Algo se podía sospechar desde que Venezuela había dejado de ser noticia de tapa para los diarios hegemónicos de acá, y desde que las noticias desde allá tendían a escasear: las cosas estaban cambiando por abajo, o no eran como nos las contaban.
Acaso sea muy prematuro sacar una conclusión de las elecciones de ayer que vaya demasiado hacia adelante, y como es de manual, la oposición al gobierno de Maduro ya denuncia fraude, pese a que se alzó con la victoria en algunos Estados.
Nada nuevo en ese sentido: lo vienen haciendo desde que el chavismo llegó al gobierno.
Sin embargo lo destacable es que en medio de un proceso de violencia política en aumento y profunda crisis económica, el chavismo logró revalidarse políticamente del único modo posible en democracia: a través de las urnas.
Demostrando así que lo que parecía en su momento un salto al vacío de Maduro (la convocatoria a la constituyente) terminó siendo un acierto político, para encontrar un canal de salida a la crisis, aunque que esa salida sea definitiva, claro está, no está garantizado ni mucho menos.
Más claro aun ha quedado que la estrategia de la oposición de apostar a escalar en el clima de violencia para quebrar al gobierno y la institucionalidad democrática no solo fue un fracaso político, sino que ni siquiera le habría deparado réditos electorales, más bien todo lo contrario: si los cómputos se confirman, habrán retrocedido en ese aspecto; tanto que Capriles perdió en Miranda, el Estado que su partido gobernaba desde el 2009.
Por supuesto que la situación en Venezuela sigue siendo grave porque es muy posible que la derrota aliente a los sectores golpistas de la oposición a redoblar la apuesta, con el argumento del presunto fraude electoral; y es también muy cierto que las dificultades económicas que el país atraviesa no se han de disipar por el resultado de las urnas.
Sin embargo, en una democracia nunca puede ser irrelevante lo que sucede cuando el pueblo se expresa políticamente votando, y Venezuela no será la excepción a la regla: en comicios con una participación más alta que la de la última elección de autoridades regionales en 2012, y con la concurrencia de la oposición, el chavismo logró revalidarse.
Podrán cuestionarse los resultados (de hecho ya se lo está haciendo por estas horas, aunque las elecciones transcurrieron sin incidentes), pero lo cierto es que donde se auguraba una derrota catastrófica del gobierno de Maduro, eso no se produjo.
Y el dato en si es lo suficientemente contundente como para imponerles a todos (oficialismo, oposición, y a los que desde el extranjero presionaban al gobierno de Maduro desde Trump a Macri) una relectura del panorama, que ya no será el mismo.
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