Entramos decididamente en el tramo final de la campaña, a unos 10 días concretos para que los candidatos se desplieguen en la búsqueda del voto en lo que será una virtual primera vuelta de las elecciones de octubre; aun cuando las PASO no tengan formalmente ese rol.
Por supuesto que el 9 de agosto se pasará un primer cedazo sobre la nómina de candidatos, dejando afuera de la competencia a aquéllos que no alcancen el piso mínimo del 1,5 % para competir en la elección general; pero además las urnas dentro de un par de semanas determinarán que candidaturas presidenciales -de las que sigan en carrera- devendrán testimoniales, con riesgo cierto de quedar devoradas por la polarización.
Como todo cierre de campaña, habrá que asistir al folklore de la guerra de encuestas, declaraciones de los candidatos, operaciones de prensa y las tradicionales discusiones sobre la eficacia o no de los spots publicitarios para incidir en el voto de un electorado que -nos aventuramos- parece tener ya decidido que hacer, en su fuero íntimo.
De la mano de la mejora en los indicadores de la economía, el clima social luce más tranquilo de lo que sugiere la furia mediática que desparrama a diario su bilis en zócalos y titulares: se cerraron con razonable calma las paritarias (como ocurre todos los años del 2003 a esta parte, agregaremos), las medidas tomadas por el gobierno para alentar el consumo y sostener el empleo parecen estar dando resultados palpables y la disipación de la idea del "fin de ciclo" va de la mano con la ya archivada imagen del "pato rengo".
El gobierno sigue atentamente los movimientos especulativos con el dólar ilegal y parece estar domando la enésima corrida especulativa en su contra, mientras el intento de los medios que vertebran y editorializan a la oposición de instalar una agenda "republicana" o "institucional" parece condenado nuevamente al fracaso: casi nadie recuerda por éstas horas al juez Cabral, ni a la ley de subrogancias, ni tampoco Bonadío pareció haber dado la talla del héroe civil que buscan en vano hace años; siempre con la minusvalía de no poder traducirlo en oposición electoralmente consistente.
A lo que hay que sumar que blanden una agenda que -parece de manual aclararlo, pero es necesario- lejos está de tener la densidad suficiente para imponerse en las prioridades que tiene en cuenta el hombre común a la hora de votar: se trata de cuestiones que pueden tener su espacio para justificar (no para fundar, o en todo caso su incidencia en ese aspecto es marginal) determinadas decisiones de voto, cuando la economía arroja datos negativos. De lo contrario, desaparecen del plexo de los aspectos más relevantes a ser tenidos en cuenta a la hora de meter el sobre en la urna.
Desde el escándalo Nisman para acá el oficialismo no ha hecho sino remontar en imagen, despliegue de gestión y chances electorales. Contribuyeron a ello la adecuada resolución de la interna, la persistencia en sostener políticas estructurales que se han revelado eficaces (cuando se le reclamaba en diferentes tonos que hiciera el "ajuste inexorable"), la alta imagen positiva de Cristina y -tal como lo viene señalando con insistencia Artemio López- la profundización del llamado "efecto bienestar"; como consecuencia del combo que arrojan paritarias, aumentos jubilatorios y de la AUH, facilidades de créditos y estímulos para el consumo y la moratoria previsional.
El Kirchnerismo ha logrado hasta acá alinear correctamente los vectores gestión de gobierno, oferta electoral (más allá de ciertas cuestiones menores, Scioli se viene apuntando varios aciertos, como éste por ejemplo) y dispositivo político de respaldo; como lo demostró la reciente cumbre del peronismo "realmente existente" en Parque Norte, en un momento de la campaña en el que resulta decisivo desplegar eficazmente el aparato político-territorial.
Por contraste, la oposición luce enredada en un laberinto discursivo del que no le será sencillo salir y llega en el peor momento (como que es el decisivo); sea que dedida sostener un norte, hacer un determinado giro o intentar explicar cualquiera de ambas posturas (incluyendo la honestidad brutal de los perpetuos ajustadores): el "manual" arrimado por la craneoteca PRO a los candidatos en campaña no hace sino explicitar más claramente la confusión que impera en sus filas.
No es casual que reaparezcan con fuerza por estos días las clásicas denuncia de fraude y la preocupación por el robo de boletas, que suenan más bien a anticipada apertura de paraguas por lo que -intuyen- puede ser un chubasco electoral.
Las PASO tienen por delante también develar varias supersticiones electorales persistentes del mapa político argentino, a saber: el verdadero potencial electoral de Víctor De Genaro (el eternamente frustrado aspirante a ser el Lula argentino), De La Sota, Stolbizer y Rodríguez Saá, entre otros. Pino Solanas nos privó de ese placer, autoexcluyéndose de la competencia para ahorrarse un final aun más penoso de su carrera política; acaso en el único (y no admitido públicamente) gesto de realismo político que haya tenido en toda ella.
Otro interrogante a develar es el resultado de la interna del FIT, para ver si desmiente o confirma aquéllo de que Altamira es "el candidato natural" del espacio, que a ésta altura -a fuerza de reiterarse cada cuatro años- parece más bien un durazno al natural: mantenido en conserva, para ser abierto en el momento oportuno.
También habrá que ver si la sobreoferta electoral de la izquierda (cuatro candidatos de un total de 13) no termina conspirando contra sus chances de superar la guillotina del 1,5 %, dejando a más de uno fuera de la final; como si no hubieran aprendido la lección (positiva para ellos, porque los obligó a unirse) que les dejara la reforma política del 2009, que consagró las PASO y la publicidad audiovisual igualitaria y gratuita.
Por el lado de "Cambiemos" el abrupto giro discursivo de Macri metió ruido en lo que venía siendo un tránsito de campaña más o menos tranquilo; a tal punto que muchos en la UCR se están preguntando si no estaban mejor en el hoy extinto UNEN, y que beneficios concretos les terminará trayendo la alianza; aunque hay otros (Sanz ¿quién si no?) que se ilusionan con un improbable "batacazo" que les permita ganar la interna del espacio.
Para ser justos, con lo que muchos radicales sueñan -a partir del desempeño de Lousteau en el balotaje porteño- es con alcanzar la meta de Los Pumas: redondear una derrota digna. Y para no pocos de ellos, la alianza con cívicos y amarillos tiene fecha de vencimiento el 9 de agosto: acá en Santa Fe son mayoría los que plantean votar a Sanz, y si pierde en las PASO a manos de Macri, "ver que se hace".
Todo eso sin contar que el huracán Carrió se encuentra transitando su modo zen, porque todavía no hablaron las urnas: en ese momento se sabrá cuanto pesa en concreto en votos, y en consecuencia cuanto aguanta acompañando al ganador sin tirar del mantel; y empezar con denuncias de fraude, pactos espúreos y corruptelas varias, contra los que hoy son sus compañeros de ruta.
Dejamos para el final a Massa, que parece siempre estar llegando tarde al baile, y sumarse sin terminar nunca de aprenderse la coreografía, de modo que parece obsesionado por buscar siempre parecer "distinto", en estrategias en espejo con las de Macri: "caprilizado" cuando Mauricio formaba parte del "frente derogador" que haría tabla rasa con todas las políticas del kirchnerismo, deviene hoy opositor furioso cuando el líder del PRO se ve forzado a admitir que sostendría algunas de ellas; y ciertamente no de las menos importantes.
No es de extrañar entonces que de un tiempo a ésta parte Massa ocupe el lugar más incómodo de cara a la elección, que no es el último del podio, sino el "no lugar": al final de cuentas y en la dicotomía "continuidad versus cambio" que se pretende instalar, nadie termina sabiendo muy bien en que estante ubicarlo.
1 comentario:
Otro interrogante a develar es el resultado de la interna del FIT, para ver si desmiente o confirma aquéllo de que Altamira es "el candidato natural" del espacio, que a ésta altura -a fuerza de reiterarse cada cuatro años- parece más bien un durazno al natural: mantenido en conserva, para ser abierto en el momento oportuno.
Ohhh, este va a morir sin que nadie lo abra
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