A 30 años hoy del desembarco argentino en las islas, Malvinas está presente en nuestra historia más allá del convencionalismo común de poner en foco en los acontecimientos en los aniversarios en números redondos.
Acaso porque el clima político que se respira (en la Argentina y en el mundo) resignifica la guerra librada en el Atlántico Sur hace tres décadas: la profundida de la crisis del capitalismo en los países centrales afecta al usurpador, y espolea sus bravuconerías y bravatas imperiales para distraer el foco de los problemas internos, tal como Tatcher en hizo en 1982 aprovechando la oportunidad servida en bandeja por la dictadura en retirada.
El despertar de América Latina después de la larga noche neoliberal de los 90' contextualiza en otra dimensión el hecho Malvinas, asumido como una causa continental: acaso porque marca como ningún otro lo que implica el imperialismo, el sometimiento colonial de los pueblos a los que se creen con derecho a gobernar los destinos de otros, por algún extraño mandato de Dios o de la historia.
Malvinas está presente y duele, como duelen el sometimiento y la sojuzgación, en cualquier forma que se presenten; y Malvinas también nos recuerda que -aun en tiempos de globalización, presunto fin de las ideologías o crisis de los Estados nacionales- hay realidades tan antiguas como la historia misma de la humanidad.
Y Malvinas expone (en el recuerdo, en el presente) todos los claroscuros del drama argentino:
El rol del periodismo, cómplice del poder genocida de ayer (mintiendo entonces descaradamente para ser funcional al intento de perduración de un régimen agonizante), y que hoy pretende enjuiciar éticamente al poder democrático, desde los medios y el poder que les regalaron los genocidas y ocultando su propia podredumbre moral.
El de los factores del poder económico, dispuestos a hacer siempre negocios en cualquier circunstancias, en paz o en guerra, en dictadura o en democracia; aun al precio de llevarse puesto al país si es necesario, como lo han hecho tantas veces.
Que aun ante ante la incontrastable evidencia de la naturaleza criminal de la dictadura (que no podían desconocer porque en no pocos casos propiciaron, y en otros toleraron en silencio) sólo le soltaron la mano cuando aquél 2 de abril -por esos imponderables de la historia- la recuperación de las islas la llevó a una guerra contra el poder militar de los países que dictaban la política económica en la que medraban; y a cuya esfera de influencia -según nos decían- debíamos pertenecer por aquella difusa y funcional idea de "civilización occidental y cristiana".
El triste espectáculo de una pseudo intelectualidad extraviada, siempre de espaldas al país real -con un protagonismo decisivo de las patrullas perdidas de la desmalvinización alfonsinista-, siempre sin comprender el fondo de las cosas: no hay autocomplacencia alguna con la adhesión popular a la recuperación de las islas.
Lo que hay es un pueblo que busca su rumbo, y que -a veces entre tinieblas, a veces con marchas y contramarchas- más tarde o más temprano, descubre a sus enemigos: a los que le arrebataron su territorio, y a los que le robaron su dignidad y sus derechos.
Por eso hoy seguimos bregando por recuperar las islas, mientras luchamos porque aquéllos que decidieron hacerlo por la fuerza hace 30 años paguen sus culpas en la justicia, por todo lo que hicieron: por los 30.000 desaparecidos, y por las vejaciones, abusos, tormentos y privaciones a nuestro soldados en aquélla guerra.
Soldados que -como siempre pasa, en todos los tiempos, en todas las guerras- ponen el cuero en conflictos que no deciden, provocados por gobiernos que muchas veces no eligieron (como en aquel 1982), pero no por eso son menos héroes, todo lo contrario: tuvieron que sobreponerse a éso, y hasta entregar su vida, pese a éso.
Soldados que salieron de ése mismo pueblo que salió a las plazas a celebrar la recuperación de las islas; muchos mientras seguían buscando a sus seres queridos arrebatados por el aparato de muerte de la dictadura.
Cosas que no tenemos que olvidar cuando analizamos a la ligera el hecho Malvinas, porque también los estamos criticando a ellos, lo digamos o no.
Y si es por marcar en rojo un día en el almanaque para recordar a Malvinas, este 2 de abril los recordamos a ellos: a los que no volvieron, o a los que volvieron con heridas (en el cuerpo, pero sobre todo en el alma) que aun hoy siguen sin cerrar.
Y ellos lo menos que merecen de nosotros hoy y siempre es eso: memoria y respeto.
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