LA FRASE

"HABÍA DOS BOTONES, UNO VERDE Y OTRO ROJO, Y YO PENSÉ "EL ROJO DEBE SER PARA VOTAR A FAVOR DE CUBA"." (DIANA MONDINO)

sábado, 2 de julio de 2011

HISTORIA DE DOS CIUDADES


Por el Chino Garcé

En viaje de turismo para presenciar el mundial de fútbol, tuve oportunidad de visitar Sudáfrica el año pasado  y recorrer su territorio, visitando -entre otros lugares- Johannesburgo y Soweto.

Como me llamaran la atención las notorias diferencias existentes entre dos ciudades tan cercanas (apenas separadas entre sí por calles y avenidas) que podían advertirse ya desde el aire al aterrizar el avión, y que me parecían consecuencia de los años en que rigieron las leyes del apartheid, decidí quedarme unos cuantos días para conocerlas en profundidad.

Según pude averiguar, los límites entre ambas ciudades más que geográficos parecen ser de otro tipo, como raciales y de estilos y niveles de vida.

En efecto y como dije antes, no las separa un río o algún otro accidente natural sino apenas calles y avenidas dentro de una misma trama, y es por eso que, si bien puede decirse que todo lo que se encuentra al oeste de Johannesburgo es Soweto, también es cierto que hacia el este existen algunos distritos satélites de ésta.

Tale es el caso de los asentamiento The Hole (un conjunto de bloques originariamente concebidos como campo de concentración de prisioneros en tiempos de un gobierno militar, luego transformado en plan de viviendas para migrantes de Soweto) y Green Tall, una serie ininterrumpida de chozas construidas por los naturales con los elementos disponibles en el lugar, en su mayoría basura proveniente de Johannesburgo.

Lo primero que traté de hacer fue obtener información para comprender mejor su forma de vida, pero entonces me encontré con la primera dificultad: los medios de prensa del lugar (radios, televisión, diarios y revistas) no dedicaban el mismo espacio y tiempo a reflejar la realidad de una y otra ciudad.

Mientras los hechos y noticias de Johannesburgo tenían una amplia repercusión y cobertura en la prensa (generalmente positiva y resaltando su constante progreso y crecimiento), Soweto aparecía exclusivamente en la sección “Policiales” de los diarios, o en los noticieros de televisión con motivo de algún hecho delictivo, generalmente sangriento.

El principal diario de la ciudad, The Coast, es dirigido desde hace muchos años por Gustav Victory y su familia -de la cual él ha heredado el periódico-, y es un firme vocero del pensamiento de la minoría blanca.

Incluso ha incorporado al diario a individuos provenientes de otras etnias, como el columnista Roger Al Anís, un alcohólico árabe en proceso de rehabilitación que trata de hacer olvidar sus orígenes étnicos (y políticos) a los lectores, con furibundos ataques a la población de Soweto y a sus costumbres y preferencias políticas.

Otros periodistas importantes son Charles La Riega, un ex nadador de aguas abiertas y hoy poderoso empresario agropecuario y Connie Chorrep, locutor de la emisora propiedad de una de las universidades de la ciudad, cuya actitud frente al Estado y los funcionarios ha sufrido un cambio “radical” en los últimos meses.

Antes este panorama, tuve que pensar entonces en otras formas de obtener información para satisfacer mi curiosidad, como por ejemplo contactar a los propios lugareños y obtener de primera mano sus impresiones. Esto también tenía sus inconvenientes.

En efecto, al hablar con las habitantes de Johannesburgo no tenían reparos en contarme como se vivía en su ciudad e incluso expresarme sus opiniones sobre la vecina Soweto y sus habitantes -invariablemente negativas-, en muchos casos con un tono exaltadamente belicista que proponía aplicarles soluciones drásticas.

Las frases que más frecuentemente escuché fueron “¡hay que matarlos a todos! o “a esos shit-blackies (algo así como “negros de mierda” creo, mi inglés no es muy bueno) hay que ahogarlos de chiquitos para que después de grandes no te armen quilombo” (no estoy seguro de que mi traducción de la última palabra sea correcta).

Cuando traté de obtener en el hotel en que me alojaba (en pleno centro de Johannesburgo) un transfer de alguna agencia turística que organizase excursiones hacia Soweto, trataron de disuadirme inmediatamente de la idea, diciéndome que tal cosa no existía, que ir hacia allá era sumamente peligroso y que, de todos modos, todo lo que era de interés para el turista (casino, shoppings, centros comerciales, museos, teatro) lo podía encontrar en Johannesburgo, que la vecina Soweto no contaba con nada digno de ser visitado.

Se me ocurrió entonces apelar a los medios de transporte públicos para recorrer ambas ciudades y advertí que el autobús circulaba por Johannesburgo, pero las terminales de sus líneas tenían su origen en todos los casos en Soweto, recorriendo largos trayectos entre una y otra ciudad.

Al preguntar la razón de esa circunstancia, me manifestaron que el autobús era el medio de transporte más barato (por lo menos originalmente), y en consecuencia el único que estaban en condiciones de pagar la mayoría de los habitantes de Soweto, y por ende el que más utilizaban para desplazarse.

Por tal razón las autoridades de Johannesburgo decidieron trazar esos recorridos de las líneas, ante el peligro cierto que las amas de casa se quedasen sin empleadas domésticas que las ayuden en sus quehaceres, las empresas constructoras sin albañiles y los comercios sin dependientes, entre otros peligros posibles.

No obstante, el servicio ha ido empeorando con el tiempo, las unidades son cada día más sucias y deterioradas y los conflictos sindicales de los conductores de los autobuses se repiten con mayor frecuencia dejando a prácticamente toda Soweto sin transporte público porque los otros medios (taxis y remises) se niegan sistemáticamente a ingresar a sus barrios, aduciendo la inseguridad.

Esos conflictos son laudados siempre por el Ayuntamiento de Johannesburgo aumentando las tarifas del servicio, que ha pasado a ser de los más caros de toda Sudáfrica; al punto que hay quienes sostienen que la tarifa se ha transformado de un modo encubierto en una especie de tasa de inmigración, que procura evitar el ingreso y permanencia de los habitantes de la empobrecida Soweto en la coqueta Johannesburgo.

También me llamó la atención que la gran mayoría de los conductores de taxis y remises parecían provenir mayoritariamente de Soweto (por su color de piel), pero compartían totalmente la visión racista de los habitantes de Johannesburgo.

Las desigualdades y conductas discriminatorias engendradas en los años del apartheid están muy arraigadas, y se manifiestan en todos los planos de la realidad de ambas ciudades: la economía, el comercio, la educación, la salud, la cultura, las obras y servicios públicos, la seguridad ciudadana y hasta las expresiones políticas.

No obstante ser dos ciudades distintas, como resabio de las leyes del apartheid a Soweto no se le permite contar con su gobierno propio, sino que tan sólo sus habitantes votan para la elección de las autoridades del Ayuntamiento de Johannesburgo, incluyendo el Alcalde de la ciudad.

Luego de muchos años de gobiernos de facto y gobiernos civiles en los que no se permitía la participación de todas las fuerzas políticas, la vuelta a la democracia trajo aparejado el resurgimiento del populista Justiciary Party (JP ó PJ según como uno tome la traducción), cuyos seguidores continúan invocando los símbolos originales de su fundador, un militar fascista fallecido hace ya muchos años, símbolos tales como el escudo y la marcha partidaria y los retratos y grabaciones con frases del fundador.

Este partido cuenta con gran arraigo entre los habitantes de Soweto, pues recuerdan con nostalgia y a través de los relatos transmitidos oralmente por generaciones por sus antecesores los años en que, estando en el poder su líder, suspendió la aplicación de las leyes del apartheid e integró a las etnias aborígenes a la sociedad, permitiéndoles gozar de derechos en materia laboral, educativa y social que luego les fueron nuevamente quitados, paradójicamente en los períodos en que gobernó el mismo partido conducido por dirigentes descarriados que adoptaron el programa de gobierno de la minoría blanca.

Esos dirigentes, aunque elegidos mayoritariamente por los habitantes de Soweto, en la práctica gobernaron favoreciendo a los sectores acomodados de Johannesburgo, en especial en los últimos años, procurando quizás de ese modo congraciarse con la élite blanca dominante y sus instituciones más representativas; quienes no obstante no dejan de verlos con gran desconfianza porque los creen capaces, en algún momento, de promover revueltas populares (lo que por allá se conoce como “levantar a la negrada”).

La persistencia de la superioridad electoral de esa fracción populista, asentada sustancialmente en el voto de los habitantes de Soweto (cuyo tasa de crecimiento demográfico es inmensamente superior a la de su vecina Johannesburgo) preocupó seriamente a la élite blanca, que expresó su disgusto en privado (“esto en la época del apartheid no pasaba”) y comenzó a imaginar alternativas para promover un cambio.

Descartada la implementación de programas de esterilización masiva entre los habitantes de Soweto en condición de reproducirse (por la crítica de los organismos internacionales de derechos humanos), pensaron también en implantar el voto calificado según el color de la piel del votante (más oscura, decrece el porcentaje de valor de su voto, o a la inversa se acrecienta en proporción a la blancura), para contrarrestar la aplastante superioridad numérica de los nativos de las etnias aborígenes.

Como esa alternativa también fuese descartada por motivos de corrección política y por dificultades prácticas (un johannesburgués me lo explicó gráficamente: “es muy difícil determinar cuanto de negro debe ser un negro para que sea tolerable para nuestros stándars de pureza”), la élite dominante se decidió finalmente por impulsar la formación de alianzas, convergencias, coaliciones y frentes electorales, conformados por grupos de partidos con grandes diferencias entre sí pero con un claro objetivo en común: desterrar al populismo de Johannesburgo y confinarlo a sus alrededores, fundamentalmente a Soweto.

Tras varios intentos que culminaron en fracasos electorales, finalmente tuvieron éxito y un frente encabezado por la UCR (Un Cambio Racial, una vez más aclaro que mi traducción puede ser defectuosa) logró colocar como Alcalde de Johannesburgo a Micky Van Barlett, quien se hizo cargo del Ayuntamiento.

Al mismo tiempo se realizaron las elecciones del Estado Libre de Orange, provincia sudafricana a la cual pertenecen ambas ciudades, y la misma coalición de partidos de la minoría blanca logró triunfar sobre el JP, accediendo al gobierno Hermes Von Winner, ex alcalde de la populosa y progresista ciudad de Durban ubicada en el sur del Estado, en cuyo espejo de desarrollo se miran constantemente Van Barlett y sus seguidores para desarrollar su plan de gobierno.

Por consejo de sus asesores y durante la campaña Van Barlett trató de adquirir el color de piel de los habitantes de Soweto para ganarse su confianza (y su voto), e incluso llegó a recorrer algunos distritos de la ciudad como el populoso barrio Centennial o el asentamiento The Froggy.

Lo paradójico del caso (en un país que ha vivido tantos años de segregación racial) es que esa práctica de oscurecimiento artificial de la pigmentación se extiende entre los habitantes de Johannesburgo, lo que ha llevado a muchos adalides del apartheid a quejarse amargamente diciendo “tantos años de lucha inquebrantable por la superioridad racial blanca tirados por la borda en unas cuantas horas de cama solar”.

Algunos de los detractores de Van Barlett sostienen que su presencia en esos barrios alejados fue un burdo montaje publicitario en pantalla azul, y que en realidad éste jamás estuvo allí. Como fuere, lo cierto es que no se lo ha visto por ninguna parte de Soweto desde que se hizo cargo de la Alcaldía y su atención parece exclusivamente concentrada en los temas que atañen a Johannesburgo.

Sin ir más lejos, dentro del perímetro de esta ciudad se habilitó un lujoso casino (los detractores dicen que es un vulgar galpón de chapa), un nuevo shopping center en lo que otrora fuera el puerto de la ciudad (abandonado por años porque jamás ingresaba un barco), se desarrolla una competición de autos de carrera que transcurre por una de sus principales avenidas y se lanzó una campaña titulada “Florece Johannesburgo” para embellecer las plazas y paseos de la ciudad ícono de la minoría blanca.

En tanto en Soweto, la noticia más resonante que por estos días proviene desde el Ayuntamiento ha sido que los ediles autorizaron al Alcalde Van Barlett a prorrogar por 10 años el emplazamiento del denominado relleno sanitario, un gigantesco basural a cielo abierto emplazado enfrente mismo a una escuela y a precarias viviendas de los naturales del lugar.

La recolección de residuos, a cargo de empresas privadas contratadas por el ayuntamiento, no incluye a muchos de los barrios de Soweto, razón por la cual sus habitantes deben resignarse a convivir con la basura y la suciedad y sus derivaciones (enfermedades y otras calamidades), u optar por utilizar medios de tracción a sangre (tanto equina como humana) heredados de sus ancestros aborígenes, para hacerse cargo del problema.

Con el paso del tiempo, esa actividad se ha convertido para muchos habitantes de Soweto en una fuente de trabajo (y de comida), por lo que han empezado a desplazarse para practicarla en Johannesburgo, compitiendo por la posesión de los residuos de sus habitantes con las empresas contratadas por el Ayuntamiento.

Esta virtual “invasión” de carruajes provocó alarma en la ciudad, y sus fuerzas vivas se han movilizado ante la Alcaldía para pedirle que restrinja o prohíba su acceso, o que por lo menos garantice que se produzca en horas de la noche, cuando los habitantes de Johannesburgo ya no circulan por las calles y por ende se les evitan visiones estéticamente desagradables.

Del mismo modo, el Ayuntamiento no realiza tareas de desmalezamiento y control de plagas (tales como mosquitos y alacranes) en Soweto, con el argumento que eso ayuda a “preservar el ecosistema natural de sus habitantes”.

Ambas ciudades están rodeadas por ríos, el East River y el West River. Mientras el primero está mas alejado de Johannesburgo (sólo una laguna que es su afluente embellece la costanera de la ciudad), el segundo está en los bordes mismos de Soweto, y por ende sus periódicas crecidas provocan inundaciones que afectan duramente a los sufridos habitantes de esa ciudad.

A eso hay que sumarle que Soweto -a diferencia de Johannesburgo- no cuenta casi con desagües ni mucho menos con cloacas, y por ende cualquier lluvia que exceda de determinada cantidad de agua provoca allí grandes inconvenientes por anegamientos y afluencia de desechos coliformes y otros potencialmente tóxicos, como pudo comprobarse en la gestión del ex Alcalde Martin Balbaking.

No obstante eso, hace ya unos años y como una inundación del East River produjera el anegamiento no ya de Johannesburgo sino más bien de distritos aledaños a la misma (como Saint Joseph of Córner) donde muchos de sus habitantes tienen residencias de fin de semana, el entonces gobernador Charles Van Roitmann y su ministro John Mercer contrajeron créditos en el exterior por grandes sumas de dinero (que han de pagar todos, aun los sowetenses) para realizar obras que impidieran definitivamente la inundación de esos parajes.

En el lado oeste en cambio, si bien también se realizaron algunas obras, nunca fueron debidamente concluidas y hace unos años una gran creciente del West River provocó el ingreso de una inmensa masa de agua, bajo la cual quedó sepultada la mayor parte de Soweto y sus habitantes, muchos de los cuales perdieron todo cuanto tenían, hasta familiares y seres queridos.

La gran mayoría de las calles de Soweto siguen siendo de tierra con lo cual las lluvias las convierten en un lodazal, y pese a ello el Ayuntamiento renueva todos los años el asfalto de las calles del microcentro de Johannesburgo, invirtiendo en esa tarea cuantiosos recursos públicos.

El ex intendente Balbaking pavimentó hacia fines de su gestión algunas calles de Soweto (luego de décadas en que eso no sucedía), pero omitió previamente construir los desagües, por lo cual el peligro de anegamientos por lluvias no hizo sino aumentar, lo que hizo pensar a algunos de sus detractores que, lejos de ser una omisión, se trató de una acción más bien deliberada para provocar bajas entre la población de las etnias inferiores.

En materia de educación las diferencias entre una y otra ciudad son también notorias.

Johannesburgo cuenta con 3 universidades (una privada y dos estatales) a la que acuden estudiantes de diferentes provincias de la Unión Sudafricana, atraídos por su prestigio y su campus con instalaciones deportivas inauguradas por Micky Van Barlett, quien antes de acceder a la alcaldía estuvo a cargo del rectorado de la UNL (Universidad de Negros Lejos creo que significa, reitero que mi inglés deja mucho que desear).

Soweto no sólo carece de ellas, sino que tampoco tiene escuelas secundarias (pese a que Sudáfrica ha establecido que ese nivel educativo es obligatorio para todos sus habitantes), pues la minoría blanca gobernante considera que para las tareas habituales que sus habitantes desarrollan (recolección informal de residuos, mendicidad en la vía pública, delincuencia juvenil, servicio doméstico, venta ambulante, etc) no son necesarios mayores conocimientos que la escuela primaria.

La mayor parte de las escuelas privadas (sobre todo las aranceladas) se encuentran en Johannesburgo, mientras que en Soweto existen algunas pocas, a cargo de arriesgados misioneros que de tal modo predican el Evangelio a los habitantes de esos desolados parajes.

Los tipos de viviendas y construcciones desarrolladas en una y otra ciudad son también muy diferentes, pues en Soweto prevalecen como dije las chozas y los complejos FONAVI (FOrradas donde NAdie VIviría o algo así, pese a lo precario de mi inglés me parece que el que me lo tradujo no me estaba tomando en serio), que ya expliqué que son proyectos originariamente concebidos para prisiones que se han debido utilizar para alojar a la cada vez mayor cantidad de sowetenses (un vecino de Johannesburgo me dijo: “al fin y al cabo quienes habitan unas y otros son la misma clase de gente”).

En Johannesburgo, en cambio, todos los días se yergue una orgullosa torre con vista panorámica a las bellezas de la ciudad (casi todas miran hacia el este, al East River y su costa), y en los barrios aledaños a la costanera lujosas residencias compiten entre sí en belleza.

La seguridad es un problema que preocupa a ambas ciudades por igual, pero no encuentran la misma respuesta por parte de las autoridades.

Frente a los reclamos de los habitantes de Johannesburgo (que atribuyen la inseguridad a la sola cercanía de Soweto y sus habitantes, y aun a su misma existencia), las autoridades responden incrementando la cantidad de efectivos policiales, móviles, armas y equipos para combatir el delito, pero todo eso es considerado insuficiente por quienes reclaman, lisa y llanamente, la imposición de la ley marcial, el toque de queda y la pena de muerte para los sowetenses sorprendidos en delitos graves, como pasear por la peatonal Saint Martin.

Como también reclaman los johannesburgueses porque la mayoría de los nuevos efectivos policiales reclutados por las autoridades provienen de las etnias de Soweto, éstas pretenden tranquilizarlos explicándoles que, de ese modo, en un eventual enfrentamiento armado con delincuentes, la probabilidad de que las bajas que ocurran se produzcan dentro de la población perteneciente a las etnias inferiores es mayor, sin que se vea afectada la supremacía racial blanca.

En materia de deportes, los habitantes de Soweto prefieren el fútbol y el Columbus y el Union se disputan sus preferencias, reuniendo el primero de ellos las adhesiones mayoritarias por razones obvias (sus simpatizantes son conocidos como los “blackies” o negros), e incluso cuenta con simpatizantes en Johannesburgo; aunque los habitantes de esta ciudad se inclinen mayoritariamente por el rugby (por admiración a los Springboks), deporte que practican en clubes formados por alumnos y ex alumnos de los colegios privados.

Este proceso de diferenciación entre una y otra ciudad, que pareciera espontáneo, es en realidad dirigido por las autoridades, y esto se ha agravado en las gestiones de Van Barlett y Von Winner.

Así por ejemplo en materia cultural, en Johannesburgo florecen los espectáculos teatrales (con la afluencia de compañías y obras prestigiosas provenientes del país y del extranjero), los recitales músicales en escenarios y al aire libre, los concursos literarios y las exposiciones pictóricas y hasta hay una Feria del Libro.

Mientras tanto en Soweto, la Alcaldía ha comenzado un proceso de relocalización de los artesanos en la nueva reservación indígena habilitada en una ex estación del ferrocarril, donde Van Barlett dice que los dotará de los servicios esenciales que necesitan: un destacamento policial y la unidad de emergencias médicas del Ayuntamiento.

Incluso los espectáculos musicales que organiza el Ayuntamiento (pese a ser gratuitos o con libre acceso a todo el público) ignoran sistemáticamente las preferencias de los habitantes de Soweto, al punto que rara vez grupos muy populares allí como The Palmers son convocados, y con seguridad jamás se desarrollan los eventos o espectáculos en las plazas o paseos públicos de esa ciudad.

Otro tanto ha sucedido con los vendedores ambulantes, que han sido “invitados amablemente” por las autoridades de Johannesburgo a “ambular” de regreso a Soweto, tras haber sido desalojado de la Soldier’s Square y otros paseos públicos de la ciudad.

Al alejarme de ambas ciudades tras mi larga estadía en ellas y contemplándolas desde el aire, profundamente impresionado por sus desigualdades no pude menos que pensar para mis adentros: “que alivio volver pronto a mi Santa Fe natal, donde tales cosas jamás suceden”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por fin le encontramos el puesto al Chino Garcé !
Tiene que jugar de sociólogo y no de 2.
El Colo

Anónimo dijo...

Siii además es un comparativista de primera!!! felicitaciones