada uno, más que por una
introspección desde la coherencia política), las corporaciones patronales (como
la Mesa de Enlace) y las infaltables patrullas perdidas de la izquierda;
expertas en confundirse siempre.
Hasta se pueden encontrar
similitudes entre el paro y los cacerolazos en la cuestión de los liderazgos,
porque no tener ninguno visible (más allá de los que impulsaron, fogonearon y
organizaron las convocatorias) se termina pareciendo bastante a tener múltiples
liderazgos (como el paro de hoy); sobre todo si se lo mide desde la proyección
política de las protestas, y su capitalización a futuro.
Porque así como no me caben dudas
del carácter político del paro (lo que no es una descalificación, sino
una simple comprobación), apunto también que darle ese matiz implica avanzar en
ese terreno, en la construcción de alternativas al kirchnerismo; y allí la cosa
se complica para el sindicalismo, como se les complica a los cacerolos.
Lo que no implica que el paro de
hoy no tenga repercusiones a futuro, y en lo inmediato: hoy mismo todos se
enzarzarán en discusiones sobre sus alcances, la real adhesión (oscurecida por
la presencia de múltiples piquetes en todo el país) o las actitudes que el
gobierno va a tomar a partir de la protesta.
Que al igual que los cacerolazos,
contribuye a enrarecer el clima político a muchos meses de las elecciones (y
nada indica que eso cambie en lo sucesivo, antes bien tenderá a empeorar), y a pocos días del 7D; pero
a diferencia del 8N, puede poner al gobierno en contradicción con parte de su
propia base electoral.
En que medida, dependerá de cómo
evolucionen las cosas, y cual liderazgo sea más capaz de asumir la
representatividad de los trabajadores, que no hay que olvidar que tienen
reclamos específicos como tales, pero también votan, como cualquiera; y lo hicieron también en octubre del año pasado.
Algo que los sindicalistas
protestones de hoy (como los caceroleros indignados del 8N) deberían tomar
debidamente en cuenta.
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