La política comunicacional del gobierno son las conferencias para decir nada de Cerruti y las operaciones de Biondi desde cloacas como estas. Todo contra Cristina. Sigan así, muchachos, que les está yendo bárbaro y no hay ningún problema más urgente al que dedicarse. https://t.co/C8qtOu2es1
— La Corriente K (@lacorrientek) April 5, 2022
Hace unas semanas y cuando era inminente la aprobación en el Congreso del acuerdo con el FMI, el presidente anunció el inicio de la "guerra contra la inflación", de la que hasta acá casi no hubo inicio de las hostilidades, al menos desde el gobierno: salvo el fideicomiso que -en teoría- debía ayudar a estabilizar los precios de la harina, el pan y sus derivados y la suba en dos puntos de las retenciones a dos derivados de la soja, no hubo casi disparos oficiales al campo enemigo; aun cuando hoy se publicó en el Boletín Oficial la resolución de Feletti (completa acá) que impone multas a los molineros por conductas violatorias de la ley de defensa de la competencia.
Y no es que la inflación haya dado señales de ceder, sino todo lo contrario: el ministro Kulfas (otro comentarista de la realidad) acaba de avisar que se espera que el índice de marzo supere el 6 %, o sea que sería aun más alto que el de febrero. El mismo Kulfas que nos aclara que él nunca prometió que la inflación se resolvía con los controles de precios, del cual depende Feletti que dice que en ésta materia no se pueden hacer milagros, menos cuando hay herramientas (como subir otras retenciones) que no se quieren utilizar, por motivos políticos que explicó el ministro Guzmán -en su único comentario público sobre el tema, en mucho tiempo y desde hace mucho tiempo- con el eufemismo "nuestra historia reciente".
El presidente remitió la guerra que prometió, a sesiones de terapia de grupo entre empresarios y sindicalistas, sin que todavía sepamos cuando arrancan, y que resultados podemos esperar de ellas. Y Cristina habló del tema cuando había que hablar (allá por diciembre del 2020, en un acto en el estadio único de La Plata), cuando se veía que la economía comenzaba a rebotar del piso de la pandemia y crecer, y advirtió que había que tomar medidas para que ese crecimiento no se los llevaran cuatro o cinco vivos.
Advertencia que -como todas las que hizo- fue desoída, y se reveló fatalmente certera, como también suele ser habitual. También habló Cristina de la inflación -sin hablar- hace poco, cuando le regaló a Alberto un libro sobre la gestión económica del gobierno de Alfonsín, y le recomendó leerlo: a buen entendedor, pocas palabras. El problema es encontrar al buen entendedor.
Frente a la evidencia incontrastable de los hechos de la realidad que marcan que ésta debería ser la principal -si no excluyente- preocupación del gobierno, parece que no se asume así, y que el principal problema que tiene el presidente es que las críticas de Cristina lo afectan o lo debilitan o -en el colmo del absurdo- afectan la eficacia de un plan contra la inflación que, lisa y llanamente, no existe. Al menos no como conjunto de medidas organizadas y concatenadas entre sí, que no sean apelar al manual de la ortodoxia: ancla cambiaria y salarial, y suba de las tasas de interés. Pero eso sí: el manual está prologado por Stiglitz.
Si bien combatir a la inflación y recomponer los ingresos de la población para enfrentarla en mejores condiciones no son objetivos excluyentes entre sí sino complementarios, tampoco éste segundo aspecto parece ser prioridad para el gobierno, a menos que se considere que un bono de 6000 pesos (el equivalente a un kilo de carne cada seis días, más o menos) para los jubilados que cobran la mínima resuelva el problema.
Tampoco se podrá decir que el gobierno está abocado a otras cuestiones más acuciantes, como definir quienes deberán soportar la mayor carga impositiva que permita contar con los recursos para pagar los compromisos con el FMI, porque desde que Cristina anunció el proyecto y los senadores del FDT le dieron estado parlamentario, los funcionarios no han hecho más que bajarle el precio, comenzando por ni siquiera referirse a él. Lo cual nos da una idea bastante certera de como piensan que se tiene que resolver ese otro problema acuciante.
A partir de los actos del pasado 2 de abril conmemorando los 40 años de Malvinas -en especial por el que compartieron Cristina y Massa- se vienen tejiendo todo tipo de especulaciones electorales sobre la evolución de la interna del FDT y las posibles candidaturas y fórmulas presidenciales; cuestiones tan lejanas de las preocupaciones cotidianas de la gente común, como lo están del calendario electoral.
Y lejanas de la realidad concreta de la propia coalición oficialista, cuya misma subsistencia -no hablemos ya de sus chances electorales- depende de como encare y resuelva el problema de la inflación, y las cuestiones acuciantes vinculadas a ella, como la pobreza y la distribución del ingreso. Si una estructura política con eje en el peronismo y que se reivindica como tal no atiende esas cuestiones, las preguntas son dos: de qué hablamos cuando hablamos de peronismo, y que puede existir que sea más importante, o merezca más atención.
Porque no hace falta ser un historiador avezado para comprender que en la Argentina este tema en particular nunca fue solamente un problema económico, sino que tiene profundas implicancias políticas, y hasta derivaciones institucionales. Que es precisamente lo que quiso advertir Cristina con su regalo de cumpleaños al presidente.
1 comentario:
Hace 2 años que bailamos la misma canción. Nadie quiere parar la música. Nadie es nadie.
Cristina tiene que parar esto, es su responsabilidad y es la única que tiene el poder político para hacerlo.
Si Cristina dice hasta acá... se acabó. Alberto tiene que renunciar o ceder y cambiar el gabinete (y la política, claro).
Cualquier otra cosa es más de esto, y cada vez peor. La inflación para el cambio de estación pivotea sobre ese 6% y en diciembre estamos en el '89.
Leven anclas muchachos.
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