Por Raúl Degrossi
La mayoría de los análisis
políticos sobre los cacerolazos convocados para el jueves en todo el país están
más enfocados en “el día después”, que en los ribetes y motivaciones en sí de
las protestas; es decir en la direccionalidad futura de una forma de acción
política que explícitamente se reivindica como apartidaria (aunque muchos de
sus referentes y organizadores tienen claros vínculos con organizaciones y
partidos políticos opositores); y que sumará masividad en la calle, cuanto más
generales se mantengan sus consignas y sus reclamos.
Una forma de politización en la
que impera ampliamente el pensamiento mágico, que circula profusamente por las
redes sociales, y presupone que la contundencia de las manifestaciones
provocará la implosión del gobierno, o un cambio sustancial de su rumbo
político, en un sentido distinto del que viene siguiendo hasta acá, y -sobre
todo- del que la ciudadanía votó masivamente el 23 de octubre del año pasado:
con el paso de las semanas, la figura del “votante arrepentido” de Cristina fue
diluyéndose, para dar paso a la explícita asunción de un discurso no ya
opositor, sino directamente confrontativo con el gobierno.
Incluso el ejemplo de las
consignas contra la AUH que se oyeron en el anterior cacerolazo, dejan ver que no hay siquiera en el plano teórico un
intento (a lo Capriles) de ensayar algo parecido a “yo apoyo todo lo bueno que
hizo el gobierno, y me opongo a lo malo”.
Y hablando de Capriles, tampoco
existe (o por lo menos no está en un plano preponderante del discurso
cacerolero) la apelación a la inviable unidad opositora de cara a las
elecciones del año que viene (aunque sigan identificándose como el 46 %, con
obvio desconocimiento de cómo se compuso hacia su interior el voto opositor);
ni se puede advertir en que medida corresponderán los cacerolos a los gestos
opositores de las últimas semanas, como la cruzada anti-reeleccionista, o el
apoyo explícito de la dirigencia opositora a las marchas, y la intención de
participar: se puede intuir que lo primero genera poco más que indiferencia, y
lo segundo rechazo.
Lo que los coloca en un punto
complicado, porque la insatisfacción que se expresa en los cacerolazos tarde o
temprano tendrá que buscar cauces de expresión política por las vías
institucionales, algo que no será fácil de asimilar por los caceroleros, que deberán
prepararse para aceptar que el día después Cristina seguirá en el gobierno, y
desde allí, continuará aplicando el programa para el cual fue votada.
Las dificultades de los cacerolos
para encontrar representación política de sus reclamos (que tampoco terminan de
definirse en un programa, o algo parecido) tienen más que ver con su propia
percepción del sistema institucional, que con las precariedades ostensibles del
conglomerado opositor para asumir su representación.
Hay en el núcleo conceptual de los
que se expresan en las protestas una impotencia política inicial, donde que
abundan demasiados “No” tanto en los reclamos (a la corrupción, a la
inseguridad, a la reforma constitucional), como hasta en la misma estética
organizativa con la protagonizan la ocupación del espacio público: como
vestirse, como reaccionar ante la presencia de los medios, tratando de suavizar
las aristas más golpistas y reaccionarias expresadas en los anteriores
cacerolazos.
Pero aunque las oculten, allí estarán: Pando, los neonazis, Cherasny, los que reivindican los crímenes de la dictadura, los que piden la destitución de la presidenta, no se quedarán ese día en su casa; se sumarán a las marchas, porque los expresan, los contienen y les brindan un sujeto social por medio del cual darse un baño de multitudes que relegitime sus planteos.
Pero aunque las oculten, allí estarán: Pando, los neonazis, Cherasny, los que reivindican los crímenes de la dictadura, los que piden la destitución de la presidenta, no se quedarán ese día en su casa; se sumarán a las marchas, porque los expresan, los contienen y les brindan un sujeto social por medio del cual darse un baño de multitudes que relegitime sus planteos.
Del mismo modo que los cacerolos
dieron el tránsito de la espontaneidad presuntamente pura a la espontaneidad
organizada, más temprano que tarde deberán dar otro paso, hacia el
sinceramiento de su propuesta política, sea o no contenida en los moldes de los
partidos preexistentes.
Como ya dejaron entrever que
están en contra de la asignación universal o los programas sociales, deberán
decir claramente que no quieren la ley de medios o ninguna de las políticas de
regulación económica del gobierno (desde los controles al dólar hasta la
expropiación de YPF), o lo que es lo mismo, reconocer que prefieren otro modelo
de Estado y otro diseño económico y social, lo cual no es delito: simplemente
hace al sinceramiento del debate político, ni más ni menos; eso es lo que dijo ayer claramente Cristina.
Claro que transitar de consignas
que todos pueden compartir (como rechazar la corrupción o exigir más seguridad)
a otras que la mayoría de los argentinos ha rechazado electoralmente cada vez
que tuvo oportunidad (con la excepción de la reelección de Menem), y la última
vez en forma estruendosa, supone un recorte a la pretensión de asumir la
pretensión del conjunto, del hombre común de la calle.
Del mismo modo que los cacerolos
no pueden pretender que con su sola movilización cambie el gobierno, es
ilusorio que pensemos que dejarán de manifestarse, de un día para el otro; sobre
todo cuando el paso del tiempo va dejando claro quienes mueven las palancas
detrás de tanta espontaneidad organizada.
Más allá de eso, perdurarán -al
menos por un tiempo- porque son uno de los últimos emergentes de la implosión
del 2001 (hay hasta cierto aire de familia entre la grita de los ahorristas
atrapados en el corralito de entonces, y los que tienen síndrome de abstinencia
de dólares hoy); que entienden que la excepcionalidad política en la Argentina
no la constituyeron cinco presidentes en una semana, sino el modo de
gobernabilidad instaurado por el kirchnerismo, y esa excepcionalidad (para ellos) debe
terminar lo más pronto posible.
Como decía en una entrada anterior, volver a la idea de la política y la economía como dominios autónomos
y escindidos, renunciando por completo a la pretensión de dictarle desde la
política reglas a la economía, menos cuando eso implica zambullirse en
conflictos y pujas que no están dispuestos a afrontar, ni tampoco les
interesan: por el contrario, entienden que conspiran contra su propia situación
personal, familiar o social.
Si en plena crisis del estallido
de la Convertibilidad volvieron sus ojos hacia el Estado para recuperar sus
ahorros, hoy ya no toleran ningún grado de ingerencia estatal en esos asuntos,
aunque lo disfracen con la idea de un “mejor Estado” y reclamen porque los
trenes funcionen; sin comprender en su rusticidad que -por ejemplo- para que
eso sea posible, el Estado debe ser solvente (y por ende contar con recursos,
cobrar impuestos, desendeudarse) y tener capacidad de regulación y arbitraje;
es decir, ser como ellos rechazan.
Campea en los caceroleros el
espíritu anti-político del “que se vayan todos”, reconvertido en “que se vaya
Cristina”, aunque el futuro en el supuesto de que eso se diera sea brumoso; o
implique la vuelta de todos los que se tenían que ir, con algunas renovaciones
impuestas más por la biología que por los resultados electorales a lo que
algunos son inmunes, como Duhalde o Carrió.
Es posible incluso que (dentro del propio colectivo cacerolero) se produzca a futuro una escisión entre quienes terminen adhiriendo electoralmente a alguna de las propuestas opositoras existentes, y quienes se expresen votando en blanco como un modo de impugnación general al sistema político: algo parecido al famoso voto con la feta de salame en el sobre, o la foto del "Loco" Bielsa en las elecciones legislativas del 2001, previas al estallido.
Es posible incluso que (dentro del propio colectivo cacerolero) se produzca a futuro una escisión entre quienes terminen adhiriendo electoralmente a alguna de las propuestas opositoras existentes, y quienes se expresen votando en blanco como un modo de impugnación general al sistema político: algo parecido al famoso voto con la feta de salame en el sobre, o la foto del "Loco" Bielsa en las elecciones legislativas del 2001, previas al estallido.
La cuestión de la resolución de
una eventual crisis sistémica (que pretenden provocar, lo asumen o no conciente
y explícitamente) es secundaria para ellos, porque lo que están reclamando es
justamente una “secundarización” de la política en la vida cotidiana, la vuelta
a un sistema que semeje un campeonato de liliputienses electorales, donde no
exista ninguno capaz de obtener y consolidar una mayoría rotunda y contundente
como la que alcanzó Cristina el año pasado; de modo que se vean impedidos de
ceder a la tentación de reproducir el kirchnerismo (en tanto intento de
gobernabilidad de signo diferente, según lo señalado) por otros medios.
Que esa lectura política,
elaborada desde una percepción simplista de cómo funcionan las relaciones entre
política y economía, coincida bastante con la lógica desde la que entienden a
la política los grupos económicos (como la que expresa el spot del Grupo Clarín
que está abajo), es algo más que una sugestiva coincidencia.
4 comentarios:
Así están planteadas las cosas y no se revertirán ni de un lado ni del otro.
Si acá en Santa Fe, las consignas son contra la AUH y por 30 mil desaparecidos más propuestas por la Vanguardia Nacional cercana a algunos curas, no podemos esperar que sean respetuosos de la institucionalidad.
El sabio viejo dijo una vez "la víscera más sensible del hombre: el bolsillo".
Hay demasiada frustración personal que al juntarse se convierte en colectiva y una mediocridad promedio que no le interesa el narcogate santafesino, ni la inoperancia municipal. Muchos los inoperantes y frustrados van a estar "firmes" en el caceroleo.
Sin son "la 46" es porque tienen adentro "La 54".
Los conservadores no pueden asimilar que no tienen cabida ya a las vueltas de tuerca de volver a inmiscuirse en los gobiernos.
Ya es como un desafío para ellos. Ya es visceral y hasta en un punto va mas allá del factor dinero.
Hay gente de a pie que es mucho mas conservadora de lo que yo creía. Escuché a tipos que suponía mas progre decir cosas como: -La educación de antes era mejor, y boludeces por el estilo.
Hay gente que tiene determinados círculos de pertenencia como un par que concozco que siempre estuvieron justo con la guita pero va a un club náutico y tiene que estar a la par de los cajetillas porque tiene miedo a no pertenecer.
Ahora están mas holgados, pero en el 2000 mandaban a comer a los chicos a la casa de los vecinos (a la mía por ejemplo) porque gastaban lo infimo en comida para bancar los requerimientos del club.
Ahora, cuando emergen de esa situación en vez de coincidir con quienes lo bancamos y que tampoco estábamos nada bien en ese tiempo, no era ningún favor, era una cuestión de solidaridad elemental; se ponen del lado de los que nunca le dieron nada. De los que le exigieron el esfuerzo de no morfar para aparentar.
Esto es solo un ejemplo, pero si profundizás en lo doméstico de cada caso, te encontrás disparates como estos.
Tengo un cliente que nunca estuvo mejor que ahora pero (palabras de el) antes de votar un peronista prefiere cagarse de hambre. Y así.
El corredor automovilístico Carlos Alberto, siempre sale a hablar (bueno hablar es mucho decir), a balbucear incoherencias. Este ocupa banca, también firmó contra la re-re, llegando en total a 128 firmas entre isputados y senadores -1 menos que el quorum legal de la cámara baja nacional-.
Lo hacen justo antes de que los insatisfechos argentinos saquen las sartenes y cacerolas viejas, como sus ideas y frustraciones.
Estos oportunistas desde la alcohólica Bullrich al Nono renegau Solanas y demás lindezas opositoras, creen que con eso van a poder rasguñar un votito para 2013.
Ya causan tristeza ajena, aunque los peronistas estamos acostumbrados a todas estas pelotudeces.
8N - Ciclos
Los cacerolos quizás desconocen, o no no les importa, que al manifestar
con consignas como las de la movilización 8N, le hacen el juego a los que
están, ahí, esperando para volver a sus actos de rapiña.
Por eso, aún ganando con las consignas del 8N, a la mayor parte de ellos, les va
a ir mal. Son artífices de su propia miseria. Así, después, puede comenzar un nuevo
ciclo de la protesta, porque al fin y al cabo, el ciclo, hace que todos los políticos
se vean iguales.
Hay algo más, que tiene ver con esto de los ciclos y que han incorporado casi como
parte de su ADN. Y aunque no pueden explicarlo les provoca miedo, desesperación.
Es un miedo moderno pero opera como un miedo primitivo.
Las sucesivas políticas económicas pro-cíclicas han marcado a fuego el inconsciente.
Todos los gobiernos surgidos de los golpes de estado impusieron, de maneras perversas,
atesorar dólares como medida anti-cíclica domestica. Menem después y con De La Rua
estábamos en el horno...
Es la teoría de la economía que “derrama” para los que comen del suelo. Por caso en
los últimos tiempos, mientras el poder real se queda con 80.000 millones de dólares del
- dinero de todos - El mismo poder te deja comprar 150 o 300 dólares con - tu dinero -
A los cacerolos, no les importa, exactamente, quien gobierna. Tampoco les importa
el como y para quien. Sienten que el ciclo se termina (algunos quieren terminarlo ahora)
y viene el tsunami y que se van a ahogar. Lo que es incomprensible, para quien no padece
de ese miedo, porque la realidad indica que no hay riesgo (por ahora) de que eso suceda.
Parece que están construyendo un barco pero lo que quieren es un salvavidas. A buen
entendedor pocas palabras...
Si hablamos de activar el miedo, de una vez dejemos algo en claro, esos que se pasean por la
tv pronosticando las tormentas, Redrado, Prat Gay, Melconian, Broda, etc. son los co-lim-ba
(corre-limpia-barre) de la economía local.
Si tuvieran tanto éxito como se auto-venden, no andarían por la tv. Estarían ocupados
con su ego, la rubia en el avión y haciendo exitosos negocios financieros.
Para que quede más claro, otros ejemplos: Otros salen (si no salen, los mandan) cuando se
“mueven” cosas grandes como la recuperación de las acciones de YPF. Digamos un Lavagna.
El dólar, como el anillo de la película: El señor de los anillos, le da poder al que
lo posee, luego lo envilece después lo esclaviza. Y como al anillo lo mejor es destruirlo.
La gran diferencia es que Argentina no es una película en la que podemos cambiar
el guión a nuestro antojo. No hay hobbits, elfos y magos. No hay un hobbit elegido
para llevar el anillo hasta el río candente que sale de las entrañas de la tierra.
Nos guste o no el final está abierto. Tomara tiempo, recibiremos criticas de las justas
y de las despiadadas pero en las urnas lo definiremos.
Saludos.
PD: Ayer, mientras trataba de que todo lo que quería decir saliera en menos de 4096 caracteres,
que es el máximo que permite el comentario del blog, escuché por radio que por los dichos del
diputado Larroque se estaba organizando un acto de - desagravio al socialismo - aún no lo puedo creer.
Espero que, por lo menos las mujeres diputadas y senadoras, organicen un acto de desagravio y
pedido de disculpas, por parte de y por los dichos del diputado Zabalza, que se refirió a nuestra
presidenta llamándola “conchuda”.
El termino “conchuda” por lo general lo usa el macho humano cuando la hembra le pone limites.
Diputado Zabalza, a usted se le disparan esos exabruptos porque - usted - es un impotente
político. Y no me “zarpo” conjeturando como su impotencia política se refleja en sus órganos,
no porque no tenga ganas de conjeturar, sino que no quiero caer en lo mismo que usted.
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