Por Raúl Degrossi (*)
Todo parece indicar que los cacerolazos del jueves
serán de magnitud importante, en especial entre los sectores de clase media de
los grandes centros urbanos; y por supuesto desde el minuto en que terminen, se
dispararán los análisis sobre su significado, y todas las miradas se volverán
sobre el gobierno, como reacciona ante las protestas, o que medidas toma a
partir de ellas.
Protestas que ya es imposible desvincular del famoso
7D, e incluso los propios promotores y organizadores de los cacerolazos hacen cada
vez menos esfuerzos para desvincular una cosa de la otra: por el contrario el
núcleo directivo de la protesta (que lo tiene, aunque reclame en el plano
teórico un asambleísmo horizontal) viene asumiendo de modo creciente una
explícita defensa de los intereses del Grupo Clarín amenazados por la
desinversión forzada de la ley de medios; y el Grupo les retribuye con la
amplificación mediática de la protesta.
Y eso tiene una explicación, mas allá del claro
sesgo anti K de los cacerolazos: en un colectivo social que se asume huérfano de
representación política (lo que no quiere decir que no la hayan tenido en el
pasado, incluso inmediato, o que no tengan una visión definida del país desde lo
ideológico), Clarín es “su” partido político; por ende los intentos del
gobierno por aplicar las cláusulas desmonopolizadoras de la ley de medios son
percibidos por los cacerolos como una avanzada proscriptiva sobre quien asume
la explicitación pública de un discurso político en el que se sienten
contenidos y representados.
Un discurso que Clarín representó por décadas y que
era el del sentido común de la clase media, claro que hoy atravesado por la
lógica del enorme entramado de negocios que el Grupo logró construir con los
diferentes gobiernos; lo que determina que haya venido virando en forma
constante desde la equidistancia desarrollista, hacia posiciones más explícitas
de derecha, y en ese viraje lo acompañan los cacerolos, o lo nutren de un
sujeto social por medio del cual vehiculizar sus demandas: “con 8N no hay 7D”, dicen
con elocuencia.
Ese discurso, en el que se cruzan los caceroleros y
los intereses del multimedios, se nutre de una serie de equívocos conceptuales,
con un arraigo más o menos antiguo en el imaginario cultural de vastos
sectores de la clase media; como que la política y la economía son dominios
absolutamente escindidos entre sí; y la primera no tiene (ni debería tener)
capacidad de ingerir en la segunda, que se rige por sus propias reglas, y es
tanto más eficiente cuanto menos interferencias reciba de la política.
Una idea consistente con la creencia (que está en el
núcleo conceptual de la clase media) de que todos los logros individuales o
familiares son fruto exclusivo del esfuerzo individual, y todas las
dificultades, atribuibles al Estado y a la política; de cuyas intenciones hay
que desconfiar siempre, y cuyas acciones son percibidas como una amenaza.
Si se lo mira así, se entenderá el porqué del
encumbramiento de Lanata, ahora desde el corazón del conglomerado de medios más
importante del país; encumbramiento que será tanto mayor cuanto menos
intenciones manifieste de saltar decididamente a la arena política.
En los tiempos menemistas, el descarnado cinismo
anti-estatal y anti-político de Lanata era ignorado por muchos sectores que hoy
lo referencian, y en todo caso proporcionaba un atajo -que el sistema político
no proveía- a cierto progresismo líquido que nunca se decide a enfrentar la
cuestión del poder real, y a dar los pasos que hay que dar para construir
alternativas políticas con posibilidades reales de introducir cambios.
El clima cultural de los 90’ (en los que se alentaba
desde el propio Estado la idea de que vivíamos en el primer mundo) propiciaba
que vastos sectores de la clase media (e incluso no sólo ellos) toleraran la
corrupción o se desentendieran de las cuestiones de la famosa “calidad
institucional”, porque se sentían cómodos con el diseño social y económico que
se había puesto en marcha.
Por el contrario hoy, cuando hay ciertas medidas del
gobierno, y una direccionalidad general del proceso abierto el 25 de mayo del
2003 que los hace sentirse claramente incómodos, hostigados y perseguidos;
todas esas cuestiones recobran súbitamente un primerísimo plano, al menos en
las razones verbalizadas de la protesta: como se ve, una sofisticación social
del cinismo de Lanata, que explica también por qué razón el redentorismo moral
de Carrió es muchísimo menos eficaz para representar al cacerolo promedio, como
lo comprueba el escaso 1,82 % que obtuvo en las urnas hace apenas un año..
Se puede ver entonces como es el cambio del contexto
político, económico y social el que determina la convergencia de los cacerolos,
su asunción de la defensa de Clarín y su identificación con la prédica de
Lanata; porque el núcleo ideológico de unos, y el núcleo de intereses de los
otros, fueron en esencia siempre los mismos.
Pero también la concurrencia a los cacerolazos del
jueves será alimentada desde el comportamiento de la dirigencia opositora al
gobierno nacional: toda vez que en cualquiera de sus expresiones haya
acompañado alguna iniciativa del gobierno (aunque sea votando la expropiación
de YPF), estará incorporando a las protestas nuevos concurrentes huérfanos de
representación.
En ese sentido, no será menor la incidencia que
tengan en la ciudad de Buenos Aires (el epicentro cultural y mediático de las
protestas) los acuerdos del macrismo con el kirchnerismo local para votar un
paquete de proyectos en la Legislatura porteña.
Dato del que tomó nota la propia oposición, ofreciendo en los últimos días gestos conciliatorios hacia el colectivo cacerolero, como las movidas anti-reelección (algo que como programa político es pobre, y eventualmente una confesión de la propia impotencia), o los retiros con aire indignado de la sesión en Diputados en que se discutía el voto joven, o de la reunión de comisiones donde se trataba el per saltum.
Zanjado ya definitivamente el debate sobre la
espontaneidad de los cacerolazos (aunque no falten quienes absurdamente
insistan en defenderla), lo que cabe preguntarse es por su direccionalidad
política futura; a partir de los límites concretos que tiene una forma de
protesta que se reivindica como escindida de la política partidaria; pero eso
será motivo de otra entrada.
(*) La imagen del mapa de la organización de los cacerolazos está sacada de Documentos Militantes, vía este post de Artemio López.
(*) La imagen del mapa de la organización de los cacerolazos está sacada de Documentos Militantes, vía este post de Artemio López.
1 comentario:
Muy buen análisis!
Publicar un comentario