Duhalde podrás estar senil y ser un cadáver político, pero no habla por boca de ganso, aunque diga gansadas: ninguna aparición suya en público es casual, mucho menos sus declaraciones. La última vez había sido cuando salió a cruzar el impuesto a las grandes fortunas, y no es casualidad: cuando él habla, por él hablan los principales grupos económicos de la Argentina, tal como lo hace Lavagna, con otro registro.
Por eso habló ahora de golpe justo, pero justo vea, cuando se conoció el DNU presidencial que se mete con el corazón de los negocios del grupo Clarín. Pobres los cacerolos que se movilizaron el lunes 17 pidiendo libertades y repúblicas, y ahora les dicen que no creen que haya elecciones, y se prepara un golpe de Estado.
Bah, nada de pobres: algún día habrá que aprender que cuando cierta gente habla de república e instituciones, empieza negando la democracia en su aspecto más básico y esencial: desconocer la legitimidad de un gobierno elegido por el pueblo, simplemente porque no es el que les gusta, o no es el que ellos votaron. Por lo general eso suele ir acompañado de una crítica a la capacidad de raciocinio de los que votaron a ese gobierno, otro rasgo característico de los antidemocráticos: de desconocerle legitimidad a un gobierno electo, a desear el final anticipado de su mandato o aun provocarlo, suele haber un pasito, como bien sabemos por experiencia histórica.
En ese sentido, es fácil detectar el hilo conductor golpista entre los exabruptos de Duhalde, las horcas de la marcha del lunes 17, los intentos opositores por vaciar el Congreso y la perplejidad de los mellizos de Papel Prensa porque el gobierno, pese a todo, sigue pensando en organizar las elecciones del año que viene. Papel Prensa, la empresa que se ganaron a fuerza de tapas que hablaban de la "total normalidad" que se vivía en el país después del 24 de marzo del 76', o de las ediciones en las que se fraguaban noticias sobre "muertes en enfrentamientos": no son nuevos en esto del golpismo, algunos. A lo que les cuesta un poco más adaptarse es a la democracia.
Al igual que ellos, Duhalde es una criatura de la excepcionalidad, la necesita y la reclama: candidato derrotado en las urnas, fue presidente por un atajo institucional en medio de la implosión de la convertibilidad, y desde allí, vehiculizó el enésimo aprovechamiento integral de una crisis institucional, por parte de los principales grupos económicos del país: la pesificación asimétrica de las deudas y la ley de bienes culturales le ganaron el título de "piloto de tormentas", y el sueño de estadista que lo envuelve desde entonces.
En un país "normal", en el que los gobiernos se eligen votando, Duhalde jamás podría ser presidente, y pelearía el fondo de la tabla con otras expresiones marginales de la política. Y se nota a las claras que jamás pudo metabolizarlo, y cumplir su promesa de pasar a retiro, llamándose a silencio.
En un país "normal", en el que los gobiernos se eligen votando, Duhalde jamás podría ser presidente, y pelearía el fondo de la tabla con otras expresiones marginales de la política. Y se nota a las claras que jamás pudo metabolizarlo, y cumplir su promesa de pasar a retiro, llamándose a silencio.
Clarín y La Nación -en tanto expresión mediática del aparato ideológico del establishment local- también son criaturas de la excepcionalidad: representan a grupos que necesitan de grandes crisis para medrar y prosperar, para obtener beneficios que en circunstancias normales serían más cuestionables aun, y que en esos casos un poder político fuerte podría negarles: el registro de nuestras peores crisis, es el mismo que el de sus más grandes negocios, y no es casual. De allí que trabajen a tiempo completo para socavar las instituciones y debilitar a los gobiernos, para poder luego imponerles sus exigencias.
Claro que hablar de golpe de Estado en la Argentina, con nuestra historia, y en América Latina, en estos momentos, no es algo que pueda tomarse en sorna y a la ligera, aunque lo diga un señor mayor que prometió retirarse de la política en el 2002, y como no cumplió, lo retiraron a urnazos dos veces; a su esposa en el 2005, y a él mismo en el 2011, Cristina y el kirchnerismo, las dos veces. Porque hay que recordar que Duhalde, el enano golpista que muchos llevan dentro, es también y antes que nada, un liliputiense electoral, que habla desde la insignificancia y el despecho.
Decíamos más arriba que nos ponen a discutir de la república, mientras socavan la democracia, y esto no importa admitir que exista la posibilidad cierta de un golpe de Estado en la Argentina: el rol que cumple Duhalde es el de agitar el fantasma, para debilitar al gobierno. Para mostrarlo necesitado de apoyos, que casualmente son los de sus reales valedores y esponsors, dispuesto siempre a una Moncloa criolla, en tanto ese pacto sacralice sus privilegios: cualquier parecido con una extorsión común, es porque de eso exactamente se trata.
Para demostrar que uno es democrático, no alcanza con ganar elecciones, y antes bien, se deja claro cuan democrático se es, cuando se pierden; y en esa materia la oposición mayoritaria al actual gobierno nacional -fiel a su tradición histórica- viene muy pero muy flojita de papeles, aunque grite cada diez minutos que el país vive oprimido bajo un régimen dictatorial que cercena libertades a sus ciudadanos.
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