Por Raúl Degrossi
Retomo el tema del federalismo donde lo dejé el otro día: la emergencia del peronismo en la vida política nacional.
Cuando terminaban los 18 años de proscripción electoral del peronismo en 1973 y con Cámpora ya electo, la dictadura de Lanusse dictó la primera ley orgánica de coparticipación federal (la 20.221), porque hasta allí lo que se había hecho era disponer como se coparticipaba cada impuesto directo cobrado por la Nación, desde el Impuesto a los Réditos de 1931 (el antecedente de Ganancias en adelante).
Si en el plano teórico la ley tenía criterios objetivos de reparto que se pueden compartir, la idea política era otra: retacear recursos al Estado nacional en vísperas de un nuevo gobierno peronista, porque ese Estado era el que podía implementar políticas que dañaran los intereses dominantes; consolidados durante el largo interregno de la proscripción de la fuerza mayoritaria.
La ley de Lanusse estuvo vigente hasta el gobierno de Alfonsín, cuando la reemplazó la todavía vigente 23.548, que aumenta la distribución primaria en favor de las provincias (el peronismo dominaba en la mayoría, y controlaba el Senado), y establece una distribución secundaria (entre las provincias) favorable a las provincias del NEA, el NOA y la Patagonia; pero altamente desfavorable a la provincia de Buenos Aires, que contiene en su conurbano la mayor aglomeración social surgida del modelo peronista de industrialización sustitutiva.
Fue fruto del contexto político del momento: Buenos Aires era gobernada por el radicalismo, y la ley fue negociada luego de la estrepitosa derrota radical en las elecciones del 6 de septiembre de 1987, que marcaron el inicio del declive final de la experiencia alfonsinista.
Sobre la base de esa ley, y con el aumento constante y sostenido de la recaudación impositiva que se verifica desde el 2003, los fondos transferidos por la Nación a las provincias en el ciclo kirchnerista son cada vez mayores en términos nominales y reales, como lo pueden ver acá en esta excelente nota de Diego Rubinzal; considerando tanto la coparticipación propiamente dicha, como las transferencias especiales como el Fondo Federal Solidario, creado en el 2009 con la coparticipación de parte de las retenciones a las exportaciones de soja.
Y eso aun considerando la incidencia de los pactos fiscales firmados en tiempos del menemismo y del gobierno de De La Rúa, períodos en los que -dicho sea de paso- la transferencia de servicios nacionales a las provincias como las escuelas secundarias u hospitales fueron tomadas en nombre del federalismo; como "Federal" se llamó la ley de educación del menemismo, que fragmentó en 24 pedazos el sistema educativo argentino hasta su derogación en el 2006.
Esos pactos contemplaron un toma y daca de ambas partes, porque casi la mitad de las provincias le transfirieron a la Nación sus cajas previsionales, con déficit y todo; hoy en nombre del federalismo Córdoba tiene financiado el agujero negro de su sistema previsional por la Nación, y Binner pretenda que se haga lo mismo con Santa Fe. Dos provincias de la región más rica de la Argentina, en fin.
Y plantear el tema del federalismo partiendo de la coparticipación de los impuestos es realmente un chiste: los impuestos directos nacionales (como Ganancias) se prorrogan una y otra vez por una exigencia constitucional (ahora la mayoría hasta el 2019), que a esta altura resulta una ficción; mientras que los impuestos directos provinciales (que podrían perfectamente ser permanentes, porque son atribuciones propias de las provincias de acuerdo a la CN) nunca se cobran, o no se actualizan de acuerdo a la evolución económica: lo que recaudan las provincias de la pampa húmeda por inmobiliario rural -en pleno boom sojero que valorizó explosivamente la tierra- es una lágrima. En Santa Fe por caso, representa el 0,62 % de todos los ingresos provinciales.
Eso sí: los microemprendimientos progresistas con base (base, altura y superficie) en esas mismas provincias miran para otro lado, y plantean como un punto central de la Argentina "el tema de la minería": lógico, no pueden correr el riesgo de quedarse sin financiamiento para las campañas.
Y no dejan de pedir (como Binner) que se bajen las retenciones, mientras embolsan las transferencias del Fondo Federal Solidario, y con esa plata hacen toda la obra pública con la que después quieren sacar chapa de estadistas; muy rico todo, eh. Y muy federal.
Desde el 2003 se viene revirtiendo el proceso de concentración en la distribución geográfica del ingreso, por eso cuando hace poco Binner polemizó con Cristina por el crecimiento de Santa Fe no pudo aportar datos concretos para desmentirla, porque lo que dijo la presidenta era cierto: las provincias del NEA y NOA, y las patagónicas crecen por encima de la media nacional.
Alguien podrá decir que es porque partieron de una base inferior, pero el argumento no invalida lo central: en un país con un Estado nacional fuerte y solvente, que busca promover un desarrollo productivo diversificado con industrialización (como el primer peronismo, como el kirchnerismo, cada uno a su modo y en su tiempo) se produce un proceso de federalismo económico real, más allá de los planteos berretas.
Y si no tomemos cualquiera de las políticas troncales que sustentaron el crecimiento económico y la mejora de los indicadores sociales que se vienen dando ininterrumpidamente desde el 2003, desde el aumento de la inversión pública en infraestructura hasta la ampliación de la cobertura previsional o de protección social: todas y cada una promueven mejor un federalismo real (entendiendo por tal posibilidades de desarrollo más equilibrado regionalmente), que muchos discursos de ocasión que solemos escuchar.
Discursos como los de De Angelis o la Mesa de Enlace, que parecen los prefectos de la media luna boliviana con el simplismo de "cuanto pongo, cuanto me tienen que dar"; confundiendo el federalismo con la defensa del modelo de agronegocios, y el pedido de eliminación de las retenciones.
Discursos y planteos a los que adhiere por ejemplo Binner, desde el progresismo y la institucionalidad; y que lo llevarían a suscribir sin dudarlo disparates como los que dice acá la Bolsa de Comercio de Santa Fe.
Esa coincidencia de Binner y Biolcatti, llega por extraños caminos al mismo punto: hay que eliminar las retenciones (que se apropian de parte de la renta agraria diferencial, y fijan tipos de cambio real múltiples acordes al valor agregado a la producción), y reemplazarlas por el impuesto a las Ganancias. El problema es que uno (Binner) sueña con que se coparticipe, y el otro (Biolcatti), con evadirlo.
Recuerden cuando en medio del lock out patronal del 2008 De Angeli -en nombre del federalismo- decía "que nos den la plata a nosotros que la repartimos", un absoluto y total disparate: la disolución del Estado y la pérdida de justificación del impuesto como mecanismo de redistribución social y geográfica del ingreso.
Y no nos olvidemos de otro engendro parido por la reforma constitucional del 94': la autonomía municipal. Hagan la siguiente prueba: pregúntenle a cinco o seis que estén de acuerdo con eso, en que creen que consiste; y obtendrán cinco o seis respuestas distintas.
Respuestas tan disparatadas como lo que escuché por acá hace un par de días, cuando los vecinos de un barrio reclamaban por la inseguridad: "Guadalupe -así se llama el barrio- aporta tanto de impuestos, y no le vuelve en servicios y seguridad"; imagínense la idea de país que subyace ahí.
En ese contexto de disparates "federales", hasta los pucheritos de Macri porque la Nación no le transfiere la policía (con la plata para pagarla, obvio) son "federales", un disparate: la autonomía porteña del 94' es como si los rifleros de Tejedor se hubieran impuesto al ejército nacional de Roca.
La autonomía política (el derecho de cada provincia de elegir sus propias autoridades, sin ingerencia del gobierno nacional) está jurídicamente fuera de duda en la Argentina, pero políticamente solo "sirve" cuando la provincia en cuestión vota en contra del gobierno nacional, no cuando lo hace a favor, o cuando el gobernador en cuestión (como pasó hace poco en La Pampa) resiste el dedo presidencial en el armado de las listas.
A la inversa, cuando una provincia estalla por conflictos sociales provocados por la desigualdad y el enorme poder de grupos oligárquicos locales para someter a los gobierno y a la justicia de las provincias a su voluntad -como está sucediendo en Jujuy-, se "nacionaliza el asunto, y se clama por una intervención federal; obviamente para sumar Gendarmería a la represión.
Si hasta aparecen como supuestos promotores del federalismo los mismos medios de masas que generan un sentido común hegemónico, que destruye y aplasta las diversidades regionales, bien que acelerando un proceso que está en el signo de los tiempos: no se puede seguir vestido de gaucho en una peña o el festival de Cosquín, todo el tiempo.
No es para nada casual que planteen un federalismo berreta los que están en contra de las políticas troncales del proceso abierto en el 2003, y hubieran estado en contra del peronismo tradicional con el mismo argumento: planteando que el artículo 40 de la Constitución del 49' fuera el 124 de la reforma del 94', y los recursos naturales estratégicos fueran propiedad de las provincias.
Claro que hoy habría que volver a discutir cuáles de esos recursos son verdaderamente estratégicos (lo que dependerá del modelo de desarrollo que se elija), al punto de dejar su manejo en manos del Estado nacional; se me ocurre por caso que no puede ser lo mismo la minería que el petróleo, el gas o cualquier fuente de energía.
Si hasta se dice federal Biolcatti, que hace poco evocó a Sarmiento en la Rural, y en el siglo hubiera hecho lo mismo que él: degollar a cualquiera que se plantara en contra del modelo agroexportador en nombre del federalismo, como el Chacho Peñaloza.
No sé ustedes, pero la conclusión que saco yo de todo esto es que el tema del federalismo (tal como lo explican hoy día) me tiene bastante podrido.
1 comentario:
Excelente nota. Los que braman por estas "cuestiones federales", confunden (adrede) federalismo con una pretensión de secesión económica. Algo así como la República Unida de la Soja Santafesina por la que clama Binner.
El Colo
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