Advertencia preliminar: el tipo de estudios sobre "lo que piensan los argentinos de..." (como éste del Observatorio Social de la UCA publicado en Infobae) deben tomarse siempre con pinzas, y no solo por posibles dudas que genere su consistencia metodológica o la amplitud y representatividad de la muestra, sino por el propósito que persiguen.
El propósito da cuenta de un fenómeno que parece obvio, y no necesitaría ser apuntado: la disconformidad de la gente con la situación actual, por la incapacidad del sistema democrático para proveer soluciones a problemas sustanciales vinculados a las condiciones objetivas y materiales de subsistencia como el empleo, el salario, el consumo, la vivienda propia.
Que la gente está insatisfecha es obvio, lo que despierta sospechas del estudio son las conclusiones, en especial cuando las culpas por la insatisfacción que deberían tener un destinatario concreto (el gobierno y su plan económico) se diluyen en "la democracia", es decir, el sistema político en su conjunto.
Y ahí es donde se le ven las patas a la sota: se le achacan a un sistema las consecuencias de un modelo económico concreto -el neoliberalismo-, que está fehacientemente comprobado es el más incompatible con la idea misma de la democracia; mientras se advierte que esa insatisfacción social creciente puede derivar en opciones políticas "anti sistema" como un Bolsonaro criollo.
Casualmente (o no) el estudio da cuenta de que los niveles de insatisfacción con la democracia, desconfianza en las instituciones y apatía ciudadana son más altos en los sectores populares y marginales, y crecen a medida que se desciende en la pirámide de ingresos. Es decir -curiosamente, o no- en aquellos sectores donde las encuestas de intención de voto reflejan mayor adhesión a la candidatura de Cristina: jóvenes, trabajadores informales, desocupados, personas con menor nivel de instrucción formal.
Que la gente está insatisfecha es obvio, lo que despierta sospechas del estudio son las conclusiones, en especial cuando las culpas por la insatisfacción que deberían tener un destinatario concreto (el gobierno y su plan económico) se diluyen en "la democracia", es decir, el sistema político en su conjunto.
Y ahí es donde se le ven las patas a la sota: se le achacan a un sistema las consecuencias de un modelo económico concreto -el neoliberalismo-, que está fehacientemente comprobado es el más incompatible con la idea misma de la democracia; mientras se advierte que esa insatisfacción social creciente puede derivar en opciones políticas "anti sistema" como un Bolsonaro criollo.
Casualmente (o no) el estudio da cuenta de que los niveles de insatisfacción con la democracia, desconfianza en las instituciones y apatía ciudadana son más altos en los sectores populares y marginales, y crecen a medida que se desciende en la pirámide de ingresos. Es decir -curiosamente, o no- en aquellos sectores donde las encuestas de intención de voto reflejan mayor adhesión a la candidatura de Cristina: jóvenes, trabajadores informales, desocupados, personas con menor nivel de instrucción formal.
No se trata de que no exista el riesgo de la aparición de un Bolsonaro argentino, o que los sectores populares no sean permeables a este tipo de discursos, como se acaba de verificar en Brasil; sino de acotar que el estudio falla por la base (al no ampliar sobre las causas que disparan los niveles de insatisfacción social de los que da cuenta); y por las conclusiones: flota la idea de la reedición del "que se vayan todos" de la crisis del 2001, cuando está muy claro que, aun mediando en este caso otra crisis terminal, la situación sería muy distinta; precisamente porque el sistema tiene una alternativa, que es Cristina, como consecuencia de la experiencia kirchnerista.
El propio cuadro de apertura da pistas de ellos, si se comparan las cifras de los indicadores entre el 2011 (reelección de Cristina con el 54,11 %) y este 2018 (gobierno de Macri con crisis, recesión y ajuste), a salvo el "índice de participación ciudadana", que mediría el grado de involucramiento de la gente con alguna instancia colectiva de participación, que nos parece el indicador más irrelevante.
En efecto, el deseo de participar en alguna instancia puede incluso ser disparado precisamente por la disconformidad con las soluciones que provee el sistema, pero sin dudas está directamente vinculado a la posibilidad concreta de hacerlo, hasta por disponibilidad de tiempo: alguien preocupado por conseguir trabajo, o viviendo de changas o teniendo que repartirse en varias ocupaciones para suplementar ingresos propios o familiares, difícilmente pueda participar en algo, aunque lo deseara.
Un fenómeno que hay que contrastar con el "oenegeísmo" de las clases medidas y medias altas con problemas de subsistencia material resueltos, y tiempo disponible para otros menesteres. También aquí correspondería una disgresión sobre como, donde y por que se participa, porque no es lo mismo hacerlo en un sindicato o en una cooperativa de trabajo, que en una asociación por los derechos de las mascotas, por más loables que sean los propósitos de ésta; pero nos parece que en rigor, el indicador está puesto allí para darle cierta credibilidad a las conclusiones del estudio, al correlacionarlo con los demás, y no mucho más.
Lo mismo vale para la "desconfianza en las instituciones de la república": el estudio agrega que las más devaluadas en la apreciación social son -en ese orden- la justicia, el gobierno y el Congreso: que aparezca en primer término el desprestigiado Poder Judicial (tal su nombre correcto, porque la justicia es un valor) no estaría directamente vinculado a la degradación de las condiciones objetivas y materiales de subsistencia, sino a la (presunta) preocupación social por la corrupción, y la impunidad de los corruptos. No parece que sea ésa la preocupación dominante de los sectores populares, golpeados por la crisis.
El propio cuadro de apertura da pistas de ellos, si se comparan las cifras de los indicadores entre el 2011 (reelección de Cristina con el 54,11 %) y este 2018 (gobierno de Macri con crisis, recesión y ajuste), a salvo el "índice de participación ciudadana", que mediría el grado de involucramiento de la gente con alguna instancia colectiva de participación, que nos parece el indicador más irrelevante.
En efecto, el deseo de participar en alguna instancia puede incluso ser disparado precisamente por la disconformidad con las soluciones que provee el sistema, pero sin dudas está directamente vinculado a la posibilidad concreta de hacerlo, hasta por disponibilidad de tiempo: alguien preocupado por conseguir trabajo, o viviendo de changas o teniendo que repartirse en varias ocupaciones para suplementar ingresos propios o familiares, difícilmente pueda participar en algo, aunque lo deseara.
Un fenómeno que hay que contrastar con el "oenegeísmo" de las clases medidas y medias altas con problemas de subsistencia material resueltos, y tiempo disponible para otros menesteres. También aquí correspondería una disgresión sobre como, donde y por que se participa, porque no es lo mismo hacerlo en un sindicato o en una cooperativa de trabajo, que en una asociación por los derechos de las mascotas, por más loables que sean los propósitos de ésta; pero nos parece que en rigor, el indicador está puesto allí para darle cierta credibilidad a las conclusiones del estudio, al correlacionarlo con los demás, y no mucho más.
Lo mismo vale para la "desconfianza en las instituciones de la república": el estudio agrega que las más devaluadas en la apreciación social son -en ese orden- la justicia, el gobierno y el Congreso: que aparezca en primer término el desprestigiado Poder Judicial (tal su nombre correcto, porque la justicia es un valor) no estaría directamente vinculado a la degradación de las condiciones objetivas y materiales de subsistencia, sino a la (presunta) preocupación social por la corrupción, y la impunidad de los corruptos. No parece que sea ésa la preocupación dominante de los sectores populares, golpeados por la crisis.
El estudio, en síntesis, es una conveniente apreciación del fenómeno del descontento social que cualquiera puede palpar por la calle, en un modo muy convenientemente exculpatorio para el gobierno de Macri al diluir sus responsabilidades, y de modo también muy conveniente, derivando una posible corriente de "voto castigo" hacia la vía improductiva del "que se vayan todos", en contra de los números que vienen arrojando hasta los propios sondeos encargados por el gobierno.
Fogoneando esa anomia se intenta (se diga o no) morderle la base electoral al kirchnerismo, y los sectores donde puede crecer por contraste entre el gobierno actual, y sus experiencias de gobierno, como los sectores populares que votaron a Macri, por ejemplo. Tuit relacionado:
Vea @Lupo55 , ahora el OSO fogonea el "que se vayan todos", muy conveniente a la perpetuación del régimen: https://t.co/kj47UgVzNm— La Corriente K (@lacorrientek) 23 de diciembre de 2018
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