LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

martes, 1 de agosto de 2023

PARA PENSAR

 

En pocos días los argentinos iremos a las PASO, que funcionarán en la práctica -como viene siendo prácticamente desde su instauración- como una primera vuelta electoral, después de una campaña electoral que no será recordada precisamente por la profundidad conceptual del debate político. Por el contrario, en un panorama bastante desolador a ése respecto, si algo atravesó la campaña -además de las chicanas de baja monta- fueron las premuras de la coyuntura que crea la deuda, y las negociaciones del gobierno con el FMI y sus consecuencias; pero poca -muy poca- referencia a lo que cada uno propone para el país a futuro. 

En nuestro caso, el discurso de campaña pone énfasis en alertar -como se intentó infructuosamente en el 2015- sobre los riesgos que entrañaría la vuelta al gobierno de la derecha explícita, una tarea en la que ellos ayudan bastante con sus sincericidios más o menos explícitos, pero habrá que ver cuando se abran las urnas, si la prédica permea en la sociedad. Con una inflación que ronda el 120 % y carcome los ingresos de la mayor parte de la población, permítasenos ser escépticos al respecto. 

De allí que, en éste contexto, resulte dificultoso levantar la mirada sobre la coyuntura y plantear algunas discusiones de fondo, como por ejemplo la que podría disparar esta interesante nota a Julio Neffa en El Destape, en la que plantea la idea de generar empresas mixtas (entre el capital privado y el Estado) para impulsar algunos desarrollos en ciertos sectores de la economía con potencial para crecer en los próximos años, y ser puntales del crecimiento global del país. 

El señalamiento de Neffa nos parece hecho en la misma línea que en su momento dijimos en ésta entrada, escrita pocos días después de la derrota en las elecciones legislativas del 2021, pero que conserva hoy plena vigencia: no es necesario hacer un gran esfuerzo para descubrir que la gestión económica del gobierno nacional (antes con Kulfas y Guzmán, e incluso hoy con Sergio Massa) estuvo dirigida por una versión "desarrollista" de la teoría del derrame neoliberal, con los resultados que todos podemos reconocer: la economía creció, pero ese crecimiento se distribuyó socialmente en forma desapareja, acentuando en ese sentido la regresividad que se observara en tiempos macristas.

Esos resultados -que tuvieron y tendrán sus consecuencias políticas y electorales- son consecuencia lógica del propio modelo de desarrollo económico elegido, en el que el Estado se corre deliberadamente del objetivo de la redistribución del ingreso, confiando en que las fuerzas del mercado lo harán por sí mismas sin necesidad de su intervención: buena parte de la explicación de la alta inflación hay que buscarla por ese lado. Y de los resultados electorales también.

Y esa realidad convive con un discurso extendido a lo largo y a lo ancho de todo el empresariado, desde las fracciones más concentradas del capital hasta los denominados "pequeños y medianos empresarios", y que no pocas veces es replicado desde el propio gobierno, y peor aun, secundado con medidas que van en esa misma dirección: el discurso de la "excesiva presión fiscal", que plantea que uno de los problemas centrales de la economía son los muchos o altos impuestos; y en consecuencia un paso esencial para resolver es reducirlos, o eliminarlos.

En esto coinciden desde el presidente de la Sociedad Rural hasta el de la UIA, con mayor vehemencia incluso que en el pedido de una reforma laboral flexibilizadora, que de hecho se ha venido haciendo, a fuerza de comprimir ingresos y poder adquisitivo de los salarios. Y ese discurso -lo digan o no los que lo enarbolan- encubre una visión anti Estado, porque al mismo tiempo se le reclama a ése Estado que debería resignar impuestos, que equilibre sus cuentas: el único modo es ese contexto, es reduciendo sus gastos, y achicando sus funciones.   

Pero sucede que, aun dentro de los marcos del modelo desarrollista impulsado, en la práctica es el Estado -y no el mercado- el que lidera, aunque sea a los ponchazos, la estrategia para llegar a ese desarrollo procurado: con YPF liderando la inversión para aprovechar el potencial de Vaca Muerta, construyendo el gasoducto que hará llegar un insumo crítico a la industria y posibilitará generar divisas genuinas por otra vía que no sean las exportaciones del complejo agroalimentario, mejorando la conectividad.

De hecho, cuando se señala que el kirchnerismo significó la vuelta de la política y el Estado, también significa que recompuso (en forma despareja, pero lo hizo al fin de cuentas) las capacidades de ese Estado para intervenir y regular diferentes aspectos de la vida económica y social. Cuando se pide privarlo de recursos o reducirlos (tip de "rebajar la presión fiscal") se está apuntando también a quitarle capacidad de regulación, arbitraje y control, aunque no se lo diga explícitamente.  

El "extractivismo" que tanto se critica termina siendo simplemente eso, a secas, si se lo deja librado a las puras fuerzas del mercado, sin ninguna mediación o regulación pública: en esas condiciones es muy posible que el capital termine simplemente buscando a como de lugar maximizar beneficios con una mirada de corto plazo en la que el desarrollo y la cohesión social están ausentes de las preocupaciones. 

Para conseguir otros efectos virtuosos derivados del crecimiento (agregado de valor vía industrialización, mayor integración de proveedores locales, generación de puestos de trabajo bien remunerados y en blanco) es menester más intervención del Estado, y no menos: intervención inteligente, fijando prioridades, estableciendo metas y compromisos explícitos y premios y castigos acordes, pero intervención al fin.  

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