Vaya uno a saber como terminará la cosa en un rato, cuando Argentina y Francia salten a la cancha para definir la final del mundial, pero que no se diga que los argentinos no hemos puesto todo de nuestra parte para ganar. Salvo, claro, los piedras que no aceptan que lo son y que no deben ser nombrados, precisamente porque son mufas.
Macumbas, trabajos, amarres, destrabes, el congelador o el frezzer llenos de cosas que no son comida, elaboradas estrategias de vestuario, lugares y alineaciones familiares o sociales para ver los partidos donde cada uno respeta escrupulosamente el lugar que le toca y así podríamos seguir hasta el infinito.
Con un tribunal examinador más férreo que la Inquisición que nos va controlando paso a paso para saber si respetamos la liturgia prevista o nos apartamos de ella, poniendo en riesgo la empresa.
Porque la organización vence al tiempo, y los hombres son buenos, pero si se los vigila son mejores.
Como si todos estuviéramos poseídos por el espíritu de Bilardo y nos tocara llevarle el bidón a Branco, cumplimos escrupulosamente con la parte que nos toca, para contribuir a garantizar el éxito colectivo. Aunque eso incluya mirar el partido solos, porque sabemos que no nos aguantamos ni aguantamos a nadie durante esos 90 (o 120 y penales, Dios no permita) minutos, pero esperando ansiosos a que termine para salir a festejar con todo el mundo y abrazados con cualquiera, sin importar si es un desconocido.
Porque como dijo Leonardo Favio, no se puede ser feliz en soledad.
Y no se trata de que desconfiemos de los jugadores de la selección o el cuerpo técnico -como nos reprochan algunos que no entienden demasiado lo que está pasando-, sino de sentir que ellos cuentan con nosotros, y no les podemos fallar. Que cada uno tiene su parte y la tiene que cumplir, porque el todo es más importante, y nos necesita a todos, cada uno haciendo lo suyo sin vedettismo, aceptando el rol que le tocó jugar con alegría.
Porque como bien sabemos, primero está la patria, después el movimiento y por último los hombres.
Hay allí un profundo sentimiento de lo colectivo que marca que estamos tan necesitados de ser felices, como de estar incluidos, siendo parte de algo que es mucho más grande que nosotros, que viene desde antes y que nos excede.
Sentimos que todos unidos triunfaremos, y actuamos en consecuencia.
Por supuesto que tiene mucho que ver con todo esto la inmensa necesidad que tenemos de ser felices, y lo mucho que necesitamos alegrías, y si son colectivas, masivas, espontáneas y movilizadas, mejor. Además en algo como el fútbol, que tiene escala planetaria, que se mira, apasiona y disfruta en todo el mundo y en lo que los argentinos, la patria de Diego y Lionel, podemos decir con orgullo que somos grandes, que estamos -y siempre estuvimos- entre los mejores.
Lo que demuestra que nunca pueden ir disociadas la grandeza de la patria, de la felicidad del pueblo. Y que estamos necesitando más peronismo, tanto como ganar el mundial.
2 comentarios:
Ahora se puede hablar, porque la Copa está en la bolsa y viajando para casa. Nadie nos regaló nada, ganamos porque fuimos los mejores, y contra un equipo que tiene un tío que en una final del mundo hace tres goles. Pero ni asì les alcanzó. Fuimos mejores.
Ahora, con la Copa en la mano, a reìrse de los infames de Clarin, de TN, de La Nación y su ferviente deseo de derrota y fracaso, porque quieren un país vencido. Y que la alegría del fútbol también alimente a la esperanza popular.
El Colo.
"Gracias infinitas capitán… a usted, al equipo y al cuerpo técnico, por la enorme alegría que le han regalado al pueblo argentino"
CFK
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