Es hasta cierto punto extraño que la situación política, económica y social de Brasil no sea parte del debate de nuestra campaña electoral, habida cuenta del obvio efecto que cualquier crisis en nuestro mayor socio comercial y principal destino de nuestras exportaciones produce en nuestra propia realidad.
Es posible que sea precisamente éste último aspecto el que tienda a provocar que los medios pongan en sordina la crisis que enfrenta el gobierno de Dilma, pues la pobre perfomance de la economía brasileña (con proyecciones negativas para el año próximo) vuelve a poner en el tapete la discusión sobre el "viento de cola" (que en éste caso sería de frente") o no, para explicar el proceso de crecimiento económico producido en la Argentina desde la salida de la convertibilidad.
El otro factor -seguramente el más decisivo para que se "opaque" mediáticamente la cuestión brasileña, o se haga foco exclusivamente en la cuestión de la corrupción- es que en el país vecino se están aplicando las mismas políticas económicas que se aconsejan para el nuestro; y lejos de resolver los problemas, tienden a aumentarlo.
El que crea ver en las protestas callejeras en Brasil exclusiva y fundamentalmente una saludable reacción ciudadana provocada por el hartazgo contra la corrupción en las altas esferas del poder, poco estará entendiendo del asunto; o estará intentando llevar agua para su molino trampeando los datos objetivos de la situación.
Sin el telón de fondo de la crisis económica (caída del PBI, incipiente fuga de capitales que podría tender a acelerarse, devaluación de la moneda, efectos negativos sobre el empleo, fracaso de las políticas de ajuste) no se explicarían las protestas, protagonizadas por sectores que desde siempre adversaron con los gobiernos del PT, ante el silencio o la falta de protagonismo de sus bases políticas y electorales; al menos hasta acá: habrá que pasa mañana con la movilización convocada en apoyo al gobierno.
En ese sentido, Brasil no escapa a las generales de la ley observables en otros países -entre ellos, el nuestro- según las cuáles la corrupción o la inseguridad motivan a la gente a expresar su disconformidad en el espacio público, cuando las condiciones materiales y objetivas de existencia (empleo, salarios, consumo) se ven amenazadas o deterioradas por los vaivenes de la economía.
De hecho los principales hechos de corrupción que se ventilan hoy provienen de mucho tiempo atrás (en algunos casos de antes incluso de los gobiernos del PT y sus aliados), pero cuando ocurrieron no tuvieron el impacto que hoy alcanzan, porque la situación económica era distinta a la actual.
A Brasil lo afectan factores que son comunes a los que hoy amenazan a la mayoría de las economías de América Latina, tanto en lo político como en lo económico: luego de una década de subir, los precios de los comodities tienden a la baja, se debilita la locomotora china como principal impulsora de sus exportaciones y en paralelo el proceso político abierto con la llegada de Lula al poder muestra señales de fatiga, por precariedades propias de la construcción política urdida por el PT (demasiado pendiente de alianzas con fuerzas "dudosas" en el Congreso) y por claros errores de conducción del liderazgo de Dilma; a la que el propio Lula "dejó hacer", retirándose a un segundo plano tras haber finalizado su mandato.
De allí que poner la mirada en Brasil es prioritario para nosotros no sólo por los ya apuntados efectos de cualquier sacudón económico que allí se produzca sobre nuestro país, sino porque las tensiones políticas que hoy sacuden al gigante sudamericano afectan también al proceso de integración regional; en un doble sentido: por un lado le impiden avanzar con pasos más firmas y decididos (porque la energía de la principal potencia regional está puesta en sus propios entuertos domésticos), y por otro crecen en influencia los sectores del propio establishment brasileño que empujan para sacar al país del esquema Mercosur-Unasur-Celac; lo que sería un impresionante retroceso en términos políticos y económicos para todo el sistema regional.
Si se observan las protestas contra Dilma y su gobierno, se advertirán no pocas similitudes con nuestros cacerolazos urbanos de tiempo atrás: sectores de la clase media urbana (en muchos casos nacidos o recuperados al calor de las políticas impulsadas por los gobiernos del PT), motorizados por los medios hegemónicos y con el desembozado aprovechamiento de la derecha más tradicional (tanto política como empresarial); que acaricia la posibilidad concreta de una maniobra de neto corte destituyente (se plantea el juicio político y se pide la renuncia de la presidenta, mientras unos cuantos reclaman públicamente la lisa y llana intervención militar), que les proporcione por una vía oblicua lo que las urnas les negaron hace muy poco.
En este marco sorprende la respuesta del gobierno, que no solo se ha dejado hasta aquí "ganar la calle", sino que tiene sumida en el desconcierto y la decepción a su propia base electoral; que ve con estupor como -tras un proceso electoral intensamente polarizado- Dilma ha terminado adoptando casi sin cambios el programa económico que fue derrotado en las urnas, en lugar de imponer el que estas consagraron.
Las medidas que el gobierno fue tomando para intentar paliar la crisis se revelaron así insuficientes y equivocadas en lo económico (porque tienden a agravar los problemas a futuro), y suicidas en lo político; pues le granjearon la pérdida del apoyo de buena parte de sus votantes, como pasó con la anunciada reforma laboral tendiente a imponer condiciones de mayor flexibilización. Si les suena conocido, no es mera casualidad.
El caso brasileño deja así importantes enseñanzas desde el punto de vista político para el proceso argentino, de cara a la renovación presidencial: cuando tiende a instalarse la idea de que es posible un "kirchnerismo amistoso" o de buenos modales donde no sea necesario provocar o afrontar conflictos para introducir transformaciones o sostener las conseguidas (al respecto es altamente recomendable esta nota de Claudio Scaletta en el suplemento Cash del domingo), Brasil demuestra que todo intento de conciliación o cualquier concesión respecto de los lineamientos centrales del proyecto político (con objetivos económicos y sociales) puesto en marcha en mayo del 2033, será interpretado como señal de debilidad por los sectores del poder real; que obrarán en consecuencia.
Lo que no implica que, si por el contrario, se sostiene claro y firme el rumbo central, no se puedan discutir los instrumentos, las herramientas o las políticas concretas, que por supuesto no tienen validez ni vigencia eterna.
El caso brasileño y el rumbo elegido por Dilma para enfrentar la crisis demuestra que en política no hay recetas mágicas, y que ninguna garantiza por sí la inexistencia de conflictos, o una paz celestial exenta de tensiones; que son connaturales a la política misma.
Lo que en otros procesos políticos (como los casos de Venezuela, Ecuador y Chile; con las reformas impulsadas por Bachelet al inicio de su segundo mandato) es el resultado de haber impulsado transformaciones estructurales, en Brasil parece ser la consecuencia de querer conciliar a cualquier precio; suponiendo que tomar la hoja de ruta del adversario disminuye la posibilidad de que éste se oponga, hasta el punto de hacerla desaparecer.
El contraste lo marca más claramente el ejemplo de Bolivia, que transitó desde el momento inicial de los gobiernos del MAS y Evo Morales (en los que el énfasis estuvo puesto en los cambios políticos e institucionales, reforma constitucional incluida), hasta el actual; en que el país disfruta los beneficios del crecimiento con inclusión, y de una poco frecuente estabilidad, considerando sus anteriores registros históricos en la materia.
Con las particularidades propias de cada país y de cada proceso político, lecciones a tener en cuenta para nuestra propia realidad.
2 comentarios:
Muy buen posteo. En un tono similar o parecido al de don Ricardo de Los Huevos y las Ideas que seguramente habrás visto.
Por eso, repito la conformación del congreso en Octubre es fundamental además de tener sumo cuidado con las concesiones y quienes se las brinda
Saludos
Creo que algunos medios esconden lo que pasa en Brasil tambien por una simple razon: durante mucho tiempo pusieron como ejemplo a los gobiernos de Lula y de Dilma como una centroizquierda pero que hacia las cosas bien, en contraposicion a los gobiernos Kirchneristas. Entonces hoy no pueden salir a mostrar las cosas como son
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